L’IMAGE MANQUANTE, de Rithy Panh

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Desde que los Jemeres Rojos tomaron el control de Camboya el 17 de abril de 1975, la vida del director Rithy Panh ha estado marcada por el pasado y la actualidad de su país natal. Documentalista tenaz, certero y renovador, Panh ha desarrollado a lo largo de sus más de veinte años de trayectoria profesional una mirada inquisitiva hacia el trauma y su posible representación frente a la cámara. Deudor del exhaustivo trabajo de Claude Lanzmann en Shoah (1985), el interés del camboyano por el medio cinematográfico se puede resumir sincréticamente con las mismas palabras que mi compañero Iván Villarmea utilizó hace unos meses para describir el trabajo del cineasta francés: “para él no se trataba sólo de contar lo que pasó, sino de revivirlo en un presente permanente. No en vano Panh ha reconocido siempre la importancia de la obra de Lazmann en sus propios documentales.

El centro de tortura S21, la labor atroz de Duch (Kang Kek Iew) y el ejercicio tiránico de Pol Pot y el Angkar -el Partido Comunista de Kampuchea- han centrado buena parte del esfuerzo cinematográfico de Panh a la hora de reflexionar sobre la barbarie. Aunque su primer largometraje data de 1988, su encumbramiento no llegaría hasta S21, la machine de mort Khmère rouge (2003), una película en la que el desgarrador trauma se reconstruía en tiempo presente con sus actores reales como único medio viable de lidiar con el dolor del pasado. De este modo, Panh llevaba un paso más allá la célebre escena de Shoah en la que un peluquero (Abraham Bomba) hablaba del horror del holocausto mientras desarrollaba su labor profesional en una peluquería de Tel Aviv.

L’image manquante mantiene las coordenadas temáticas habituales en la trayectoria del cineasta camboyano, pero introduce una importante alteración en el punto de vista: si hasta ahora su obra había retratado a los propios protagonistas de la historia, en su última práctica documental se produce una traslación narrativa hacia la primera persona, convirtiendo los recuerdos del autor en el trasunto de un nuevo documental performativo. Ajuste de cuentas, canto desgarrador sobre el incalculable valor emocional de lo perdido, L’image manquante supone así una renovación radical del discurso de Panh.

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La poesía del horror

Ubicado desde el yo, desde la condición de Rithy Panh como una de las innumerables víctimas de la revolución dirigida por Pol Pot, la película trabaja desde una narrativa doble: desde las imágenes oficiales que el Angkar grabó y distribuyó para mayor gloria de su régimen y desde la reconstrucción con muñecos de arcilla de los recuerdos de un niño que vive en sus carnes las mentiras ocultas tras la versión oficial.

Si bien la práctica no es nueva –Albertina Carri ya usó magistralmente muñecos de Playmobil en Los rubios (2003) para fantasear sobre su infancia y narrar el secuestro de sus padres–, Panh utiliza esta técnica como único modo posible para buscar esa imagen que falta. Esa posible imagen ya venía acechándole desde hace años y se coló –como antecedente- en su discurso bajo la forma del lienzo del pintor Vann Nath en S21, la machine de mort Khmère rouge. Sin embargo, en aquel documental se trataba este asunto de manera aislada, mientras que en L’image manquante se convierte en el motor de la narración.

Panh contrapone la imagen oficial y la imagen reconstruida y las obliga a dialogar, superponiendo una sobre la otra, haciéndolas cohabitar para mostrar el horror. A través de la penetrante voz de Randal Douc -el narrador que guía al espectador a través del cruel episodio-, el autor confiesa que durante años había estado buscado la imagen del horror pero que había dejado de hacerlo: la imagen habría resultado demasiado obscena y, por ese motivo, decidió reconstruirla para narrar el pasado. Así, el horror está presente en cada fotograma, pero bajo la forma de un quejido poético que envuelve todo el relato.

En contraposición a lo que hiciera la cineasta argentina Carri en Los rubios, Panh decide no animar sus figuras de arcilla: los espacios re-escenificados y sus habitantes permanecen inmóviles y es la cámara la que transita por ellos mientras la voice over va ahondando, poco a poco, en el trauma colectivo vivido en Camboya entre 1975 y 1979. Irónicamente la contraposición de fotogramas revela que las imágenes ‘reales’, las rodadas por los Jemeres Rojos en ese período, aluden a una revolución utópica que sólo existió en el celuloide, mientras que la construida en arcilla y pintada con los vivos colores que habitan en los recuerdos de la niñez encierra la denuncia de los trágicos acontecimientos reales.

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«La imagen que falta somos nosotros»

L’image manquante aborda continuamente estas contradicciones y ofrece una profunda reflexión sobre lo que supone hacer cine. A estas dos aproximaciones al documento fílmico –real y ficticia-, Panh añade una tercera: la de su descubrimiento del cine en la infancia antes de la llegada de la revolución, la de fascinación por el medio y la de la necesidad de hacerlo suyo como única vía posible de relatar lo sucedido, de revivirlo en el presente. Esa imagen que falta es una imagen múltiple y su misión como documentalista será intentar darle forma, color y palabra a través del cine, porque la imagen que falta –tal y como denuncia la voz en off– “somos nosotros”, los habitantes de Camboya, los asesinados, los exiliados. En un juego de espejos y de imágenes de ida y vuelta, el poético ensayo de Rithy Panh habla de un fotograma ausente doble: el que los Jemeres Rojos borraron de la historia y el que le arrebataron a sus compatriotas.

Con todo, la reflexión va más allá de la pérdida y de la masacre, y denuncia el posicionamiento teórico de quienes, sin haber vivido la dictadura, teorizan sobre la pasividad de la población, esgrimiendo argumentos filosóficos sobre la aceptación del destino del pueblo camboyano y su sentimiento de culpa procedente del Budismo. El cineasta se muestra feroz al replicar que esos argumentos están en el cielo de las ideas, pero que lo que mata es la ideología y el hambre.

Devastadora, hermosa, reflexiva y conmovedora, L’image manquante es la película más personal y una de las más complejas del director camboyano. Alejada drásticamente de su filmografía precedente, este documental ganador del premio Un Certain Regard en el Festival de Cannes 2013 es resumen y análisis de lo que significa hacer cine para Rithy Panh. En sus obras anteriores la nebulosa de esta reflexión planeaba de forma teórica entre los fotogramas, pero aquí toma definitivamente cuerpo en esa figura de arcilla con una camiseta de topos, en ese alter ego del propio director. Su planteamiento es claro: el que sobrevive a la tragedia debe vivir para contarla. Por eso la narración de L’image manquante es circular, porque como en un ciclo eterno los hechos se repiten en la memoria, pero también a lo largo de la historia. 

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