LABO, DE LOS MECANISMOS DE LA MEMORIA

edens edge

Labo es una sección bastante interesante en Clermont-Ferrand. Entrar a ella supone entregarse a lo desconocido. En el afán integrador del festival, uno puede encontrarse con performances filmadas, animaciones abstractas, piezas de vídeo-arte, ficciones que pulverizan la idea tradicional de la narrativa fílmica, o documentales que echan por tierra la veracidad que se les presupone. Sobre la capacidad de estos como gran archivo de la memoria pareció orbitar buena parte de la programación de este año, comenzando por la ganadora de la sección, Eden’s Edge (Gerhard Tremi, Leo Calice, 2014). No es extraño que nos encontremos con cruces entre la animación, el documental y el vídeo-arte en Labo, habitualmente con trasfondo político. Este corto es todo eso, y reúne buena parte de las características de esta tendencia filodocumental; por lo que, atendiendo a una lectura de la sección, puede decirse que el jurado ha premiado una película muy representativa de Clermont 2016. En ella, varios planos cenitales del desierto californiano, trucados por animación por ordenador, en los que ciertas figuras realizan una tarea concreta, siempre ligada al paisaje. Cada plano o capítulo es una narración de un poblador de ese paraje. Y cada marca en la tierra, un signo político de las huellas del ser humano en el paisaje.

Con un espíritu similar de denuncia, The Atom Station (Nick Jordan, 2015) mezcla también una recolección de relatos, en este caso sobre la industrialización extrema de Islandia; mientras los contrapone a imágenes del paisaje espectacular del país, heridas por la presencia de elementos antinaturales. La industria tratada como un OVNI.

La voz como archivo, otra de las constantes de esta tendencia. ¿Es The Pride of Strathmoor (Einar Baldvin, 2014), una animación de corte expresionista alemán sobre un predicador blanco que relata su angustia frente a los personajes negros con los que se encuentra, en la Georgia de los años 1920, un documental? Para mí, sin duda. La narración oral está tomada de los diarios de un pastor real. Los dibujos no son más que una representación en clave introspectiva de ese diario. ¿No hablamos entonces de documento?

Pero el documento no implica siempre verdad. El cine de reapropiación lo sabe, es una de sus intenciones históricas, darle nuevos significados a las imágenes, jugando con la naturaleza connotativa de éstas. Christoph Girardet lo hace muy bien en Syntheses (2015), un filme que me parece algo superfluo dentro de su carrera, pero al que no se le puede negar maestría en el montaje. Con imágenes de células reproduciéndose en laboratorios, crea una translación del libro del Génesis bíblico, que no va más allá de la ilustración, pero sí contrapone ciencia y religión mediante el choque voz-imagen.

Las imágenes tampoco son lo que parecen en Hotaru (William Laboury, 2015), una verdadera ciencia-ficción, en la que sin embargo el archivo juega un papel esencial. Una niña es enviada al espacio conectada a un dispositivo que transmite ondas con su localización. Ella carga los bienes más preciados de la Terra, nuestra memoria en imágenes. ¿Pero no es la memoria algo engañoso? Mediante el remontaje del mismo archivo, y la mezcla con otros – y muchas de las imágenes son documentales, otras generadas por ordenador – Hotaru se pregunta sobre el “montaje” de la Historia oficial de la humanidad, siempre ligada a sentimientos de pertenencia a una comunidad, que dan lugar a narraciones diversas, siempre connotadas. Una pipa no siempre es una pipa.

De símbolos controlan en Symbolic Threats (Matthias Wermke, Mischa Leinkauf, Lutz Henke, 2015), no sabemos si comedia o filme de terror. Un colectivo artístico saca los colores a las banderas norteamericanas sobre el puente de Brooklyn, dejándolas completamente blancas. El símbolo de la paz. Y lo que había antes de esta operación, ¿qué era, que simbolizaba? Documental de apropiación también, recoge las noticias difundidas por los medios de este evento y diversas reacciones en internet, componiendo un retrato de cómo se entiende la idea de nación en Norteamérica, que asusta y sorprende. Aquí sí hay verdad, otra cosa es cómo la interprete cada uno.

Una segunda tendencia clara en Labo fueron las ficciones que no cuentan una historia concreta, sino que se interesan más por crear un ambiente. Si hablamos de un cruce entre Andrei Tarkovski y Serguei Paradzhanov, el lector podrá situarse estéticamente en Kamakshi (Satindar Singh Bedi, 2015), preciosa fábula en blanco y negro que tiene un aquel también con El caballo de Turín (A torinói ló, 2011) de Béla Tarr. Junilyn Has (Carlo Francisco Manatad, 2015) no deja de ser un Apichatpong Weerasethakul urbano un tanto descafeinado, con un par de prostitutas jóvenes que matan el tiempo, entrenándose para su trabajo en un club, sin que pase nada en realidad, más allá de la espera. Por su parte, Le Park (Randa Maroufi, 2015) entroncaba con otra vertiente documental, y nos recordaba bastante al dispositivo de Nicolas Boone en Hillbrow (2014). Largos planos secuencia, tableaux vivants de un edificio ruinoso en Casablanca, con chicos que llevan a cabo distintas actividades en él. Una violencia que aflora, en una representación de fuerte carga política, en un antiguo parque levantado sobre los jardines de la Liga Árabe. Volvemos a los trazos del hombre en el paisaje, llegamos a Eden’s Edge, y se completa el círculo.

__________

Crónica de las secciones internacional y nacional de Clermont aquí.

Comments are closed.