LUMIÈRE! L’AVENTURE COMMENCE, de Thierry Frémaux

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122 años después de la patente del cinematógrafo, la serie de tributos recibidos por Louis y Auguste Lumière resulta tan consecuente como interminable. El lógico respeto reverencial hacia su obra, germen de la historia del cine, ha provocado también una tendencia sobre la forma en que las casi 1.500 obras que legaron son observadas por nuestras generaciones: en muchos casos, sus imágenes son hoy más señaladas como una pieza arqueológica de otra realidad que como un cine vivo, aún fuente de inspiración en el siglo XXI. Thierry Frémaux, director del Festival de Cannes y del Instituto Lumière, parece hoy consciente de esa deriva y dispuesto a corregirla desde su posición privilegiada. Si nos preguntamos cuál sería en este 2017, cuando el acceso a las películas se ha transformado tanto en tan pocos años, el modelo de documental para homenajear a aquellos pioneros sin caer en la redundancia historiográfica, el proyecto de Lumière! L’aventure commence parece concebido para responder a esa cuestión. Desde la decisión de Frémaux de ceder la autoría de la película a los Lumière y sus operadores, a pesar de la omnipresencia de su voz en off, esta obra señala sin pausa a la necesidad de percibir las viejas secuencias que se muestran como manantial de conocimiento al que acceder desde el presente.

A través de fragmentos restaurados y comentados de 108 películas de los hermanos franceses, filmadas entre los años 1895 y 1905, Frémaux propone al espectador actual un viaje didáctico por los orígenes del cine. Desde imágenes tan persistentes en la memoria cinéfila como La sortie de l’usine Lumière à Lyon (1895), hasta otra serie de obras más desconocidas e incluso complejas en su extrema sencillez, caso de Vue prise d’une baleinière en marche (1901), todas son sometidas al mismo ejercicio de análisis por parte de Frémaux, que intenta poner sus hallazgos técnicos en perspectiva. El ejercicio de montaje de las distintas secuencias, por tanto, está supeditado a un estudio tan riguroso como lúdico de las imágenes que vemos en pantalla, con la particularidad de que, a diferencia de otros documentales de cine recientes como Voyage à travers le cinéma français (2016, del presidente del Instituto Lumière y coproductor del film Bertrand Tavernier), todo lo que aparece está filmado por los pioneros y la intervención del analista se limita a la voz. No es circunstancial la mención al hecho de que, cuando fundaron el cinematógrafo, Louis y Auguste fueran jóvenes, bromistas y alegres; cualidad heredada por un documental que intenta transmitir la lectura de sus imágenes como una práctica reveladora y gustosa.

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Sin renunciar al rigor, pero aceptando aligerar de datos sus 90 minutos en beneficio de una liviandad más pedagógica, Frémaux apunta en sus comentarios hacia conceptos primigenios como la profundidad de campo o la perspectiva, bastiones de lo que acabó por entenderse como mise-en-scène. Pero, más allá de acercar estos términos básicos a los espectadores menos entrenados, también apuesta por reivindicar la capacidad de aquellos operadores para capturar las múltiples formas de vida en el París proustiano de comienzos de siglo, desde la distensión de los momentos de ocio hasta el arduo esfuerzo del trabajo. Porque la consecuencia principal de la expansión global del invento de los Lumière estuvo en la gente de a pie, que logró ver de cerca los mundos lejanos de otros a la vez que dejó inmortalizado el suyo cotidiano. La razón de ser de Lumière! L’aventure commence parece, ni más ni menos, extender y adaptar esta dimensión popular originaria del cinematógrafo a unos tiempos radicalmente distintos para la difusión audiovisual.

Es cierto que la labor de Frémaux no se esfuerza en disimular un halo nostálgico omnipresente, reforzado por el bello hilo musical de Camille Saint-Saëns, y no faltará quien reproche que el homenaje a una disciplina de creación podría haber sido mucho más imaginativo que el mero comentario de las secuencias ajenas. Pero el autor se muestra coherente optando por este formato, aunque a cambio pueda dejar algo fríos a los estudiosos. Con él nos indica que todo está guardado en las imágenes que ya filmaron otros, y que nuestra responsabilidad colectiva, en una era en la que nos encontramos expuestos a tantos estímulos, es no cesar de mirar hacia ellas activamente. En tiempos de descuido hacia la formación cinematográfica, la aparición de una película que logra conjugar la belleza y el amor hacia el cine con un indudable potencial como instrumento pedagógico para todas las edades resulta una noticia doblemente excelente.

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