MARÍA (Y LOS DEMÁS), de Nely Reguera

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La crisis y sus consecuencias parecen haber forzado un cambio de paradigma en los protagonistas de muchas películas españolas, especialmente en aquellas de jóvenes directores. Si en los años 90 y parte de los 2000 imperó el retrato de una juventud desnortada durante la veintena, en la presente década obras de pelaje y propósitos tan radicalmente distintos entre sí como Las altas presiones (Ángel Santos, 2014), 3 bodas de más (Javier Ruiz Caldera, 2013) o Requisitos para ser una persona normal (Leticia Dolera, 2015) son ejemplo de la penetración en un nuevo prototipo de indecisión, anclado en una franja de edad muy superior, en la que el entorno empieza a inducir un giro vital ya entendido como tardío.

El título de María (y los demás) (2016), modélica ópera prima de la barcelonesa con raíces gallegas Nely Reguera, difícilmente podría ser más elocuente de por sí. Su protagonista absoluta (Bárbara Lennie), vendedora de libros y proyecto de escritora bien entrada en la treintena, que ha pasado la última etapa de su vida cuidando de su padre viudo, experimenta una profunda revisión de sus cimientos vitales al anunciar éste su nueva boda. Con dos hermanos ya establecidos y un núcleo de amistades que empuja sigilosamente hacia el compromiso, las ilusiones de María pasan por la hipotética publicación de su primera novela y su incipiente relación con un hombre casado (Julián Villagrán), factores muy condicionados por las presencias de alrededor y los miedos internos. Después de haber vivido tres décadas parapetándose en los demás, llega el momento de buscar una identidad propia.

Reguera desarrolla buena parte del conflicto personal a través de una sucesión de reuniones familiares de clase media-alta, tan próximas al retrato punzante de autores como Felipe Vega o Mar Coll –no en vano, fue ayudante de dirección en Tres dies amb la família (2009) – como a un estilo de comedia de situación aguda y elegante, aún menos frecuente de encontrar en el cine nacional. Sin embargo, son los contados momentos en que la protagonista aparece sola ante la cámara los que otorgan más información acerca de su perentoria necesidad de expresión y definición vital, ya sea cantando al volante de su coche, fotografiándose a sí misma con un vestido de novia o en el catártico monólogo final. Este punto se apoya por completo en los hombros de una sobresaliente Bárbara Lennie, cuyas oscilaciones se adueñan de la película para engendrar el personaje más complejo de su ya considerable trayectoria. Sobre la montaña rusa de emociones de María se sostienen tanto la increíble coherencia tonal del film como su sólido retrato del paisaje humano de fondo, plagado de secundarios cuyo diseño sobrepasa la construcción arquetípica –cabría destacar a José Ángel Egido, el padre abierto a una nueva vida–.

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Muy por encima de su deseo de arraigar, María es un personaje femenino definitorio de nuestro tiempo, en cuya perpetua incertidumbre existencial trasluce un fuerte anhelo de independencia, las ganas de dar al fin ese golpe en la mesa con el que casi nadie cuenta. La cámara de Reguera clausura el periplo por sus inseguridades con una carrera en travelling por las calles de A Coruña, que encierra en sí misma su lucha por demostrar que puede abrirse un camino propio, en la línea de aquella danza por las calles de Brooklyn de la Frances Ha (2012) de Noah Baumbach. El océano de ocho años de edad que separa a ambos personajes ayuda a entender el alma misma de un debut maduro y sorprendentemente cómico, cuya virtud esencial es penetrar sin tapujos en ese torbellino de dudas que es espejo de tantas existencias.

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