MELANCOLÍA, de Lars von Trier

ESCU(L)PIR (EN) EL TIEMPO

Lo dijo el propio Von Trier: “Melancolía es mi respuesta cinematográfica a Sacrificio de Tarkovsky. Evidentemente poco crédito, más allá de la pura provocación, se le puede dar a un tipo que manifiesta en la presentación de su película que Hitler era una buena persona. Pero todo esto, en el fondo, no son más que ‘boutades’, ruido de fondo anecdótico que no puede enmascarar una realidad, que no es otra que estamos, probablemente, ante la mejor película de Lars Von Trier en la última década.

Andrei Tarkovsky

Von Trier: “'Melancolía' es mi respuesta cinematográfica a 'Sacrificio' de Tarkovsky”.

Para ser sinceros, hay que decir que no soy precisamente un defensor del cineasta danés, quizás sea más por el personaje que por su propio cine, pero lo fundamental es que eso invita a tomar posiciones apriorísticas respecto a cualquiera de sus producciones. Melancolía, por supuesto, no es una excepción. La actitud del que suscribe estas líneas no podía ser más escéptica, deseando incluso encontrar todas esas marcas de estilo que ponen al director por encima de su película y tener así material de derribo suficiente para poner a caer de un burro el resultado final. Quizás sea por estas nulas expectativas que la sensación final después de visionar (apreciar, sufrir con) Melancolía sea lo más parecido a tener una experiencia religiosa, a ser testigo de una verdad revelada, y no solo por lo que cuenta o cómo lo cuenta, sino porque más allá del ejercicio de estilo se destaca la presencia de un demiurgo de la cámara, que por una vez no obra a voluntad caprichosa, sino que articula un discurso coherente, inteligente, impecable.

Estamos ante un film que no es un film, sino un estado de ánimo. Evidentemente (solo hay que ver el título o el nombre del planeta) no parece que Von Trier sea el hombre más sutil del mundo a la hora de hacer metáforas, pero es que tampoco lo necesita, lo que se pretende por encima de todo es crear un estado emocional en el espectador que se ampare, por supuesto en la historia, pero que se concentra ante todo en un desenlace que conocemos de antemano, más allá de las particularidades psicológicas de los personajes.

Es por ello que resulta imprescindible un diseño, una concepción perfectamente programada de cómo debe discurrir el metraje, un efecto dominó que estire, que esculpa el tiempo, alargando el clímax final hasta extremos de tensión emocional insostenibles. Así, la estructura queda claramente definida en 3 partes, la primera un prólogo demostrativo donde a modo de resumen se narra todo lo que acontecerá, un prólogo, por otra parte, cuya función es doble, por un lado mostrar que no hay resolución alternativa a la historia, donde el final será absoluto, implacable. Por otro, y más importante, es donde se nos ofrece la referencia al cine de Tarkovsky. Una forma de decir: estos son mis referentes, esto es lo que busco y cuando esto acabe no lo busquéis más, ya que empezará mi película. Una manera inteligente de satisfacer el ansia cinéfila sin interrumpir el discurso que se pretende dar.

Melancholia, de Lars von Trier

Tan cerca, tan lejos

Es aquí donde empieza un film estructurado en dos partes claramente diferenciadas. Una en la que, a modo de presentación de personajes, se pretende dar una visión unidimensional de los mismos, un juego de apariencias donde todo el mundo juega un rol determinado, sin fisuras. Enmarcada en un contexto de presunta alegría (una boda) el contraste se vuelve más feroz: todos los personajes parecen deambular al ritmo de la cámara, sin saber muy bien qué hacer o cómo reaccionar ante la flaqueza emocional de la protagonista (una excelente Kirsten Dunst) y que, por contraste, de forma especular, convierte a su entorno familiar en una aparente estructura sólida, marmórea, moralmente aleccionadora e intransigente.

Melancholia, de Lars von Trier

Celebración

Pero es en la segunda parte del film donde el espejo se invierte, con la llegada del apocalipsis las máscaras caen, la familia se derrumba, mientras que Kirsten Dunst asume un rol sereno, tranquilo, casi armonioso con la destrucción que va a venir. Un reverso que se manifiesta incluso en la forma: la cámara se vuelve más pausada, más pendiente de captar en el plano las emociones, con un detallismo casi quirúrgico. Todo ello acompañado de una banda sonora que suena a estruendo y que sin embargo no subraya sino que amplifica y anticipa los sentimientos y acontecimientos a devenir.

Melancholia, de Lars von Trier

Derrumbe

Aunque formando parte de esta segunda mitad, el clímax final no deja de ser un ente autónomo por sí mismo, un grito agónico que empieza con un susurro, que se desliza larga pero incansablemente en una intuición que se convierte en realidad. Una amenaza siempre presente que acaba con esperanzas y sueños. Una destrucción que no solo es la del planeta tierra sino de las máscaras tras las que se ocultan los personajes. Una caída en ‘slow motion’ que congela en cada plano el sufrimiento de lo inevitable y que no da pábulo a la redención. Solo cuando la máscara se rompe en el suelo es cuando precisamente el planeta colisiona. Esta es la gran y absolutamente desesperanzadora visión de la condición humana que hace Von Trier: solo sabemos quién somos cuando no hay tiempo para ejercer la identidad.

Sí, Melancolía es un estado de ánimo, y también una gran ironía, una metáfora grandiosa (que no grandilocuente) sobre nuestras pequeñeces, nuestras flaquezas y nuestros miedos escondidos. Un film cuyo retrato de lo que significa ser humano está teñido de negrura. Melancolía es todo aquello que somos y no queremos mostrar, es todo aquello que aparentamos ser y no somos. Melancolía en el fondo, no es un objeto destructor como el planeta maligno de El Quinto Elemento (Luc Besson,1997) sino un ente liberador, es el tramoyista que baja el telón y hace que el actor, el personaje, deje vía libre al ser humano que lo interpreta. Melancolía es una oda a la muerte, pero también, a una vida que merezca ser vivida, aunque sea por un solo instante.

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