EL CINE FRANCÉS PONE ROSTRO A LA CRISIS

27 La Loi du Marche

A sus 51 años, Thierry (Vincent Lindon) lleva veinte meses en paro. En La loi du marché (Stéphane Brizé, 2015) lo acompañamos en su búsqueda de empleo y en sus esfuerzos por mantener una vida familiar pese a las circunstancias. Cuando por fin aparece el trabajo, es para desvelar un mundo laboral regido por el miedo: la amenaza constante del paro pone a prueba no solo la competencia del trabajador, sino los límites de su ética. Thierry descubrirá así que su función no se limita a vigilar a los clientes de un hipermercado, sino también a sus trabajadores; y que entre los empleados la desconfianza y la delación han sustituido a la camaradería.

Si Thierry se afana por conseguir un empleo, Sandra (Marion Cotillard en Deux jours, une nuit, Jean-Pierre y Luc Dardenne, 2014) lo hace para no perderlo: cuando está a punto de reintegrarse en la empresa en la que trabaja tras una baja por depresión se entera de que, con la excusa de la crisis, sus compañeros tienen que elegir entre mantener precisamente su puesto de trabajo o las primas que corresponden a cada empleado. Sandra se entrevistará con cada uno de ellos, y será así consciente de la violencia y el temor que presiden sus vidas. Lejos de todo fatalismo, la película muestra su capacidad para crecerse en este medio hostil.

Thierry ―un papel que le valió este año a Vincent Lindon el premio a la mejor interpretación masculina en el Festival de Cannes― y Sandra son algunos de los personajes que conforman la galería que el cine francés está elaborando en estos tiempos de crisis: personajes fuertes en su debilidad, que resisten a su manera, y que pretenden ser ejemplarizantes, representantes de ciertos valores cuya recuperación se señala como necesaria. Se denuncia así un sistema colapsado y deshumanizado que enfrenta a unos empleados contra otros (el dilema de los colegas de Sandra, la vigilancia a la que Thierry somete a los otros trabajadores), favorece el endeudamiento, y dificulta el desarrollo de proyectos personales (Toutes nos envies, Philippe Lioret, 2010; Une vie meilleure, Cédric Kahn, 2011). Hay que inventar nuevas armas, porque las que utiliza el desfasado movimiento obrero resultan ahora inoperantes (Les neiges du Kilimandjaro, Robert Guédiguian, 2011), y ya ni tener empleo es garantía de integración social, como entendemos cuando seguimos a Louise Wimmer (Corinne Masiero en Louise Wimmer, Cyril Mennegun, 2011) del hotel en el que trabaja a la casa en la que limpia por horas y, por fin, al coche que le sirve de transporte y de vivienda.

Deux jours, une nuit, (Jean-Pierre y Luc Dardenne, 2014)

Deux jours, une nuit, (Jean-Pierre y Luc Dardenne, 2014)

Louise Wimmer (Cyril Mennegun, 2011)

Louise Wimmer (Cyril Mennegun, 2011)

El cine de ficción se une a la tarea que asumió antes el documental: reflexionar sobre las causas y las consecuencias de la crisis. Nos la cuentan aquellos cineastas que siempre han abogado por un cine social (Robert Guédiguian, Costa-Gavras), pero también otros, como Antonin Peretjatko, que no ven seguramente otra opción al realizar su primer largo en plena recesión; o quienes, como Stéphane Brizé, admiten sentir la urgencia que imponen unos años en los que, pese a no sufrir tanto como sus vecinos, Francia se halla en una importante crisis económica, política y social.

La crisis llena los cines

Antes de centrarse en las víctimas de la crisis, el cine francés se dejó tentar por aquellos que la provocaron. Por ejemplo, la crisis bursátil de 2008 se personificó, en el país galo, en la figura de Jerôme Kerviel, joven operador de bolsa, acusado por la Sociéte Générale de abuso de confianza y falsificación, y de billones de pérdidas. Con el tiempo, este lobo hexagonal se convirtió en un símbolo de lucha contra los desmanes financieros (Kerviel insistió siempre en que sus superiores estaban al corriente de sus operaciones, y la ausencia de beneficios directos parece hablar en su favor, algo que hoy empieza a tener en cuenta la justicia). La dimensión pública de su figura se comprenderá mejor si tenemos en cuenta que será Christophe Barratier, el director de Les choristes (2004) –una película que llevó a las salas francesas a más de ocho millones y medio de espectadores– quien adapte al cine sus memorias: L’engrenage. Mémoires d’un trader (2010). Pese a que el rodaje se anunció ya en diciembre de 2013, el film todavía no se ha estrenado; pero sí lo han hecho otros títulos que eligen como protagonistas a corredores de bolsa, aunque sus historias se hallen bien lejos de la complejidad de la de Kerviel.

Gilles Lellouche, taquillero galán, rostro tan o más habitual de la prensa del corazón que de la cinematográfica, ha protagonizado consecutivamente Krach (Fabrice Génestal, 2010) y Ma part du gateau (Cédric Klapish, 2011), encarnando a sendos agentes de bolsa, ambos desbordantes de testosterona, que saben que no hay nada mejor para mantener los nervios en un entorno de presión continua que la descarga seminal o el salto en paracaídas. La película de Génestal tuvo una acogida más que discreta, pero el de Klapish reunió a más de un millón de espectadores, a pesar de la inverosimilitud de una historia que reúne a France (hacía falta valor para bautizar así a la protagonista) y al responsable del cierre de la fábrica que la ha dejado en la calle. Los aires de comedia romántica, sin embargo, engañan, porque no habrá piedad para los causantes de la crisis: en Krach, Lellouch termina defenestrado al pie de la torre desde la que se prometía seguir multiplicando su capital; en Ma part du gateau, lo abandonamos enfrentado a los obreros que ha dejado en la calle.

France (Karine Viard) limpa casas por culpa de Stéphane (Gilles Lellouch), mais aínda non o sabe (Ma part du gateau)

France (Karine Viard) limpia casas por culpa de Stéphane (Gilles Lellouch), pero aún no lo sabe (Ma part du gateau, Cédric Klapish, 2011)

La crisis se declina en esquemas genéricos refrendados por el público: comedia (Erreur de la banque en votre faveur, Gérard Bitton, Michel Munz, 2009), drama social (Une vie meilleure) o film de espías de gran presupuesto (Möbius, Eric Rochant, 2013); estrellas con glamour (el inevitable Jean Dujardin, Marion Cotillard) o cotidianas (Karin Viard, Jean-Pierre Darroussin); algo de pedagogía (os vamos a explicar cómo funciona esto de las finanzas) y la posibilidad de asistir al escarmiento para quienes han causado el descalabro; ingredientes todos que parecen seducir a un público que refrenda estos filmes en las salas.

Menos compensatorias resultan otras propuestas, como Le capital (Costa-Gavras, 2012), el retrato de la cínica ascensión de Marc Tourneuil (Gad Elmaleh). Al único escarmiento al que asistimos es al de aquellos que no han sido bastante astutos como para ganar la partida: el mundo de las finanzas es un universo cruel, pero también divertido y adictivo, un juego de unos niños demasiado grandes como para conformarse con consolas y otros juguetes.

¡Luchad!

La crítica francesa no fue tierna con el último film de Costa-Gavras, justo al contrario de lo que ocurrió con Le Couperet (Costa-Gavras, 2005), una película en la que un magistral José García encarna a un ejecutivo-serial-killer que elimina a todos sus rivales para recuperar el puesto perdido tras un injusto despido. La burbuja todavía no había estallado, pero los procesos de desindustrialización, deslocalización y concentración empresarial ya estaban muy avanzados, y ya se veían las consecuencias de una ‘cultura de empresa’ que expulsaba a muchos a sus márgenes. Le Couperet forma parte de una serie de filmes que, desde finales del siglo XX, fustigan los excesos de lo que se tildó de ‘capitalismo salvaje’; títulos que cobran nueva actualidad a luz de las circunstancias que se instalan a partir de 2008: Ressources humaines (Laurent Cantet, 1999), Violence des échanges en milieu temperé (Jean-Marc Moutout, 2003) o La question humaine (Nicolas Klotz, 2007), entre otros, por poner solo tres ejemplos. Estas películas entran en el supuestamente poco cinematográfico marco de la fábrica para mostrar que el sufrimiento alcanza también a la jerarquía, y que por lo tanto nadie se libra de la reestructuración. La question humaine llega incluso a relacionar la tecnocracia y la deshumanización empresarial con la barbarie nazi, al tiempo que reflexiona sobre una cuestión generacional que también está presente en otros títulos: la ‘nueva empresa’ requiere un dinamismo y una flexibilidad que encarnan las nuevas generaciones, y que exigen, como prenda, la eliminación de aquellos se resisten al relevo.

Benoît Delépine e Gustave Kervern comenzaron precisamente en esos años pre-crisis su labor cinematográfica. En sus seis largometrajes hasta la fecha (el séptimo aún está por estrenarse) nos ofrecen una obra coherente y compacta, retrato de una sociedad que aboca a sus miembros a la marginalidad como única opción vital. Extensión cinematográfica de su labor en televisión ―en un conocido programa de actualidad y humor satírico, Made in Groland (2012-)― las películas de este tándem despliegan feísmo y radicalidad a partes iguales, si bien esta última ya se va agotando a fuerza de tensar la cuerda. Comedias (?) negras, esperpénticas, que no me atrevería a calificar de absurdas –adjetivo recurrente por parte de la crítica al comentarlas– dada la conveniencia de cada gesto y de cada frase a una situación económica y social bien reconocible. Y latente, el gran tema: la libertad perdida que los personajes se lanzan a buscar por esas carreteras (todos los films son, de alguna forma, road-movies).

Vous êtes tous des punk à chien” (“Sois todos unos punks con perro”), nos recuerda Not (Benoît Pelvoerde) en Le grand soir (Benoît Delépine & Gustave Kervern, 2012). A estas películas no les basta con ofrecer un reflejo de una sociedad en crisis, sino que se proponen poco menos que llamar a la rebelión: “Luttez! Battez-vous!”, arenga Louise (Yolande Moreau) en Louise-Michel (Benoît Delépine y Gustave Kervern, 2008). La venganza es preferible a la inacción, como nos muestran las obreras que unen sus (ridículas) indemnizaciones para contratar a un asesino a sueldo para que elimine al responsable de sus despidos, aunque la opacidad y la complejidad de la concentración empresarial haga bastante difícil encontrarlo. La confusión sexual, transexual, que propone el film contribuye a insistir a un tiempo en la libertad del individuo (Cathie convertido en Michel pese a todo y contra todos) y en el poder de la patronal (Jean-Pierre convertido en Louise por la difícil coyuntura laboral). ¿Y el bebé que cierra el film? ¿Será hombre o mujer? “Eso ya lo decidirán los jefes”, concluye un personaje.

Louise-Michel (Benoît Delépine y Gustave Kervern, 2008)

Louise-Michel (Benoît Delépine y Gustave Kervern, 2008)

Le grand soir (Benoît Delépine & Gustave Kervern, 2012)

Le grand soir (Benoît Delépine & Gustave Kervern, 2012)

Con Louise-Michel pasamos del escarmiento a la ejecución directa, y otros films seguirán su ejemplo. Casi una década después de su Violence des échanges en milieu temperé, y el mismo año en el que llegó a las pantallas de medio mundo Horrible Bosses (Seth Gordon, 2011) ―cuyo título en francés elimina cualquier posible ambigüedad: Comment tuer son boss (Cómo matar al jefe)― Jean-Marc Moutout volvió al infierno de la empresa: los primeros minutos de De bon matin (2011) nos presentan a Jean-Pierre Darroussin arreglándose meticulosamente para ir al trabajo, momentos antes de descerrajar un par de tiros a sus superiores directos. La elección del actor es significativa: Jean-Pierre Darroussin es el actor fetiche de Robert Guédiguian y, como este, es un sinónimo de cercanía, solidaridad y compromiso para el espectador francés. Si Darroussin se carga al jefe, es que las cosas están de verdad muy muy mal…

Cherchez la femme

Los filmes a los que me he referido y otros que no he mencionado ―entre ellos Le grand rétournement (Gérard Mordillat, 2012), la crisis rimada en versos alejandrinos; o todo el cine documental del que no he podido ocuparme manifiestan un incremento de las desigualdades económicas y sociales en el país galo; algo difícil de asumir para el que algunos todavía se atrevían a considerar no hace mucho como el último estado soviético de Europa. Si le aplicamos la variante de género, esta lista desvela asimismo otras desigualdades que por ahora había dejado de lado. Como suele ser habitual al relajar la vigilancia en estas cuestiones, no debería extrañarnos que ni uno solo de los filmes que he citado haya sido rodado por una mujer. No fui consciente de este aspecto hasta ahora, pero sí que percibí, durante el visionado de las películas, de la misoginia que evidenciaban. ¿Misoginia del film o de la sociedad que refleja? Pues un poco de todo, seguramente. Algunas películas se desmarcan de este tipo de simplificaciones (Deux jours, une nuit; Louise Wimmer), otros asumen una guerra de sexos (Ma part du gateau) que se entiende banalizada en el mundo empresarial (De bon matin, Le capital), sobre todo en las altas esferas, en donde los golden boys son siempre boys que se visten de oscuro y se rodean de muñecas barbie casi preocupantemente jóvenes.

Nassim (Liya Kebede en Le Capital, Costa-Gavras, 2012)

Nassim (Liya Kebede en Le Capital, Costa-Gavras, 2012)

Tessa (Marine Vacth en Ma part du gateau, Cédric Klapish, 2011)

Tessa (Marine Vacth en Ma part du gateau, Cédric Klapish, 2011)

Ante este panorama, y siendo conscientes de la misoginia latente que las entrona, preferimos a otras musas, y entre ellas a La fille du 14 juillet (Antonin Peretjatko, 2013): sin nombre (Truquette es el femenino de truc: persona o cosa indeterminada), vestida hasta en bikini con los colores de la bandera, la chica del 14 de julio parece proponerse como una nueva Marianne (el símbolo de la república francesa) de una sociedad en plena desintegración. “Crise économique: le marasme”. La película comienza con ese titular. Los títulos de crédito ya han desfilado sobre imágenes de las celebraciones de la fiesta nacional francesa, presididas por Hollande y Sarkozy, y aceleradas para ponerlas al ritmo de la música festiva que las acompaña. Ante la catástrofe, risas que preconizan este cóctel de nouvelle vage y cine francés hortera de los ochenta, patafísica y propuesta libertaria que despliega un humor bien alejado del negro y esperpéntico de los Kervern-Delépine. Color, ligereza, alegría y champán ayudan a llevar mejor un verano que se acorta un mes para compensar los efectos de la crisis, y sobre el que planea la amenaza (¿la esperanza?) de una nueva revolución que corte nuevas cabezas, tal vez las de aquellos que no dudan en empuñar el fusil a la mínima en la violenta Francia que retrata la película.

Truquette (Vimala Pons): A nova Marianne. Le fille du 14 Juillet (Antonin Peretjatko, 2013)

Truquette (Vimala Pons): A nova Marianne. Le fille du 14 Juillet (Antonin Peretjatko, 2013)

Cierro ya este repaso a algunos títulos significativos del cine francés actual, a los que no se les puede reprochar que vivan de espaldas a una realidad que muestran y, a menudo, denuncian. Extrañará, por tanto, que el último número de Cahiers du Cinéma (714, Septiembre de 2015) llame la atención sobre el vacío político del cine francés. Los críticos de la revista parten de una concepción particular de qué es político, remitiendo a la cuestión de la responsabilidad del cine. Algunos de los filmes que hemos reseñado en estas líneas son juzgados (la palabra no es inocente) a partir de su condición de mero reflejo de la sociedad y de su resistencia a ofrecer modelos alternativos. No estoy segura de compartir todas las premisas de los críticos de Cahiers, pero reconozco que el número tiene la virtud de poner el dedo en muchas llagas, y señalar las limitaciones de ciertas representaciones que favorecen el estereotipo y la polarización. No olvidemos, sin embargo, cuestionar cómo hacemos el reparto de responsabilidades, ni tampoco plantearnos a quién tenemos que exigir que nos saque de esta crisis.

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