PLAY, de Ruben Östlund

A QUÉ JUEGA PLAY?

Play (2011), último film del controvertido director sueco Ruben Östlund, recrea el robo sufrido por tres chavales blancos a manos de cinco muchachos negros. Esta película, que inflama cuestiones relativas a la constelación del poder y a la construcción de la identidad nacional, intensifica también el debate sobre la responsabilidad en la representación del racismo.

Hasta ahora, todos los trabajos de Östlund habían sido acogidos tanto con duras críticas como con entusiastas elogios, ya que tanto The Guitar Mongoloid (Gitarrmongot, 2004) como Involuntary (De ofrivilliga, 2008) habían demostrado un profundo deseo de desnudar a los suecos de su idiosincrásica rectitud. El núcleo de estas narraciones obligan al espectador a enfrentarse a sus propios prejuicios y debilidades como miembros de una sociedad hipócrita y cobarde.

Play no es una excepción, y su aproximación conceptual e intelectual está en sintonía con el paradigma de cierto arte contemporáneo, que tiene como objetivo estimular nuevas ideas en el espectador en lugar de limitarse a satisfacer determinadas tendencias estéticas. Establecer un acercamiento al modo en el que se construye la sociedad humana. Una forma flexible que opera en múltiples niveles.

Lamentablemente, a pesar de que la voluntad de Östlund es despertar a su espectador, Play necesita un espectador que ya esté despierto, o, de lo contrario, el film corre el riesgo de complacer argumentos racistas y alimentar el antagonismo entre la gente fuera de la pantalla. En consecuencia, para comprender el astuto meollo de Play y el mensaje crítico que quiere formular, la película necesita a un espectador que sea también crítico.

Pese a que el cineasta sitúa al espectador en una posición privilegiada, esta no es en absoluto cómoda. Su cámara quieta y observacional, que permite a la acción entrar y salir de cuadro, equipara la lente con los ojos de un observador humano, que pacientemente ve a la gente pasar por delante de su campo de visión. Esta decisión determina la responsabilidad de lo que se ve y de quien lo ve, pero no de quien lo muestra. Por tanto, ¿que es lo que se quiere que veamos? ¿Cuáles son las “ideas” que se quiere despertar en nosotros?

Comenzamos en un centro comercial, en un espacio público. Sin ningún tipo de introducción o comentario previo, nos topamos con cinco muchachos de entre once y trece años, que comienzan a perseguir a otros tres niños. La cámara se precipita sobre ambos grupos como si fuera la mirada de un asistente, en un centro comercial, en un autobús, en la calle… Un observador pasivo, que simplemente mira por curiosidad y aburrimiento.

Sin embargo, el espectador no tarda en advertir algo sospechoso: los dos grupos de muchachos se diferencian por el color de su piel, aparecen de una manera “racializada”. Incluso antes de que comience la acción, brota una sensación inquietante. ¿Que estoy viendo?”. O, mejor dicho, “quién son yo que ve?”. O, “quién es el espectador imaginario con el que está jugando Play?”.

El film continúa con su registro y ritmo observacional. Es un juego del gato y el ratón engañoso, que proyecta prácticas significantes y retóricas reveladoras. El grupo de cinco persigue a los otros tres a lo largo de todo un día, pero los primeros no ejercen su poder mediante la violencia, sino mediante la palabra y a un juego elaborado. Es un juego con expectativas y perjuicios. Y mientras los niños juegan, Östlund hace el propio con su espectador.

La cámara quieta y observacional de 'Play', que permite a la acción entrar y salir de cuadro, equipara la lente con los ojos de un observador humano, que pacientemente ve a la gente pasar por delante de su campo de visión.

Pongamos las cartas sobre la tabla. Ruben Östlund es un hombre sueco, blanco y de clase media, que creció en una tranquila isla a las afueras de Gotemburgo. Es un blanco de clase media dirigiéndose a gente de clase media, que usa a los Otros como esquema para este intercambio… y esto es problemático. Como resultado se vincula nuestra participación en la objetivación y subyugación de los otros como una forma de mal. Objetivizando a alguien le negamos su humanidad. Exponiendo a la sociedad sueca como una sociedad objetivizante, una sociedad malvada, el cineasta nos obliga a reconsiderar la construcción de nuestra identidad nacional.

Cuando hablo de mal, me refiero a la banalidad del mal, como la acuñó Hannah Arendt. Esta banalidad del mal no surge de acciones malvadas, sino de un comportamiento pasivo. Un mal que clama: “ese no es problema mío”. Ése es el consentimiento silencioso de la masa que sostiene la banalidad del mal. Así, el film se expone desde la pasividad del mundo adulto, la pasividad del asistente, la pasividad de cualquiera que piense que la cosa no va con él. La pasividad del espectador que se acomoda en su butaca y piensa: “ese no es problema mío”.

Tanto la fuerza como la debilidad de Östlund es la noción de distancia con la que narra sus filmes, como si observando desde la isla de su infancia pudiese mostrar la imagen completa de Suecia. Aún así, para un sueco el nivel de reconocimiento en su cine es alto, y es un reconocimiento al que sigue la vergüenza. En todos sus largometrajes realiza una observación y un reflejo sobre nosotros, de una Suecia que quizás no queramos reconocer: lo débiles que somos bajo la presión del grupo, lo cobardes que somos para enfrentarnos a las injusticias, nuestros esfuerzos por satisfacer el estatus quo colectivo, lo insensatos e ignorantes que somos con los otros y con nosotros mismos…

Ser sueco” es un concepto complejo, que se pode demostrar más claramente en un tono particular, en la manera de relacionarnos con los otros. Pero está también conectado con la idea de una clase media tolerante. En Play la clase no está ubicada explícitamente, a pesar de la extendida generalización de que, en Suecia, vivir en determinados bloques de apartamentos o simplemente ser inmigrante equivale a pertenecer a la clase baja o trabajadora.

Este film vincula el poder con ideas sobre la nacionalidad dentro del marco sueco, y nos implican, como diciendo: “¿Y tú? ¿Quién eres tú en este drama? ¿De qué manera participas en el hecho de meter a la gente en un saco o en otro? ¿Cuál es tu lugar en las estructuras del poder en nuestra sociedad sueca?”. No en vano, el debate suscitado por este film en la prensa se convierte en sí mismo en un epílogo performativo en la narración de Play. Un factor enormemente interesante.

Pienso que el malestar de muchos espectadores respeto a Play se deriva del énfasis que pone el film en la responsabilidad del espectador. Su intención puede ser buena, pero al no aportar una aproximación reflexiva propia, Östlund parece olvidar que el espectador no es el único responsable. Mirar a través de la lente de la cámara puede hacer que el director olvide que una posición espectadora es también una posición anárquica. En lugar de decir “quién son yo?”, podríamos decir simplemente “¿y quién eres tú?”.

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