RÓTTERDAM DÍA 4: TODOS TENEMOS UNA HISTORIA QUE CONTAR

Un niño de once años acompaña a su padre a recaudar el dinero de sus máquinas tragaperras en Barcelona. Entre bares, dentro de una Renault Express de las míticas, el padre le comenta al hijo lo siguiente: “Si me tuviese que mudar a un país muy lejano, ¿vendrías conmigo?”. Y así sucede que la familia termina viviendo en el otro lado del charco, donde nuestro protagonista se enfrenta a una adolescencia llena de complicaciones, tiene su primer amor, y ya adulto regresa a su país natal invadido por una inmensa nostalgia. Esa es mi historia, muy por encima, y me he visto obligado a compartirla porque me lo ha pedido uno de los personajes creados por Lee Kwang–Kuk en su primer largometraje Romance Joe.

Ayudante de Dirección del mismísimo Hong Sang-Soo en Hahaha y Tale of Cinema, el ahora también realizador surcoreano se presenta a Rótterdam con una obra en forma de contenedor, en la que todos los personajes son narradores. Es una película dentro de una película que, a su vez, forma parte de otra película. Vale más no intentar poner en orden lo que vamos encontrando al abrir cada una de estas muñecas rusas, pues corremos el peligro de descubrir que somos el producto de la imaginación de otra persona. Esto es precisamente lo que le sucede al personaje principal. El alter ego de Kwang – Kuk en la pantalla, tras un bloqueo creativo, decide emprender un viaje a un lugar apartado de Seoul para reflexionar sobre cuál debe ser el siguiente paso en su vida. El primer amor, el suicidio, el cine, la infancia son las claves de la temática de esta Alicia en el País de las Maravillas editada a golpe de planos secuencia en los que la cámara se mueve entre los personajes dentro de una habitación o se mantiene fija frente a un camino, una mesa en una cafetería o un colchón en el suelo sobre el que los amantes comparten intimidades. Sútil y elegante en momentos que podrían resultar escatológicos y sin alejarse del detalle, el autor nos dice que todos tenemos alguna historia que contar independientemente de saber cómo hacerlo. Divertida y muy recomendable para todo aquel que atraviese por una crisis existencial, Romance Joe es una obra llena de referencias al cine, un ejercicio de estilo narrativo y seguramente un alivio para su director.

Hoy he empezado a comentar las películas por el último visionado, probablemente porque de todas las que he visto es la que me ha resultado más ligera. Dejo lo difícil para el final y hago un flashback a esta mañana. Medio dormido (y por lo pelos) llego a De Doelen y subo al cuarto piso. Hoy toca sufrir a primera hora con Livingdel ruso Vasily Sigarev. Tras su debut con Wolfy, el dramaturgo del Este dispone frente a nuestros ojos tres historias unidas por la tragedia. Una madre ex-alcohólica espera reunirse con sus hijas, al mismo tiempo una pareja joven se casa sin saber que su unión acabará de forma brusca, y un hijo mira por la ventana esperando que su padre venga a buscarle. Cuando la tragedia se desata todo se vuelve horrible, violento y lleno de sangre, de sufrimiento y de una impotencia que produce un nudo en la garganta difícil de deshacer.

El espectador tiene la oportunidad de experimentar ese dolor y aprender la lección por medio de la catarsis. Algo que me trae a la cabeza Azulde Krzysztof Kieslowski, pero sin el glamour de Juliette Binoche y con unos personajes rudos, histéricos y muy rusos. Me quedo con la secuencia en la que la chica corre por los pasillos de un tren de pasajeros abriendo y cerrando las puertas de los vagones, con una cámara que recoge planos cortos, que se mueve con ella perdiendo el aliento y que se detiene de repente para dejar que la figura del personaje se pierda en el fondo del encuadre. Se trata de una referencia al clásico juego de espejos enfrentados que repiten la imagen hasta el infinito. Y también conservaré en la memoria los tres últimos planos de la chica esperando en la parada del y que me refrescan el final de Francesca de Bobby Paunescu.

Y ahora vamos con mi unicornio. He de decir que hoy he visto las tres pelis una tras otra con menos de media hora de descanso. Conozco a alguno que todavía apura más, pero a mí me supera. La verdad es que soy un tío demasiado sensible. En Sudoesteel brasileño Eduardo Nunes nos demuestra su amor por los travellings laterales interminables (que, seguramente debido a la proximidad de su muerte, me recuerdan a Angelopoulos) muchos de ellos con ramas o plantas de por medio y en los que la acción se desarrolla casi en el fondo. De hecho la cámara se mueve mucho, y muy despacio. Tan importante es el recorrido de este movimiento como el encuadre con el que acaba, y ahí el realizador da muestra de su gusto por la simetría en la imagen y por la composición triangular. Rodada en blanco y negro, y con mucha paciencia, esta historia de redención fantasmal propia de la brujería es una parábola mágica (algo a lo que remite el título, ya que el sudoeste de Brasil es una región inexistente).

La narración se apoya sobre dos puntos fundamentales. Ambos hacen referencia al mismo momento pero de forma opuesta. Por un lado, la Clarisa niña (la protagonista) se acuesta en la orilla del lago y cuando cierra los ojos vemos una serie de imágenes casi irreconocibles, entre ellas una vela encendida en la oscuridad, que se suceden con rapidez. Momentazo thriller de esos que te hacen estremecer en la butaca. ¿Qué ha visto? O mejor dicho, ¿qué hemos visto? Lo descubriremos casi al final, cuando la Clarisa vieja reposa en su lecho de muerte para verse de niña tirada en la orilla justo antes de que la vela se apague. Y así es la vida, “unos se van y otros llegan”, una vela encendida cuya (-) se consume. Por el camino, un amiguito de la infancia (o un hermanito), un padre distante y frío sobre el que cuelga un cartel en el que se lee la palabra “incesto”, y una comunidad que vive de la producción de sal y que lo pasa mal porque el lago se está secando demasiado rápido. La existencia en un día. He leído que la obra evoca memorias del húngaro Bela Tarr, pero hasta ahí mis referencias cinéfilas no llegan.

Y aquí me detengo por hoy, porque me he prometido a mí mismo que me concedería una noche de fiesta en el IFFR y me voy a WORM BY WOOD. A ver a quién me encuentro.

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