SEFF 2013 (2/2): LAS NUEVAS OLAS, LA RENOVACIÓN MINIMAL DE ESPAÑA Y FRANCIA

No vamos a entrar en si los jurados de este SEFF 2013 eligieron el mejor filme de cada sección. De lo que sí estamos seguros es de que escogieron títulos muy representativos. Si L’inconnu du lac (Alain Guiraudie, 2013) era un ejemplo perfecto de esa narrativa atmosférica de la que ya dimos cuenta, los galardones a La jungla interior (Juan Barrero, 2013) y Costa da Morte (Lois Patiño, 2013) como mejores ficción y documental respectivamente, de la sección Las Nuevas Olas, vuelven a dar en la diana. Estos dos filmes, junto a los otros patrios presentados en la segunda competición, y a la cosecha gala de este año, parecían buscar una renovación formal por la vía del minimalismo. Quizás más por deber que por voluntad – los presupuestos de estas películas son ridículos, como es lógico por la situación económica de España – todas estas propuestas encuentran soluciones narrativas y estéticas coherentes con sus modelos de producción. De Costa da Morte ya ha hablado en esta revista pormenorizadamente Horacio Muñoz. Parafraseándole, “todas sus influencias románticas europeas (de Patiño) acabaron, cómo no, cristalizando en el intento de captar el espíritu del pueblo gallego, su volksgeist”. Estas influencias son principalmente pictóricas y, en efecto, se sitúan justo entre el hombre y la tierra, en esa suerte de fusión metafísica con el paisaje que pretende el Romanticismo. Tratándose de un paisaje gallego, es imposible para nosotros no sentirnos identificados con lo que se ve reflejado en la pantalla. ¿Los recursos narrativos? Mínimos, pero eficaces. Planos fijos de la basta geografía de la zona, recogidos desde muy lejos, con las figuras humanas perdidas en esa inmensidad. Para Patiño, es importante recoger el mundo del trabajo, así que toma registros de todas las profesiones tradicionales de la zona, y los monta siguiendo un concepto de eterno retorno a lo largo de dos jornadas. En esencia, quiere mostrar esas rutinas. Pero esto añade también un punto mítico al valor patrimonial y etnográfico de la propuesta. Como advierte el lector, estamos ante una obra compleja, de múltiples interpretaciones, que seguramente se cuenta entre los trabajos que mejor han definido la identidad gallega en la historia de nuestro cine. ¿Pero cuál es la principal contribución de Costa da Morte respeto de los anteriores cortos paisajísticos del autor? Diría que el registro de las conversaciones, recogidas con el mismo tesón que Patiño la imagen, por Carla Andrade. Todas ellas parecen sincronizadas con las pequeñas figuras que vemos en el cuadro, pero no lo están. Son como una suerte de voz del pueblo, que sale directamente de la tierra. Historias superfluas, comunes, otras míticas y espectaculares; todas ellas, de tanto repetirlas, se han quedado en el imaginario común de una región que impacta a todo el que la conoce.

Influido por Darwin, Juan Barrero también va en la busca de un paisaje en unas islas del Pacífico, o más bien en la de un animal. No he anotado cuáles son las islas ni el animal en cuestión, y en la sinopsis no las veo por ninguna parte. Y no me extraña, porque da igual. Esto no es más que una excusa para componer una metáfora en torno al impacto de la naturaleza, de los ciclos vitales, en nuestras vidas. Esa La jungla interior del título hace referencia tanto a un misterio perdido entre la vegetación de esas islas, como al descubrimiento de unos sentimientos escondidos y desconocidos en el interior del protagonista. Lo interesante es la confrontación de dos registros, este documental de naturaleza poético y burlón en la isla, con una voz en off en un neutro danés que remite casi a las tardes de La 2; contra el modelo de diario filmado que compone otra parte de la película. Una cámara íntima, táctil, que funciona de instrumento entre el director y su joven Gala, embarazada sin pretenderlo cuando él vuelve de la expedición. La distancia entre ellos es enorme, porque Barrero no acaba de adaptarse a lo que se le viene encima, y no reconoce a su pareja en el cuerpo inflado de Gala. Se acerca a ella a través del visor de su cámara como si de un hipopótamo se tratase, y es solo a través del cine que se reconciliará y reconocerá por fin a su compañera. La jungla interior, por lo tanto, tiene en el centro de sus conflictos la aceptación de la paternidad, y en este sentido puede considerarse un filme generacional, el de aquellos que nacieron en la tardía Transición.

Cuestión de formatos

Esto es algo que comparte, por muy lejos que estén los dos filmes en lo temático, con El futuro (Luis López Carrasco, 2013). Carrasco toma precisamente el triunfo electoral del PSOE en el 82 como contexto histórico en el que sitúa una fiesta en una casa, en la que se reproducen todas las manías estéticas de los modernos de la época. El director artístico Víctor Colmenero y la encargada del vestuario, Ana Martínez Fesser, se han tenido que poner las botas con el trabajo. Pero ojo, no estamos ante una revisión nostálgica a lo Cuéntame cómo pasó (Miguel Ángel Bernardeu, 2001 – y dura…). El futuro es un filme muy contemporáneo, que esgrime en realidad como principal tesis que quizás ese futuro del título ya ha llegado, pero seguimos pensando en él. No es una referencia temporal, sino, de nuevo, una metáfora. Los integrantes de la fiesta hablan desde política – hay una curiosa conversación sobre la posible justificación de ETA – hasta de trivialidades con jerga de la época – la selección musical que suena de fondo es también destacable. Pero todas estas micro-narraciones en un mismo espacio tienen algo en común: la sensación de que estamos en un fin de fiesta, de que algo ha cambiado en el ambiente y que nos dirigimos sin frenos hacia algo nuevo, no sabemos si bueno, malo, mejor o peor, pero esta sensación deja un mal rollo en el cuerpo… ¿Os suena? Más allá de las interpretaciones políticas y de la cuidada estética de la época, hay que añadir quizás lo más importante: el filme está hecho en 16 mm., fotografiado por ese otro cineasta marginal – en el sentido cariñoso de la palabra – y magistral que es Ion de Sosa. La película física, el negativo y su proceso, se ve en pantalla. El montaje queda al descubierto, con todas las imperfecciones del formato, que integran la narración del filme. El futuro es por esto tan friki como cool y, desde luego, una rareza con mucha personalidad.

O quinto evanxeo de Gaspar Hauser (Alberto Gracia, 2013) entra también en este juego con las impurezas del formato. El filme del ferrolano, una reescritura personal de la cinta de Werner Herzog Kaspar Hauser – Jeder für sich und Gott gegen alle (El enigma de Kaspar Hauser, 1974), reflexiona sobre el proceso de construcción del lenguaje – en este caso, cinematográfico – a través de una estructura por capítulos que van apuntando ideas, componiendo una atmósfera (de nuevo) más que contando una historia. Procedente del mundo de las artes plásticas, Gracia elabora un artefacto fílmico no identificado que cuenta con grandes secuencias, especialmente el capítulo en el que busca triángulos en la naturaleza. Quizás irregular, pero desde luego valiente, es la película de un niño que aprende a mirar, que no tiene miedo a volver a la caverna para corregir los errores de una narración viciada.

Antes de pasar con los franceses, hay un último filme español que mereció nuestra atención. No podemos ser completamente honestos y objetivos con Pettring (Eloy Domínguez Serén, 2013), vaya por delante, pues nos une a su protagonista, co-fundador de esta revista, un vínculo de amistad. Sin embargo, sería ridículo omitir la crítica de este filme solo por la camaradería que tenemos con Eloy. Quizá sea bueno apuntar que contamos con información privilegiada – aunque resulta obvio tras el visionado – para trazar las coordenadas de Pettring. Su estilo se ve profundamente influenciado por el encuentro que mantiene para esta revista con Andrés Duque a inicios de 2012. Como él, Domínguez Serén usa el móvil como herramienta de trabajo a modo de diario filmado, y esa estética – tan ligada de nuevo al formato – es la que marca su cine. De los filmes españoles presentados, puede que sea el más minimal. La obra es algo tan sencillo como grabarse trabajando, grabar mientras pasea, grabar los encuentros con los amigos, grabar el día a día con su pareja. En este sentido, puede verse también la influencia de los autorretratos del Haia en Vikingland (Xurxo Chirro, 2011), sobre todo porque el tema, la emigración, coincide. Con todo, el tono se acerca más al del diario filmado de Ross McElwee, tanto en su vertiente performativa como en el humor que destila – Domínguez Serén siempre ha sido un admirador de su cine, y lo conoció personalmente en la edición de 2012 de Play-Doc. Con todas estas referencias, que hace propias hasta diluirlas en una potente marca autoral, el director presenta extractos de vida – de nuevo, fragmentos para una atmósfera – que van más allá de su realidad como emigrante en Suecia. Al hacer referencia a las experiencias de los padres, también emigrantes, se establece una suerte de continuo histórico, que habla en el fondo de la identidad gallega en el exilio. Desde puntos estéticos contrarios, Domíguez Serén y Patiño están hablando de la misma realidad: Galicia. El título Pettring, aprendiz en sueco – palabra que encuentra escrita en el mango de su herramienta de trabajo como peón de obra – es toda una declaración de intenciones de un cineasta que, en efecto, apunta cosas. Las más importantes para mí, su sutil sentido del humor y la capacidad para hacer de lo personal algo universal.

La Nouvelle Vague… ¿y eso qué es?

Los cinéfilos francófilos como yo asociamos siempre el cine de autor de este país con Truffaut, Godard y compañía. Tras ellos, todas las generaciones posteriores se definen como seguidoras o por romper con la Nouvelle Vague. Por eso da gusto ver que una nueva hornada de realizadores galos en la treintena están pasando de todo esto, para renovar el cine de autor francés con otros parámetros. La lista de la clase es Justine Triet, que ya apuntaba maneras en sus cortos Solférino (2008) y Vilaine fille, mauvais garçon (2012). La bataille de Solférino (2013) no deja de ser una puesta al día de estos dos cortos. El primero, documental, filmado durante las elecciones que pusieron a François Hollande al frente de la República, incluye testimonios en la calle de los manifestantes y votantes, recogiendo el espíritu que se vivía en las calles en esos días de sufragio. La segunda, de ficción, es una comedia romántica con mucha carga social, en la que la risa surge de una suerte de patetismo cotidiano, encarnado perfectamente por una histriónica Laetitia Dotsch, que da vida a una mujer en busca de sí misma. En sus propias palabras, “una perdedora”. Su personaje en La bataille de Solférino podría considerarse una variación del de el corto, con la diferencia que en vez de hacer frente a un hermano con problemas psicológicos muy caprichoso, tiene que enfrentarse a un ex-marido psicótico, mientras cubre como periodista precisamente la victoria electoral de Hollande. Los actores tienen un tratamiento, sí, pero improvisan. Hay una puesta en escena en la manifestación, sí, pero muchas de las imágenes son reales – sacadas precisamente de Solférino. Por lo tanto, la película pulveriza tanto las convenciones del registro ficción/documental como la noción clásica de guión. A su manera, es también un retrato muy honesto y contemporáneo del modelo de familia que se extiende hoy por las ciudades galas, y también la puerta de entrada en el cine de dos intérpretes con una vis cómica impresionante: Laetitia Dotsch repitiendo con Triet y Vincent Macaigne incorporándose a esta divertida batalla, conyugal y política.

Macaigne es un actor a tener en cuenta, pues repite un papel casi idéntico, con el mismo éxito, en uno de los otros filmes franceses de Las Nuevas Olas: La fille du 14 Juillet (Antonin Peretjatko, 2013). En este caso, estamos ante una road-movie completamente desmelenada que sigue los pasos de sus dos protagonistas masculinos por buena parte de Francia, en la búsqueda de la mujer amada, encontrada el 14 de julio, día de la Bastilla. Es curioso que estos dos filmes, siendo tan intimistas y apostando por una puesta en escena que no sigue un guión rígido, sí tengan como telón de fondo eventos tan representativos para la política gala. Hay una suerte de retrato grotesco de la sociedad francesa, como si a través de la sátira pudiéramos llegar a una tabula rasa a partir de la que re-idear los principios de la República. ¿Tendría razón Sarkozy, independientemente de los términos en los que la presentó, en lanzar la cuestión de la identidad gala? ¿Por qué parecen estar en crisis los principios de la República y por qué los nuevos cineastas galos lo representan de este modo en el cine?

Por otro camino bien distinto va Rebecca Zlotowski en Grand Central (2013). También muy minimal, su propuesta se centra más en la construcción de una atmósfera que en desarrollar una línea narrativa determinada, a modo de como lo haría Claire Denis, y con un tratamiento del paisaje industrial que bebe de Antonioni. Léa Seydoux, Tahar Rahim y Denis Ménochet viven un triángulo amoroso en paulatina tensión, comparable a la que experimentan los dos protagonistas masculinos en una central nuclear, con el peligro de la contaminación radiactiva siempre asomando.

No hay, como decimos, una gran conexión temática y de estilo entre los dos primeros cineastas y la tercera. Sin embargo, los Cahiers du Cinéma1 insistían en ponerlos juntos, al lado de Yann Gonzalez – lo mencionamos en Sitges –, Djinn Carrénard, Guillaume Brac y Thomas Salvador; entre otros cortometrajistas como Mati Diop – de ella ya hablamos en el FID Marseille. Los críticos tenemos esa manía de crear movimientos donde no los hay. En todo caso, estos Nuevos Cineastas Franceses, o como queramos llamarlos, claramente presentan elementos de interés suficientes como para considerarlos una generación renovadora de esas constantes que vienen definiendo la filmografía gala desde la Nouvelle Vague.

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Hubo más títulos en Las Nuevas Olas que no llegamos a ver en nuestra corta estancia en Sevilla, o que por el espíritu de esta crónica, no vienen al caso. Sin embargo, ya hablamos en otros artículos anteriores de filmes incluidos en esta selección. E Agora? Recuerda-me (Joaquim Pinto) en Doc Lisboa, Holy Field Holy War (Lech Kowalski), Lacrau (Joao Vladimiro) y Soles de Primavera (Stefan Ivancic) en FID Marseille.

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1VV.AA. (2013) “Événement. Jeunes cinéastes français”, Cahiers du Cinéma, 688, abril 2013, pp. 6-43

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