SOMEWHERE, de Sofia Coppola

Somewhere

SOFIA COPPOLA Y EL ‘ART FILM’ ESTADOUNIDENSE

En octubre de 2007, quien suscribe estas líneas fue obsequiado con uno de los mayores regalos que cualquier amante del cine podría recibir. Asistí a un encuentro con el mismísimo Francis Ford Coppola en el marco del Festival de Roma, en el que estaba presentando Youth Without Youth (2007). Y no solamente eso, sino que también tuve el privilegio aún mayor de poder formularle una pregunta en el fugaz turno de intervención del público. Mi cuestión, preparada a conciencia por si acaso tenía esa suerte, estaba relacionada con esa híperconocida y mitificada generación de cineastas norteamericanos surgida en la década de los setenta, la casi unánimente denominada ‘edad de oro’ del cine de autor en Hollywood, de la que el señor Coppola fue una de las cabezas más visibles, y si pensaba que alguna vez se iba a repetir otra generación de tal magnitud y repercusión. Su respuesta, bastante segura y decidida, afirmaba sin miedo la existencia de una serie de realizadores con un marcado espíritu autoral y con una buena comunión con la industria y con el público. Resueltamente atrevido, citó una serie de nombres, entre los que, medio titubeando, colaba el de su amada hija, que también acudiría posteriormente al estreno de la película.

Recuerdo esta anécdota a raíz de un artículo de Owen Gleibermann, redactor de Entertainment Weekly, a principios de año, en el que el periodista pregonaba un retorno del art film de sello estadounidense, a propósito de dos títulos de reciente estreno (todavía inéditos en España): Blue Valentine (Derek Cianfrance, 2010), y el filme que nos ocupa, Somewhere (Sofia Coppola, 2010), León de Oro en la pasada edición de la Mostra de Venezia. Gleiberman, afirmándose inicialmente detractor de todo lo susceptible de ser englobado por esa cínica, peligrosa y contraproducente etiqueta (que va desde el más definible concepto de ‘cine de autor’ hasta lo que aquí muchos llamaríamos, a veces sin saber muy bien porqué, ‘cine de arte y ensayo’, con mención explícita incluida a Vincent Gallo y al primerizo James Gray), acaba por alabar ambas películas, a las que califica de “vigorizantes y accesibles, fascinantes y reales”. Y de hecho, siguiendo la visión de Coppola padre, no duda en comparar esta supuesta emergente tendencia, efectivamente, con la gloriosa generación de los setenta. ¿Podemos aventurar, entonces, una cierta tendencia de cine de autor en la industria estadounidense en lo concerniente a los modos de hacer de la escena de Sundance? En lo que respecta a Somewhere, rotundamente no.

El periodista va tan lejos que incluso se atreve a describirla como una especie de «8 ½ (Federido Fellini, 1963) adaptado a las celebrities modernas. Lo que realmente parece, con todos los respetos para Fellini y su obra, es una vacua, desalmada y fallida versión de La Dolce Vita (1960) enfocada a la dimensión íntima e individual. Pero donde realmente nos topamos con la mayor de las decepciones es en la cuestión principal con la que comencé este artículo: la buena salud del cine americano de autor en general y de la filmografía de Sofia Coppola en particular. Pues bien, contrariamente a lo que cabría pensar a la hora de enfrentarse al ya cuarto largometraje de la realizadora italoamericana, éste supone una completa involución tanto autoral como artesanal en su trayectoria.

Aquella sorprendente debutante que nos había llamado la atención con el hipnótico drama adolescente The Virgin Suicides (1999) y reclamaba una cátedra con un logrado retrato de la soledad metropolitana en Lost in Translation (2003), parecía haberse perdido por los corredores de un Versalles hortera y post-grunge en Marie Antoinette (2006), pastiche videoclipero en elque el concepto de narración parece esperar escondido en la nevera. Pues bien, esa barricada en el camino, indultable gracias a los logros de una prometedora y loable emergencia, resultó ser finalmente el inicio de un peligroso y acelerado retroceso que puede quedar engañosamente camuflado bajo una recepción crítica exagerada y grandilocuente.

Somewhere se desarrolla a modo de redundancia cíclica, de bucle de un primer acto inconcluso que no parece saber ni querer dar el siguiente paso. En los primeros cinco minutos ya nos hacemos una amplia idea del estado emocional de su protagonista absoluto, un estado que apenas transmuta cuando los créditos aparecen para cerrar la película. Sofia Coppola, del mismo modo que su personaje, viaja a una Europa ficticia, edulcorada, irreal. La directora parece atónita y poseída por una errónea concepción del cine europeo en sí mismo y como avatar del cine de qualité, una convicción más que errada de que la codia debe tener más peso que el núcleo, y que el público europeo va a aplaudir una propuesta tan desbarajustada sin vacilar, a las primeras de cambio.

Sus elecciones formales marcadas parecen querer convencer a mucha gente pero no a ella misma. Aunque las huellas de su particular gusto compositivo son fácilmente detectables, desde la primerísima secuencia, toda una declaración de intenciones cumplida al pie de la letra, la cineasta destila una forzada intencionalidad que enseguida nos conduce al mayor de los errores que puede cometer un artista, un autor: la pérdida de la confianza en uno mismo. Apenas se pueden destacar una media docena de breves secuencias poseedoras de una auténtica fuerza, en un conjunto que se sabe incapaz de encontrar el norte en ningún momento. La música extradiegética, rasgo distintivo de sus anteriores trabajos, brilla aquí por su ausencia.

Lo peor de todo es que la directora acaba por declararse culpable, reconociendo su impotencia narrativa. Durante todo el metraje pretende que la empatía circule a través de la contención, del silencio, de la metáfora, siempre de manera implícita, para finalmente romper con los esquemas que ella misma diseñó y no supo mantener. La revelación final de la culpa y del remordimiento de parte del protagonista, ese supuesto clímax, único atisbo de evolución dramática y argumental, que precede a un manido epílogo, llega a nudos de la manera más directa, verbal, explícita y evidente.

En definitiva, una fallida, pretenciosa y desacertada representación de la estrella de cine sin rumbo y sin valores. El intento de retratar el vacío moral mediante el vacío narrativo y expresivo no cuela. La banalidad no se puede combatir con más banalidad. Finalmente, parece que la propia cineasta es ese mismo divo al que pretende que detestemos. Lo siento, señor Gleiberman. Si realmente está buscando un resurgir del art film, este no es el camino ni estas las maneras.

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