EL CLUB, de Pablo Larraín

Con iluminación fría y música lente Pablo Larraín nos presenta en menos de tres minutos a los personajes y el escenario en el que se desenvolverá este oscuro filme. Un hombre juega con su perro a la orilla del mar, una mujer friega el patio, el interior de una lúgubre casa, miradas tristes, y miradas cansadas. Cuatro sacerdotes y una monja viven en una pequeña casa en un pueblo junto al mar. Ya no pueden ejercer en sus parroquias, y la Iglesia los mantiene allí con el propósito de que recen, reflexionen y hagan penitencia.

Después de examinar la dictadura de Pinochet en películas como Post Morten (2010) y No (2012), el director chileno reflexiona de nuevo sobre la situación política y social en su país, esta vez con un acercamiento a la clase eclesiástica de Chile. «Y vio Dios que la luz era buena, y separó Dios la luz de las tinieblas». Con este epígrafe inicial, el director pone sobre la mesa el debate sobre la división entre la claridad y la obscuridad, la verdad y la mentira.

A medida que el filme avanza Pablo Larraín nos muestra poco a poco las represiones, los deseos más íntimos y los sentimientos encontrados que cada una de esas personas vive y sufre. Aquel vagabundo que habla a gritos sobre sexo y masturbación supone una provocación que incomoda a los sacerdotes. En esto vemos el contraste, el vagabundo irrita a estos hombres porque expresa de un modo explícito y sincero sus deseos sexuales, los que precisamente ellos tratan de contener y refrenar. La presencia del vagabundo se transforma por lo tanto en una provocación constante que le recuerda a los sacerdotes la razón por la que están en aquella casa. Le recuerda también esos deseos y su necesidad de expresarlos. Es por eso que cuando el Padre García llega, las conversaciones que los hombres mantienen con él siempre tienen un tinte sexual y de provocación. Se puede decir que el vagabundo juega un papel principal dado que desencadena todos los problemas que allí tienen lugar, o mejor dicho, hace que salgan a la luz, ya que los problemas se derivan de los conflictos internos con los que cada persona que vive en aquella casa lucha día a día.

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Pero desde mi punto de vista el tema más interesante que Pablo Larraín nos plantea a través de este filme no son los conflictos internos ni las represiones de origen sexual, sino la cuestión de la penitencia así como también el encarcelamiento. El director chileno explora con esta película lo que supone la penitencia para estos hombres, del mismo modo que explora el significado de términos como la reclusión. Hasta que punto se puede decir que esos hombres están recluidos? Hasta que punto se puede decir que aquella casa es una cárcel?  Liarían sitúa la impunidad en el punto de mira. Dado que tienen ciertas facilidades y comodidades, aquí el peor castigo es quizás el de convivir con ellos mismos. Es por eso que, ante la imposibilidad de establecer contacto con ninguna persona del pueblo, sus vidas giran alrededor de un galgo corredor en el que ponen todas sus ilusiones. El galgo representa para ellos esperanza e ilusión, pero también afecto.

Esos sacerdotes cometieron delitos y abusos, pero se encuentran en una casa en la que tienen una cama en la que dormir y un plato caliente sobre la mesa cada día. Por eso también cabe plantearse entonces la doble moral de la Iglesia, una iglesia que manipula, esconde y falsifica a su antojo. Liarían nos presenta aquí la institución eclesiástica como hipócrita y deshonesta, y su facilidad para resolver problemas bochornosos secreta y confidencialmente. A pesar de que a primera vista se puede pensar que cae en los mitos de la homosexualidad y la pedofilia, el director va mucho más allá y recorre temas tan profundos como la moral y la carga de conciencia. La moral de una Iglesia que no aprueba el consumo de alcohol ni las apuestas, pero que se muestra impasible ante el abuso y la mentira para el beneficio propio.

Parece que el director intenta lograr nuestra empatía con los personajes mediante la proximidad de la cámara. Los primeros planos muestran caras preocupadas, tristes, a veces rencorosas y resentidas. Pablo Larraín usa además el humor de un modo genial, de modo que a través del conocemos mejor la historia y nos acercamos más a los personajes. Pues es esa extraña comicidad la que nos revela que la casa no es más que un intento de la Iglesia por esconder a los sacerdotes pecadores.En el filme prevalecen las escenas nocturnas, los espacios claustrofóbicos y los gran angulares, todos los exteriores se filman desde lejos. El exterior es observado por los sacerdotes mediante prismáticos. Porque ellos deben permanecer escondidos, en la penumbra, como castigo. Son exiliados del trato con los demás, alejados de la vida pública, pero también de un tribunal que dictamina sentencia, de la justicia. Pero en ningún momento muestran remordimiento, tampoco arrepentimiento ni propósito de enmienda. La purgación no es posible sin un sentimiento de culpa. Los sacerdotes siempre se intentan excusar; porque fueron malinterpretados, engañados o los hechos fueron deformados y falsificados.

El director chileno arriesga con un tema delicado y con una película en la que los personajes principales son representativos de algunos casos e los que la Iglesia Católica se vio envuelta en su país y también en el resto del mundo. Liarían combina una excelente fotografía con el uso de una música inquietante y repetitiva para crear un filme de denuncia y construir una narración a medio camino entre el thriller y el drama, con el propósito de retratar la sordidez y la miseria. Con una media hora final que hace que se nos pongan los pelos de punta, El Club cuenta con un guión, dirección, interpretaciones y fotografía espectaculares.

 

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