HABLAR SOBRE ‘FÓRA’ PARA HABLAR SOBRE CONXO

Mónica Gorenberg es una psicóloga y psicoanalista argentino-aragonesa a la que hace unas semanas le preguntamos su opinión sobre Fóra (Pablo Cayuela e Xan Gómez Viñas, 2012). La idea no es que ella, que es muy cinéfila, nos escriba una crítica cinematográfica sobre la película, sino más bien que realice una lectura, su lectura, desde el punto de vista de la psiquiatría.

Cuando acabé de ver Fóra recordé una expresión de los años setenta, ‘a piece of conversation‘, que se refería a aquellos objetos cuya función era permitir el inicio de una conversación. Eso me parece que podría ser esta película, una manera de comenzar a hablar del psiquiátrico de Conxo. Y hablar de un psiquiátrico, ese monstruo, que llega a tener las dimensiones de un pueblo, es hablar de sus relaciones con el lugar en el que se enclava: las relaciones con las instancias administrativas, el poder político, los que hacen negocios con la comida, la ropa y el trabajo de los enfermos, los médicos, los trabajadores, los auxiliares. Y más cosas. Podemos hablar de la relación del pueblo, luego barrio, con el psiquiátrico. O de la corrupción a costa de seres degradados, explotados, como se apunta brevemente. Se puede hablar de tantas cosas y, finalmente, sólo se habla, un poquito, de todo.

Lo primero que me sorprendió fue la ausencia de referencias temporales claras en la película. Parece que se habla desde el presente pero… rápido, voy a google, y me entero de que el psiquiátrico todavía existe. Sorpresa. Hay una noticia de enero de este año que informa del, al parecer, definitivo traslado de los enfermos que aún residen allí a otro tipo de… ¿instalaciones, residencias, hospitales, geriátricos? Me pregunto si sirve esto que he buscado: sí, quizás sirva para leer el material rodado desde este après coup, este punto final. Conxo, un lugar anacrónico. Un lugar detenido en el tiempo a donde parece que no llegó, ni siquiera, la ley de sanidad de 1986.

La emoción y los datos

El último hospital psiquiátrico urbano de España. Eso no es una anécdota: es ya categoría. Quizás una frase sirva para enmarcar mi aproximación. Entre los materiales de archivo que se incluyen en el metraje aparece el fragmento de un debate televisado: noviembre de 1983. Un médico habla de Conxo, en forma crítica y en un lenguaje bastante profesional. Aspecto ‘progre’. A continuación interviene el director del psiquiátrico. Dice que no va a hablar desde la emoción, como al parecer habló el médico. Porque la emoción impide ver las cosas claras. Él va a hablar desde las cifras, las matemáticas. Aparte de señalar que el director sí se emocionó, porque despidió al médico inmediatamente, podemos decir que es difícil hablar de estas cuestiones sin emoción. Por eso, el documental busca cierta poesía en el tratamiento de las imágenes, aunque quizás este intento lastre al final su resultado.

Unas imágenes históricas y un plano del edificio. Magnífico, seguramente, como es magnífica la escalera. Un edificio concebido con lujo, pero rápidamente superado por las necesidades y características de la población que finalmente acoge. Relato (breve) de algunos intentos de mejorar la situación, pero lo que se nos cuenta de los años treinta obedece a las reivindicaciones de los trabajadores. No hay noticias de los aspectos médicos o asistenciales. Y de pronto, ya estamos en los setenta. Un médico habla de un intento de reforma. Algunos residentes son despedidos. Habla como si no hubiera tenido relación con el exterior, pese a que los años setenta fueron decisivos en el abordaje de la institución manicomial y en la definición de enfermedad mental. Sólo hacia el final habla de la antipsiquiatría, y si bien se dice que la italiana fue buena, que cerró los psiquiátricos, la otra (¿cuál?) dice que la enfermedad mental no existe, y eso no es bueno para los enfermos. No sé de qué habla este profesional, pero nadie le contesta.

Antipsiquiatría, término utilizado por primera vez por el psiquiatra David Cooper en 1967, fue el movimiento, teórico y práctico, que abrió la consideración de la enfermedad mental como síntoma de nuestro tiempo, nuestra organización social y económica. Es difícil resumir todo lo que significó ese movimiento: eliminar el electroshock como tratamiento ‘por defecto’, cierre de manicomios, apertura de comunidades terapéuticas, estudio de la familia, etc. La lucha por los derechos civiles de los enfermos, la retirada de la consideración de la homosexualidad como enfermedad mental.

¿Pero, qué pasaba en Conxo con todo esto? No lo sabemos, el documental no lo aborda. 1500, 1000, 600 enfermos en 1983. Se dice que en ese pueblo, hoy barrio, no hay industria. “Conxo es la fábrica de Conxo”. Como otro tipo de instituciones, una cárcel, por ejemplo, que la gente no quiere, pero que se convierte en un motor económico del entorno. Y es que la psiquiatría, por desgracia, es la rama pobre de la medicina. Un cardiólogo, un anestesista, se siguen formando. Acuden a cursos, a congresos. ¿Y los psiquiatras? A congresos organizados por las farmacéuticas. No se forman, se enteran de las últimas novedades.

Al final de la película, el parlamento breve de un profesional afirma que si no se avanzó en la época en la que había dinero, ahora será peor. Es verdad que todo es mejor con dinero, pero no se llega a explicar el porqué del fracaso cuando lo hubo. Y no se dice que sin la complicidad del poder médico nada es posible. Ni el olvido, ni el progreso. Los movimientos de los años sesenta, setenta y ochenta no se produjeron sólo con dinero. Comenzó con el empuje de los profesionales de psiquiátricos como el de Conxo: masificados y pobres. Los trastornos psiquiátricos son caros: absentismo laboral, familias desestructuradas. Sobre eso hay que intervenir. Ese tiene que ser el discurso económico. No sólo el ‘no tenemos dinero’. Por eso, Fóra puede ser un buen comienzo: porque lo que siempre se puede es conversar.

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