LONDON FILM FESTIVAL 2014 (II / III): ISRAEL, EL OTRO COMO REFLEJO DE UNO MISMO

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Ya anticipamos en la primera crónica dedicada al London Film Festival que el enfrentamiento secular entre israelís y palestinos había tenido una llamativa presencia en la programación de este año: la mitad de la producción procedente de Israel se ha detenido en esta cuestión, mientras que la otra mitad se ha concentrado en temas menos candentes, dejando de lado este debate para zambullirnos en la cotidianidad israelí. Este sería el caso de Gett – The Trial of Viviane Amsalem (Ronit & Shlomi Elkabetz, 2014), Haganenet (The Kindergarten Teacher, Nadav Lapid, 2014), Next to Her (Asaf Korman, 2014) y también en cierta medida Zero Motivation (Talya Lavie, 2014).

El primero de estos títulos es tercera parte de la trilogía de Ronit y Shlomi Elkabetz sobre las imposiciones patriarcales en Israel, y se detiene en el interminable proceso judicial de su protagonista, empeñada en lograr el divorcio legal de su marido ante un tribunal rabínico. Por su parte, The Kindergarten Teacher retrata la obsesión de una profesora por el talento poético de uno de sus alumnos de cinco años, un relato que se ubica a medio camino entre la autobiografía, el ensayo y la poesía. Mientras, Next to Her explora la relación tóxica entre dos hermanas, alimentada por la discapacidad mental de una de ellas, en un juego de interdependencia en el que no todo es lo que parece. Por último, la exitosa comedia negra Zero Motivation se sitúa en un punto intermedio entre el retrato cotidiano y la denuncia. En este caso, la historia se centra en un grupo de mujeres del ejército israelí, poniendo de relieve la precaria situación de la mujer en semejante entorno hostil.

¿Intercambiamos identidades?

La presencia femenina en el ejército israelí es un hecho más que palpable, como demuestra su inserción, en papeles secundarios, en dos películas que entablan un diálogo sobre el conflicto palestino-israelí: Boreg (Self Made, Shira Geffen, 2014) y Dancing Arabs (Eran Riklis, 2014). Desde la puesta en escena hasta el desarrollo narrativo, los dos largometrajes no pueden ser más opuestos y, sin embargo, comparten una misma premisa argumental: el cambio de identidad entre un israelí y un palestino, un juego de confusiones que nos invita a una reflexión necesaria sobre lo que significa e implica ser ‘el otro’. Como plasmación de esta dicotomía, el primero de ellos está escrito en clave femenina mientras que el segundo se centra en lo masculino.

Self Made, segunda película de la cineasta Shira Geffen, ha sido sin lugar a dudas uno de los títulos más interesantes y estimulantes del London Film Festival 2014. Desde su espectacular fotografía, su original argumento, sus protagonistas y su apuesta por llevar su discurso teórico al límite; la película entabla un diálogo de interpretaciones interminables entre la vida y la muerte, el arte y el terrorismo, lo israelí y lo palestino. Con Jerusalén como telón de fondo, Geffen confronta a una acomodada artista israelí, Michal, con una humilde palestina, Nadine, que trabaja contando tornillos en la empresa Etaca – una metafórica IKEA. La amnesia de la primera y la inestabilidad emocional de la segunda permiten establecer un juego de paralelismo identitarios que culmina en un intercambio involuntario de personalidades (aunque no de físico) cuando ambas coinciden en un punto de control y Nadine es identificada como israelí porque no lleva velo mientras que Michal sí. Con esta simple maniobra, la cineasta abre un crudo debate y denuncia de forma frontal, simple y certera la estremecedora realidad. Desde ese momento, los personajes asumen la vida de la otra y nadie, ni siquiera ellas mismas, perciben la transformación. A esto se añade el uso de la maternidad como herramienta política, artística y ética, formando un ciclo de vida y muerte que conduce hacia la preparación de un suicidio bomba –germen del que surgió esta propuesta. Self Made parte así de la historia de una palestina suicida cuya misión era destruir unos grandes almacenes, cuando llegó allí se vio reflejada en las personas, las humanizó y terminó abandonando sus planes. Cuando leyó la noticia, la directora Shira Geffen emprendió una búsqueda que ha tardado seis años en completar, y en la que se mezcla compromiso político, arte cinematográfico y una profunda reflexión sobre el ciclo vital desde la perspectiva de ‘un otro’ que a la vez somos nosotros.

Dancing Arabs (Eran Riklis, 2014)

Dancing Arabs (Eran Riklis, 2014)

También ubicada en Israel, pero desde una voz masculina y pasada, llega Dancing Arabs, último trabajo del conocido director Eran Riklis –responsable entre otros títulos de Etz Limon (Lemon Tree, 2008). Basada en una novela parcialmente autobiográfica y homónima de Sayed Kashua, la película gira en torno a Eyad, un judío-palestino, que se convierte a principios de los noventa en el primer estudiante árabe en asistir a un instituto israelí. Fuera de contexto y haciendo frente a un idioma y a una cultura diferentes, el joven es objeto de burla y marginación social. Su tabla de salvación llega con su encuentro con Yonatan, un chico judío con distrofia muscular al que hace compañía como voluntario. La relación entre ambos supone uno de sus mayores apoyos pero también le brinda una promesa de futuro, puesto que usa la identidad de su amigo de vez en cuando para lograr normalidad y un trato digno en la sociedad israelí. Riklis es un director de gran solvencia y sabe imbricar varios registros en su película, sobre los que va incidiendo en función de las necesidades narrativas. La primera media hora, en clave de comedia, resulta especialmente interesante, tanto por la confrontación entre la visión histórica palestina e israelí de la época como por su perspicaz sentido del humor. Sin embargo, conforme Eyad va creciendo el tono va mutando a lo dramático y hacia una narración mucho más convencional. Sin perder el interés en ningún momento, Dancing Arabs es mucho más amable de lo que cabría esperar, más si tenemos en cuenta la tensión vivida en Gaza en los últimos tiempos. El discurso se erige como un canto al entendimiento y a la paz, aunque la resolución de la trama hace evidente el largo camino a recorrer. La confrontación de Dancing Arabs con Self Made subraya ese deje de decepción, puesto que desde el riesgo y la denuncia, la segunda lanza ese mismo mensaje pacifista pero invitando a una relectura profunda del conflicto y sus agentes.

Situaciones insostenibles

Nuevamente desde el humor, esta vez negro, se ha proyectado en el festival lo que podríamos etiquetar como una peculiar Casa de Bernarda Alba: Villa Touma (Suha Arraf, 2014), debut en la dirección de la guionista de Lemon Tree. Con esta sugerente propuesta, Arraf nos traslada a la Ramallah ocupada tras la Guerra de los Seis Días. La originalidad de su acercamiento radica en alejarse de la miseria más visible y de los campos de refugiados, para centrarse en el devenir de una decadente familia aristocrática palestina y católica. Compuesta íntegramente por mujeres, la familia Touma se niega a aceptar la realidad y castran sistemáticamente cualquier atisbo de desarrollo personal de la benjamina de la casa. A través de las fugaces visitas que la familia hace al exterior, se perfila el retrato de la Ramallah ocupada a través de carteles, eslóganes, conversaciones oídas a media voz y de los enfretamientos armados que protagonizaban las noches. El momento crítico, tanto desde un punto de vista dramático como de denuncia social, lo marca la historia de amor entre la joven y un refugiado de Qalandia, que conduce a una situación insostenible, a un destino trágico como el de la propia zona ocupada. Suha Arraf se muestra elocuente en su escritura –con toques de humor brillantes por su crueldad- y firme en su dirección –estática, de planos suspendidos, como la vida de las mujeres que retrata-.

Villa Touma (Suha Arraf, 2014)

Villa Touma (Suha Arraf, 2014)

En las antípodas de esta elocuencia, The Green Prince (Nadav Schirman, 2014) descubre muy pronto sus intenciones puramente propagandísticas. Este documental se presenta como un canto al entendimiento entre los dos pueblos, pero la exposición de los hechos, la secuencia de acontecimientos y el propio discurso de su protagonista hacen poco verosímil lo narrado. Basada en la autobiografía de Mosab Hassan Yousef Son of Hamas (2010), The Green Prince cuenta cómo y por qué el hijo de uno de los miembros fundadores de Hamas, Sheikh Hassan Yousef, decidió convertirse en agente del Shin Bet – el servicio de inteligencia israelí. La narración es hábil y busca constantemente la simpatía del espectador, Mosab Hassan Yousef es un buen orador y el director Nadav Schirman se encarga de enfatizar siempre su lado más humano. Sin embargo, muchos son los episodios por los que se pasa de puntillas y que se apoyan en alegaciones insustanciales, aunque se parapeten tras un torrente de imágenes, datos y miradas a cámara que aporten fluidez y ‘credibilidad’. La película ganó el Premio de la Audiencia en el Festival de Sundance y en el London Film Festival compitió en la sección oficial, demostrando que sus intenciones pueden quedar ocultas para un público occidental. En oposición a la propuesta de Self Made, ejercida desde la autocrítica y el debate, la presencia de The Green Prince deja un amargo sabor de boca cuando se identifican sus códigos narrativos, utilizados para reafirmar las acciones israelís, y que demuestra, una vez más, la alargada sombra de los poderes fácticos.

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