NICOLAS WINDING REFN: VIOLENCIA Y ESTÉTICA

Con 10 películas a sus espaldas, el director danés Nicolas Winding Refn (Copenhague, 1970) se ganó los halagos y las críticas del gran público. Etiquetado como “el director de Drive (2011)”, Refn es fiel a un estilo de hacer cine que es constante desde sus primeras obras; películas que, a pesar de no ser excesivamente conocidas, se han ganado la etiqueta de ‘cine de culto’ dentro de la filmografía danesa. La influencia de su estilo se resume en las declaraciones del actor Mads Mikkelsen en NWR (Laurent Duroche, 2012) en las que afirma que el manifiesto Dogma de Thomas Vinterberg y Lars Von Trier publicado en 1995 está inspirado en Pusher (1996), “aunque ellos no lo van a reconocer”.

Al igual que en los sesenta los Cahiers cargaban contra el “cinéma du papa”, Refn se rebela contra los halagos de sus padres (Anders Refn y Vibeke Winding, los dos vinculados al mundo del séptimo arte): el cine de la Nouvelle Vague. Con el carácter propio de la adolescencia comienza a devorar películas como The Texas Chainsaw Massacre (Tobe Hooper, 1974) que comenzarán a amoldar su forma de hacer cine donde, a veces de forma voluntaria, otras sin querer, homenajea a su panteón de clásicos. En la retina queda Bleeder (1999), donde Mikkelsen interpreta a Lenny, un alter-ego del director que trabaja en un videoclub y que es capaz de recitar de memoria el catálogo de directores de la tienda pero no es capaz de hablar de nada con la chica de la que está enamorado. Eses travellings hipnóticos sobre las estanterías llenas de cintas de vídeo no son más que un pedazo autobiográfico de un director enamorado del cine.

Refn aprende a hacer cine con la cámara, en la calle, inventando planos e improvisando la acción; y efectivamente quizás el Dogma 95 no existiría sin él, pero las diferencias entre ellos no pueden ser más abismales. Nicolas Winding Refn es un pornógrafo, como el mismo se describe. Un creador de una estética única y con una gran carga de violencia. Violencia que, si bien es constante en toda su carrera, no anula la dimensión psicológica de sus personajes, a las que Refn dota de suficiente carga emocional como para que el espectador pueda comprender (que no compartir) sus acciones. Un uso de la violencia que no resulta gratuíto o, por seguir con el símil, pornográfico, sino que es uno de los pilares de los universos rápidos y agresivos que el director crea en sus obras. El cineasta filma a su país muy alejado de los típicos que lo dibujan como si fuesen cajas de galletas danesas. Su Dinamarca es racista, drogadicta, violenta… Quizá esta forma de retratar su país sea la que le hizo ganarse enemigos en la crítica danesa y que acabó con su marcha del país (cinematográficamente hablando).

Tonny (Mads Mikkelsen) en Pusher II (2004)

Tonny (Mads Mikkelsen) en Pusher II (2004)

If you like to gamble, I tell you I’m your man,
You win some, lose some, it’s all the same to me,
The pleasure is to play, makes no difference what you say,
I don’t share your greed, the only card I need is
The Ace Of Spades

(Motörhead, Ace of spades, 1980)

Si hay algo de lo que no se puede acusar a Nicolas Winding Refn es de apostar por un conservadurismo a nivel narrativo y estético. El éxito de Drive en el Festival de Cannes y en la taquilla de ese año hizo que todas las miradas se fijaran en este danés que, de pronto, aparecía de la nada con una obra maestra protagonizada por Ryan Gosling. Pero Refn es fiel a si mismo. Por eso su posterior trabajo con el actor estadounidense, Only God Forgives (2013), cogió de impreviso a todo el público. Permítannos hacer un inciso aquí: de las diez películas que ha dirigido, en nueve de ellas firma también el guión. ¿Cuál es la única en la que no escribe el guión? Drive. Quizá, entonces, Drive sea la ‘rara avis’ dentro de la filmografía del director. En esta película, evidentemente, se nota la mano del cineasta y sus señas de identidad (la violencia, el color, etc.), pero los personajes, la trama… todo es muy diferente al resto de su filmografía: es la única película en la que su protagonista es un héroe ‘convencional’.

Estamos hablando de un cine que apuesta por centrar la atención en los antihéroes y en los conflictos que surgen alrededor de esta vida fuera de la legalidad o de la normalidad; un cine que parece enseñar una visión pesimista de la sociedad donde la supervivencia de uno mismo es el objetivo a conseguir. Sus protagonistas están trastornados de alguna forma: sea obsesionados con aspiraciones de convertirse en alguien famoso (como Tom Hardy en Bronson (2008)) o con una personalidad casi bipolar (como la de Leo en Bleeder). Pero también en sus personajes podemos encontrar al director escondido en la paternidad de Tonny en Pusher II (2004) o en la cinefilia de Lenny que antes comentabamos.

A nivel narrativo, las historias de sus películas suelen ser sencillas y con un desarrollo incluso predecible. La saga Pusher, por ejemplo, no deja de ser la repetición de la misma historia tres veces: tres personajes sobreviven dentro de un ambiente de drogadicción y violencia; Bronson es la vida entre rejas del criminal más violento de Inglaterra; Bleeder es el despertar del demonio interno de alguien que se enfrenta a una paternidad no buscada. Sinopsis que pueden resultar poco atractivas al ser resumidas en una frase pero que, a la hora de transformarse en imágenes adquieren un atractivo estético incomparable.

Esta sobriedad narrativa puede derivar de su adolescencia, y es que el director no aprendió a leer hasta los 13 años por causa de su dislexia; por el contrario, confiesa que este problema hizo que se sumergiese en el cine desde muy joven. Este distanciamiento con la letra escrita hace de el un guionista aceptable pero un director extraordinario. A la hora de rodar, prefiere hacerlo de forma cronológica para así permitir que su instinto lo guíe cuando el guión flaquee. En el documental de Phie Ambo Gambler (2006), Refn le explica al actor Kurt Nielsen “olvidas tus líneas de guión porque no entiendes por qué dices eso. No quiero que repitas de memoria, quiero que lo entiendas. Si entiendes a tu personaje da igual que no digas o hagas lo que está escrito”.

Quizá por todo esto centra su creatividad en crear imágenes y ambientes. Si bien el uso de la cámara se refina con el paso del tiempo y a medida que es absorbido por el sistema, su capacidad compositiva no desaparece. Así, persecuciones como las de Pusher, filmadas con cámara en mano corriendo por las calles de forma casi improvisada, pasan a ser las de Drive, planificadas meticulosamente y con el uso de recursos técnicos como el slow motion. Aún así, los sentimientos, los universos creados en sus historias siguen siendo los mismos. Seguimos hablando de personajes trastornados, de universos violentos de color neón rojo y azul, de imágenes que permanecen en la retina días y meses después de ver sus filmes.

Nicolas Winding Refn e Elle Fanning na rodaxe de The Neon Demon (2016)

Nicolas Winding Refn y Elle Fanning en el rodaje de The Neon Demon (2016)

La belleza no lo es todo. Es la única cosa.

Si dejamos The Neon Demon (2016) reservada hasta estes últimos párrafos es porque es la constatación de un Nicolas Winding Refn absolutamente maduro y en un estado de forma excepcional. Descrita por el director como “una película de horror adolescente para mujeres”, Refn se centra en el mundo de la moda para crear unos personajes caníbales y vampíricos a los cuales lo único que importa es la belleza. Jesse (Elle Fanning) es la chica nueva en la ciudad. Con un rostro que parece el de una muñeca de porcelana, su físico despierta las envidias de sus rivales en la pasarela y el enamoramiento de la que se convierte en su mejor amistad, Ruby (Jena Malone).

Filmada con un gusto estético soberbio, The Neon Demon recae en todos los fetiches del director: música electrónica, luces de neón, violencia…; y abre nuevas puertas a secuencias cuya descrición podría ocupar líneas y líneas y, aun así, no haría justicia a lo que el director filma con su cámara. Hablo de, por ejemplo, la secuencia en la que Jack (Desmond Harrington) pinta el cuerpo desnudo de Jesse con oro en el estudio de fotografía.

Podríamos seguir hablando de la película por horas, pero como otras de sus películas, The Neon Demon es una experiencia. Debe ser vivida en la pantalla grande y con unos altavoces donde retumbe bien fuerte el cóctel de música electrónica que firma Cliff Martínez. Si hay un filme destacable del 2016 es The Neon Demon, al fin y al cabo, como dijo Refn: “fue lo único divertido del Cannes de este año”.

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