OF THE NORTH, de Dominic Gagnon

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Nuevos Caminos para el Documental Etnográfico

of the North, escrita con la primera vocal en minúscula, como es expreso deseo de su autor, aparece como un título mutilado por necesidad. Ya han transcurrido noventa y tres años desde que Robert J. Flaherty emprendiera aquel épico viaje, partiendo de Toronto hacia los confines del Círculo Polar Ártico, para retratar la primitiva lucha diaria contra los elementos de Nanook of the North (1922). Sus imágenes, una vez convertidas en emblema y parte del imaginario cinéfilo colectivo, han visto transformado su impacto primigenio; pero el imponente espacio, ese vasto y gélido territorio no hace tantas décadas inhóspito, sigue condicionando las existencias de los que allí habitan.

Como Flaherty en aquellos días hoy lejanos, Gagnon reside en Canadá, pero su forma de abordar la etnografía nos conduce más hacia la imposibilidad de reflejar de manera unívoca el modo de vida de toda una comunidad en la sociedad contemporánea. Las peripecias cotidianas de esta suerte de modernos Nanook, ahora entendidos de manera impersonal a través de esa mencionada omisión del título, están a disposición de cualquiera en Internet con la única mediación de una búsqueda nada compleja. Y el creador audiovisual contemporáneo, a diferencia de la larga y costosa aventura a la que se enfrentó el pionero, puede montar las imágenes que encuentra desde su ordenador sin haber pisado jamás ese frío territorio.

La principal pregunta que emerge de las variopintas piezas que ensarta Gagnon, por tanto, parece apuntar hacia la doble posición ante una comunidad ajena que implica todo documental etnográfico: por un lado, la del creador que proyecta una mirada personal e intransferible hacia esa realidad; por otro, la del espectador neutral que la contempla como algo exótico y digno de ser descubierto. Sin embargo, la peculiaridad medular de este trabajo reside en nuestra incapacidad absoluta como observadores para dilucidar quién es el filmador y quién el filmado. En un momento en el que la civilización primitiva ha sido invadida por tendencias globales, en el que cualquiera puede compartir sus experiencias simultáneamente con una audiencia potencial ilimitada, Nanook es capaz de grabarse con su GoPro y difundir por sí mismo un momento de supuesta intimidad familiar. ¿Queda algún resto de imposición ajena en el simple montaje de todas las imágenes de este estilo que contiene of the North?

Nanook of the North Robert J. Flaherty, 1922)

Nanook of the North (Robert J. Flaherty, 1922)

Moana Robert J. Flaherty, 1922)

Moana (Robert J. Flaherty, 1922)

Tabu F.W. Murnau, 1930)

Tabu (F. W. Murnau, 1930)

Para intentar explicar esta cuestión tenemos que remontarnos a 1931. En aquel año, el citado Flaherty y Friedrich Wilhem Murnau iniciaron una colaboración para sacar adelante lo que terminaría por quedar para la Historia como la obra póstuma de este último, que no llegó a verla estrenada. El principal interés del primero, que pocos años antes había rodado en las islas del Pacífico Sur el documental Moana (1926), era registrar el modo de vida propio de esas comunidades confrontado con una civilización occidental cada vez más próxima a ellos; Murnau, por su parte, pretendía subrayar el embriagador exotismo inherente a esas tierras. De aquella unión de dos tendencias tan marcadamente opuestas, hoy paradigmáticas, surgió Tabu (1931), cuyo retrato de lo autóctono no habría sido posible sin la contribución de ese agente externo del título -el tabú- que apela a una supuesta tradición remota y fuerza a la protagonista a huir con su amado. Si la posición de ambos ante la complejidad de una realidad lejana parecía transparente, y como tal ha sido estudiada durante décadas; la de Gagnon, en cambio, no otorga respuestas tajantes y apela también a nuestra relación cotidiana con la abundancia de materiales registrados por terceros.

En esta continua exposición a los objetivos también puede hallarse el germen de las diversas polémicas que ha suscitado of the North, que ha sido acusada de racista en algunas de sus proyecciones en Canadá. Los cortes incluidos en el montaje final no escatiman crudas secuencias de inuit vomitando tras una borrachera o de sexo explícito (extraído de XVideos, como indican los esclarecedores créditos finales); como parte de un melancólico collage cuya visión global, de existir, no linda precisamente con la amabilidad o la corrección política. Al director se le ha achacado, sobre todo, el hecho de transmitir un estereotipo negativo acerca de una comunidad que nunca ha conocido directamente. Pero, ¿acaso no es ese uno de sus propósitos, el de poner sobre la mesa el modo en que hoy estamos expuestos ante realidades de todo pelaje con independencia de las experiencias vividas en torno a ellas?

Ya no nos movemos en el inaudito terreno inhóspito que exploraron Flaherty o Murnau, sino en un escenario en el que la colonización entonces incipiente se ha consumado. Tal vez la incomodidad y el profundo desconcierto que provoca el documental de Gagnon, más que de una falta de legitimidad del cineasta para elaborar un retrato antropológico, emanen del reconocimiento de su incapacidad actual para encararlo en toda su extensión. En la era de YouTube y lo instantáneo, ¿tiene sentido hablar de quién tiene derecho a representar a quién? ¿Podemos hablar ahora de una vaga estructura formal universal, en la que ya no cobra tanta relevancia como antaño el origen de la mirada?

of the North Dominic Gagnon, 2015)

of the North (Dominic Gagnon, 2015)

El canadiense no está solo en las cuestiones que lanza al aire. Su trabajo, a caballo entre el found footage y el esbozo de un desolador panorama social, puede emparentarse con la obra de otros autores de guerrilla como la sevillana María Cañas, artista que se autodefine como “caníbal audiovisual” y proyecta su mirada iconoclasta a partir del montaje de las materiales de archivo que rescata. Pero quizá no sólo haya que rastrear las relaciones con ese espíritu recolector del que hace gala of the North en el hoy llamado scratch documental, sino también en otros ensayos más clásicos sobre la cosecha de imágenes, como podrían ser Les glaneurs et la glaneuse (Agnès Varda, 2000) y su capacidad para convertir lo efímero en perdurable.

La presunta arbitrariedad del montaje de este documental, en el que la débil cohesión viene dada sobre todo por las repeticiones del hilo musical (Don’t call me eskimo, afirma la más esclarecedora de las letras que escuchamos), no parece encerrar otra intención que la de ahondar en esta reflexión sobre la ausencia de una unidad identitaria en lo filmado. Por más que observemos cómo imágenes producidas en el seno de la misma comunidad inuit se funden con otras que son fruto de la invasiva curiosidad de alguien ajeno a ella, que siente la necesidad de registrarlas; también se aprecia que todas ellas están unidas por un mismo impulso de nuestra sociedad global, el de generar y compartir material nuevo en un bucle sin visos de freno. Como creador, el trabajo de Gagnon consiste esencialmente en adaptar las más de 500 horas de vídeos de las que disponía tras sus exhaustivas búsquedas a un marco temporal limitado, cuya difusión como cine sirve al fin de incitar estos pensamientos sobre la condición dual que hoy asumimos en nuestra relación con el entorno audiovisual. Es posible que los tiempos de Flaherty hayan quedado definitivamente obsoletos, pero los nuevos retos que tiene que afrontar el documental etnográfico no parecen menos apasionantes.

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