PEPE EL ANDALUZ, de Alejandro Alvarado y Concha Barquero

El archivista Rick Prelinger se quejaba hace unos años en su blog Black Oystercatcher de la sumisión de la mayoría de documentales históricos al enfoque impuesto por el modo performativo, según el que cualquier proceso o acontecimiento debe abordarse siempre desde la perspectiva de algún personaje en concreto, estableciendo un arco narrativo basado en la resolución de algún problema: “Lo que está ocurriendo”, escribe Prelinger, “es que el cine se está empleando para construir historias que enfatizan la experiencia personal, que representan la lucha y la transformación a nivel individual, y que constituyen relatos en un sentido restringido en vez de en un sentido amplio. No quiero abogar aquí por el realismo socialista, sino solamente criticar la reducción de acontecimientos y fenómenos históricos y mundiales a la historia de ‘un día en la vida de mi abuelo gruñón que ha sobrevivido a la guerra y que está a punto de ser desahuciado”. (1) Leyendo este texto en su conjunto, da la impresión de que Prelinger está cabreado con todos aquellos cineastas que buscan sus materiales lejos del archivo tradicional, porque de alguna forma están puenteando a los archivistas como él, les están negando su vieja función como Guardianes de la Historia. Su ‘¿qué hay de lo mío?’, por suerte, se transforma hacia el final del texto en una invitación a los archivistas a que ellos mismos hagan películas con los materiales que custodian, poniendo así en valor tanto esos documentos como su propia profesión.

Pepe el Andaluz (Alejandro Alvarado y Concha Barquero, 2013) puede parecer uno de tantos documentales performativos sometidos a las reglas del relato, pero su metraje esconde en el fondo una voluntad idéntica a la que reclamaba Preminger, aunque en este caso los documentos históricos explorados procedan del archivo familiar: el abuelo gruñón, esta vez, es un abuelo desaparecido hace medio siglo, cuando emigró a Argentina en los años cuarenta para desaparecer allá sin dejar rastro. El trauma de esta ausencia afectará a toda su familia hasta contagiar a su nieto, Alejandro Alvarado Jódar, el co-director de esta película, que pasó una década documentando la búsqueda de su abuelo junto con su pareja profesional y sentimental, Concha Barquero.

La película resultante juega con las convenciones de diferentes subgéneros de la no-ficción, como el retrato familiar, el diario de viajes, el film en proceso o el relato de aprendizaje, pero nunca llega a quedarse atrapado en ninguno de ellos. La propuesta de Alvarado y Barquero parte así del enfoque subjetivo para después trascenderlo, al transformar todos los materiales domésticos que emplea en documentos históricos públicos y colectivos. No se trata, por lo tanto, de banalizar acontecimientos y procesos, como sugería Prelinger, sino de encontrar el enfoque adecuado para abordar algunos de los grandes temas del Siglo XX -como la posguerra, la emigración, el individualismo, el rol de las mujeres en la sociedad o la construcción de la memoria histórica- a través de los materiales que cada uno de nosotros tenemos disponibles en nuestro propio archivo.

Íntimo y Colectivo

Las coordenadas argumentales de Pepe él Andaluz lo sitúan en un territorio similar al de Bs. As. (Alberte Pagán, 2006) -familias divididas durante décadas destinadas a un reencuentro tardío- aunque su tratamiento se encuentra mucho más próximo al cine de Alan Berliner, uno de los cineastas que mejor trabaja en esa intersección entre la historia, la memoria, la familia y el archivo. Teniendo en cuenta los pocos recursos de los que disponen, Alvarado y Barquero hacen malabares para llegar lo más lejos posible en el significado de su obra, a pesar de que a veces expriman en exceso algunas de sus ideas. Así, partiendo de las fotos familiares que todos tenemos en casa, estos dos cineastas han sido capaces de conectar lo particular con lo universal, lo individual con lo colectivo y la historia personal con la historia nacional, en una pirueta que tiene mucho de oficio y poco de casualidad.

Quizás, su decisión más acertada haya sido articular Pepe el Andaluz en diferentes niveles de lectura. En el primero, la búsqueda de Pepe Jódar tiene ante todo una importancia personal para sus familiares, que los cineastas saben transmitir al público gracias a su habilidad como narradores, creando un misterio alrededor del desaparecido en la línea de Searching for Sugar Man (Malik Bendjelloul, 2012): hay un enigma, un ausente, una serie de personajes que lo rodean, muchas preguntas y finalmente algunas respuestas. Este es el tipo de narrativa que no gusta a Prelinger: aquella que se agota en el enfoque personal. Sin embargo, el segundo nivel de lectura transforma a Pepe Jódar en un trasunto de todos los emigrantes españoles que han desaparecido lejos de su tierra, y a Alejandro Alvarado en la encarnación de todos los familiares que aún hoy arrastran ese trauma, incluso cuando su separación no ha sido más que una pérdida de contacto mutua. De seguir por esta línea, el público descubrirá que Pepe el Andaluz no es (sólo) una película sobre la búsqueda de un individuo en concreto, sino sobre algunos de los puntos más oscuros de la historia reciente española.

Alvarado y Barquero, con la ayuda de Josetxo Cerdán en el guión, administran con mucha habilidad la información de la que disponen para mantener al público entretenido con el misterio que rodea a este abuelo invisible, mientras van infiltrando en el relato una serie de datos nada complacientes con esta persona ni con su época: las muchas vidas de Pepe Jódar no son precisamente heroicas ni dignas de elogio, ya que revelan la miseria moral y material que la guerra, la posguerra, la pobreza y la emigración dejó entre millones de españoles durante décadas. No es nada que no sepamos, pero Alvarado, Barquero y Cerdán han encontrado otro enfoque para esta historia: así, la empatía del nieto con su abuelo sirve para revisar la desesperanza de aquellos tiempos, dándole a cada espectador un modelo, una herramienta, para ajustar cuentas con el pasado de su propia familia. Lejos por lo tanto de restringir el relato histórico, Pepe el Andaluz se abre en muchas direcciones simultáneas dejando que sea el espectador quien profundice en sus capas de significado, poniendo en valor los materiales de un archivo particular para que pasen a formar parte de otro mucho mayor: nuestra propia memoria colectiva. Ese es el abismo en el que se instala conscientemente la película: aquel que se abre cuando el retrato de Pepe Jódar evoca el retrato de cualquiera de nuestros seres queridos.

(1) Preminger, Rick (2009): “Taking History Back from the Storytellers”, Blackoystercatcher, 22 de Xuño de 2009. Consultado el 6 de Diciembre de 2013: http://blackoystercatcher.blogspot.co.uk/2009/06/taking-history-back-from-storytellers.html. La traducción es mía.

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