THE KILLING OF A SACRED DEER, de Yorgos Lanthimos

The Killing of a Sacred Deer 2

El cine del director griego Yorgos Lanthimos es difícilmente catalogable. Las primeras noticias de su obra –inquietante, inquisitiva, punzante y altamente codificada– llegaron a España con Κυνόδοντας (Canino, 2009), un largometraje que supuso la primera colaboración con su coguionista Efthymis Filippou, y en donde Lanthimos exponía las coordenadas de un cine de extrañeza, violencia e incomodidad del que nos ha ido ofreciendo nuevos retazos a lo largo de la última década. Con Canino, un contundente film en el que se representa a la familia disfuncional por antonomasia –por definir en pocas palabras una película absolutamente inclasificable– el autor llamó la atención de la crítica internacional al cosechar una temporada triunfal de galardones en los más prestigiosos festivales de cine, aunque el título que más tarde pondría su peculiar universo fílmico al alcance de un público multitudinario sería más bien The Lobster (2015). Con esta producción europea, Lanthimos pasó del retrato de una familia sobreprotectora a ofrecernos la semblanza de un escenario distópico atenazado por las ataduras y las imposiciones sociales, con la principal diferencia de que en este caso rodó en inglés y con un elenco de primer orden, encabezado por Colin Farrell y Rachel Weisz, sin renunciar, eso sí, ni a la violencia verbal que le caracteriza ni al negrísimo sentido del humor de un espacio marcado por una reglas tan precisas como devastadoras. Con claros referentes al cine de Michael Haneke y Andrei Tarkovski, Lanthimos y Filippou parecían determinados a explorar los rincones más oscuros de la psique humana. Su última colaboración, The Killing of a Sacred Deer (2017), no podía permanecer indiferente a este anhelo, por más que aquí hayan dejado de lado la comicidad para adentrarse en los códigos de un bizarro thriller en el que vuelven a contar con la presencia de Colin Farrell, esta vez en la piel de un adinerado padre de familia atrapado en un dilema imposible.

Esta última obra presenta cambios notables con respecto al resto de su filmografía, como la aparente ‘normalidad’ del mundo que nos presenta en las primeras secuencias, o la elección de un título que revela la clave de la narración, mientras que en ocasiones anteriores este ayudaba a reforzar la sensación de desorientación y desconcierto durante los primeros minutos del metraje. Con The Killing of a Sacred Deer sucede justamente lo contrario: Lanthimos nos ofrece un espacio aparentemente blanco, limpio, quizá demasiado perfecto, en el que se consigue la sensación de desasosiego gracias, por un lado, a las interpretaciones frías y monocordes de sus actores, y por otro a un cambio de planificación en la que los largos travellings y los extensos planos generales se convierten en un personaje más, en un observador omnisciente –un dios, quizá– que anuncia que lo que presenciamos está alejado de toda normalidad. Esta impresión se convertirá en un hecho tangible cuando se anuncie el ‘sacrificio’ que se debe realizar, y los personajes deban entonces enfrentarse a las consecuencias de sus actos.

La película establece así una conexión directa entre el mito griego de Ifigenia y Agamenón con una reformulación de esta historia, que parece detenerse en la representación del concepto de impunidad. En el relato clásico, el rey Agamenón debe enfrentarse a la ira de la diosa Artemisa por haber matado a una cierva de su arboleda sagrada y haberse jactado de su hazaña: la divinidad, a modo de castigo, le obliga a sacrificar a su hija Ifigenia como ofrenda de arrepentimiento si no quiere que toda clase de desgracias sean infligidas sobre su pueblo. Lanthimos y Filippou, por su parte, revelan desde el inicio que se ha cometido una afrenta y se impone un sacrificio, por lo que la película gira en torno a la necesidad de averiguar cuál ha sido el crimen y quién pagará por él. La conclusiones, sin embargo, no serán simples, como ocurre en todo el cine de este tándem, por lo que una vez que se resuelve el primer misterio –la falta cometida por Steven (Colin Farrell)– se invita al espectador a dar un paso más allá.

The Killing of a Sacred Deer 3

Lanthimos ha recalcado una y otra vez en distintas entrevistas que quería que el hospital fuera de última generación: un lugar limpio e impecable con tecnología punta, un centro sanitario de élite. ¿Cómo es posible entonces que el alcoholismo de Steven no fuese descubierto en este contexto? ¿Cómo puede un error médico de semejante calibre no tener consecuencias? ¿Qué hacer, en definitiva, cuando falla el sistema? The Killing of a Sacred Deer despliega a modo de respuesta un mundo de reglas estrictas en donde la normalidad se interrumpe y una fuerza extraordinaria actúa como mecanismo para volver a equilibrar el sistema dañado. El largometraje de Yorgos Lanthimos se convierte así en un análisis del alma humana, en un relato donde se expone cómo reaccionamos y nos recuperamos de lo indecible, tal y como se anticipa en el arranque del film con un primer plano de una operación a corazón abierto, es decir, con la presentación de un acto brutal, anormal y descarnado que cambiará las vidas de los implicados para siempre.

Con pulso firme y una planificación fría y distante, acorde con las interpretaciones de sus actores, el autor griego vuelve a atrapar al espectador en una narración hipnótica llena de preguntas y carente de respuestas. Su cine es de fácil acceso, en el sentido de que es posible entender de forma inmediata las reglas de su universo, si bien el origen de ese conflicto o la procedencia de ese determinismo misterioso quedan fuera de toda comprensión. ¿Quién es Martin (Barry Keoghan)? ¿Es una reencarnación de Artemisa o solo un adolescente extraño dotado momentáneamente de poderes sobrenaturales? Lanthimos asegura que en sus guiones nunca oculta información al espectador, y que la falta de resolución de determinados conflictos se debe a que él mismo desconoce la respuesta a ciertos enigmas. Él sólo presenta las partes que conoce de ese universo: un momento concreto, determinado por el quebrantamiento de las reglas establecidas por los propios personajes.

El cineasta ni siquiera ofrece información a los actores sobre el pasado de sus personajes. De este modo, la ambigüedad también alcanza a los intérpretes, que se convierten en vehículos vacíos para la puesta en escena de una idea. Por eso se evita todo tipo de emoción, empatía o arrebato: se trata de un trabajo puramente físico, en el que la eliminación emocional sirve para profundizar en lo que se muestra. Después de todo, el cine de Yorgos Lanthimos, al igual que la obra de Michael Haneke, no solo busca escandalizar y romper los esquemas mentales del público, sino que aspira a introducir una sensación de inquietud que acompañará al espectador después de ver la película, y que le hará reflexionar sobre cuestiones que daba por sentadas como la significación de las palabras, los lazos familiares, las relaciones amorosas o el sentido de la culpa y de la justicia. Todo es posible en un mundo en el que los conceptos están en permanente proceso de redefinición.

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