東京家族 (TOKYO FAMILY), de Yoji Yamada

De obra maestra a obra de maestro

Poco hay que contar del argumento de 東京家族 (Tokyo Family, Yoji Yamada, 2013) para aquellos que ya hayan visto 東京物語 (Tokyo Story, Yasujiro Ozu, 1953), más allá de destacar el ingenio que despliega Yoji Yamada para adaptar la obra maestra del cine japonés a los tiempos actuales. Todo, o casi todo en Tokyo Family reproduce el cuento de Ozu para recordarnos que después de sesenta años, y a pesar de todas las revoluciones tecnológicas que ha habido en las últimas décadas, las relaciones humanas siguen a ser las mismas. No obstante, nadie le puede echar en cara a Yamada la falta de autoridad para actualizar Tokyo Story, no sólo por haber trabajado como asistente de Ozu en los estudos Shochiku a partir de 1954, sino por las más de ochenta películas que lleva a sus espaldas. De esta forma, tirando de oficio, Yamada rueda con un minimalismo que recuerda en algún momento el estilo zen de su maestro, introduciendo también varios elementos novedosos que mantienen el interés del público al margen de cuantas veces haya visto Tokyo Story. Este aire renovador es quizás el principal valor de la película, que le hizo merecedor de la Espiga de Oro en la pasada edición de la Seminci de Valladolid.

Pequeños cambios, misma esencia

El punto de partida de Tokyo Family es otro viaje de una pareja de ancianos, interpretados por Isao Hashizume y Kazuko Yoshiyuki, desde la pequeña isla de Hiroshima en la que viven hasta capital nipona para visitar a sus tres hijos. En este caso, Yamada decide reducir la descendencia familiar y elimina la figura del hijo muerto para convertir su viuda, Noriko (Yu Aoi), en la joven del hijo más joven, Shoji (Satoshi Tsumabuki), ya que la guerra es sustituida aquí por otro trauma más reciente: el tsunami que provocó el desastre nuclear de Fukushima en 2011. El díscolo Shoji y la dulce Noriko irán ganando relevancia a medida que transcurra la película camino de la misma clase de desencuentros y redenciones que había descrito Ozu seis décadas antes. Lo que no cambia en absoluto son los personajes de Shigeko (Tomoko Nakajima), la hija ambiciosa propietaria de un salón de belleza, y Koichi (Masahiko Nishimura), el hijo médico que está siempre ocupado. A través suya podemos asistir al devenir frenético y egoísta en el que viven inmersos muchos japoneses que no tienen tiempo ni siquiera para sus seres queridos, pese a que lleven años sin verlos y esta pueda ser la última vez que lo hagan.

Tokio: un personaje más

Dentro de ese devenir frenético sobresale el tercer eje de la película: la vida en la propia capital nipona. Yamada traslada el minimalismo de sus planos interiores a los exteriores de la ciudad que toman un valor añadido con el empleo del color: una de las escenas más hermosas de la película es aquella en la que Shukichi y Tomiko recuerdan una de las primeras veces que fueron al cine mientras miran desde la ventana de su hotel las hipnóticas luces de neón de una noria gigantesca – y la película de la que hablan, obviamente, es The Third Man (Carol Reed, 1949). Sin huir de su estilo pausado y sencillo, Yamada intenta realzar el vértigo de la experiencia urbana mediante planos contrapicados y secuencias que tienen como telón de fondo construcciones llamativas, desde bloques de apartamentos o naves industriales gigantescas hasta un parque de atracciones o la moderna estación de tren. De este modo, la obra adquiere un valor documental muy interesante, facilitando que el público del otro lado del planeta pueda hacerse una idea de como es la vida en la monumental metrópoli nipona.

東京物語 (Tokyo Story, Yasujiro Ozu, 1953)

東京家族 (Tokyo Family, Yoji Yamada, 2013)

El otro valor añadido del filme es su efecto kimono: la posibilidad de poder contemplar con detalle la vida cotidiana de una familia japonesa, con sus costumbres, atuendo, gastronomía e incluso su concepción de las viviendas, con esos habitáculos que parecen tan pequeños para nuestros ojos occidentales. Sin embargo, estas tradiciones, representadas por los personajes de los padres, se van diluyendo poco a poco en un mundo cada vez más globalizado, cosa que le da una dimensión universal a una reflexión inicialmente japonesa: el llamado mono no aware, o la concepción de la vida como un movimiento continuo en la que el ser humano es un punto intermedio. Esta filosofía, que domina la mayor parte de la obra de Ozu, atraviesa también toda esta película y todavía está presente en la obra de cineastas más jóvenes como Hirokazu Kore-eda, del que esta misma semana llega precisamente otro drama familiar, そして父になる (Like Father, Like Son, 2013).

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