VIDEOFILIA (Y OTROS SÍNDROMES VIRALES), de Juan Daniel F. Molero

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La Revolución no será televisada, el fin del mundo sí. Videofilia comienza con dos amigos bebiendo y filmando el amanecer desde la azotea de un edificio. Las promesas mayas del fin del mundo deberían convertir esa madrugada en la primera de una nueva era y en la última del mundo como lo conocemos. Así lo comentan los protagonistas mientras graban el inicio de un nuevo mundo. Una era que, al contrario de lo que los mayas pronosticaban, empieza antes de tiempo, de forma paralela a los avances tecnológicos: vídeo, internet, ordenadores… todos agentes colaboradores de un apocalipsis visual que tiene lugar en la actualidad: en el presente de la película y en el presente real, el del espectador. Ya no existe diferencia entre representación y realidad, la saturación visual del mundo y la virtualidad crearon nuevos estadíos donde la vida también tiene lugar; por eso, película y realidad ocurren al mismo tiempo en la pantalla y en la butaca.

“Nada existe sino queda filmado. Nada existe sino está en la rede”. Dos frases que resuenan a modo de mantra subliminal a lo largo de la película a través de la voz en off. Voz que no conduce la película sino que la infecta, como un virus en un rodenador, imprimíendole imágenes que no pertenecen al universo del filme sino al del espectador. Videofilia se fragmenta en dos: la ficción que ocurre a través de las vivencias de los personajes y el monólogo que el virus mantiene con el espectador. “Nada existe sino está en la red”, e una vez existe allí deja de pertenecer a la realidad. Las imágenes pasan a ser una codificación de datos infinitamente multiplicable y representable sin la presencia del agente original. La inmortalidad es posible en la red, y el coste de la misma es el abandono de uno mismo: la infección voluntaria del virus a cambio de vivir eternamente a través de una imagen virtual.

La película de Juan Daniel F. Molero narra este apocalípsis a través de la visión de Luz y Junior, de 16 y 28 años, y de su extraña relación. El, obsesionado con pornografía y el voyeurismo filma por debajo de las faldas a las mujeres por la calle para luego convertirlas en películas amateur. Ella, fascinada por las snuff movies busca alguien que pueda satisfacer sus fetiches. Dos personajes que, a través de la red, dan rienda suelta a sus placeres ocultos sin tener que vestirse de máscaras o esconderse. Red que, además, es el escenario donde se conocen: el amor virtual surge en chats. “La primera vez que lo vi, bueno, se estaba haciendo una paja”, comenta Luz a una amiga entre risas. Internet se convierte en un espacio donde enseñarse sin miedos, desnudo. La imagen, la conversación en el chat, la virtualidad sustituye a la realidad: la red se convierte en el hábitat natural de una juventud autoeducada en sexualidad, drogas, etc.

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La importancia de lo virtual llega a tal punto en el film de Molero que el ansia de Junior no es acostarse con Luz, sino filmarla mientras tienen sexo. A través de unas Google Glass, y después de preguntarle a su pareja, la cámara se sitúa en la patilla de Junior para enseñarnos una conducta sexual antinatural educada a través de la pornografía, en la que el cuerpo de la mujer es una mercancía o un objeto que observar o usar. Una mercantilización del cuerpo de la mujer que aparece a lo largo de toda la película, donde ellas son caracterizadas como ‘not-so-innocent schoolgirls’ (como el resumen de la película describe) y como meros objetos en manos de un mundo machista y dominado por hombres.

Tropieza la película en ocasiones en una narrativa que se mueve a la deriva en sus propias aguas. Sin convertirse en una obra soporífera, a veces se echa de menos un guión con mayor peso y una experimentación visual menos excesiva. Si bien es cierto que el ambiente que consigue el director a través de la manipulación de la imagen es destacable, en ocasiones los propios artificios redundan y atrasan la película. El final de la misma, cuando la batalla entre virtualidad y realidad llega a niveles realmente interesantes y donde se puede abrir un discurso que analice de forma crítica el papel de los media, el filme de Molero opta por una solución rápida sin abrir debates.

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