一代宗師 (THE GRANDMASTER), de Wong Kar-wai

Uno puede sentirse como un completo extranjero o extraño viendo 一代宗師 (The Grandmaster, Wong Kar-wai, 2013) si no conoce algo de la Historia de China, las películas de Kung Fu, la filosofía de las artes marciales y quién es el tal Ip Man que sale en la película. Era algo a lo que no nos tenía acostumbrados Wong Kar-wai, porque por encima de los elementos locales, culturales o históricos de sus anteriores trabajos siempre estaban los sentimientos de sus personajes. La gran virtud del cineasta siempre fue que él y Christopher Doyle habían sido capaces de dar forma visual a la melancolía amorosa y a las emociones. Como él mismo decía, sus películas representaban ese estado mental al que acudimos cuando queremos recuperar lo que hemos perdido, o cuando tratamos de conservar no sólo la persona o el tiempo dejado atrás, sino también el momento y la atmósfera. Sin embargo, el último trabajo de Wong Kar-wai, no nace de una exploración de los sentimientos amorosos y la memoria, sino de su curiosidad por un período concreto de la Historia de China, un personaje real, un género cinematográfico y las arte marciales.

Wong Kar-wai ya había hecho antes una extraordinaria película de artes marciales, 东邪西毒 (Ashes of Time, 1994), pero esta obra era, como todas las suyas, una película sobre la memoria y los eclipses amorosos de herencia claramente antononiana. Por el contrario, en The Grandmaster, el cineasta ha querido homenajear al cine de Kung Fu de los años setenta y hacer una especie de biopic del famoso maestro de Bruce Lee, Ip Man, desde mediados de los años treinta hasta los años cincuenta, una época de grandes cambios y acontecimientos dramáticos en China. Como nos dice la voz en off del maestro, “viví tiempos dinásticos, la República temprana, la era de los señores de la guerra, la invasión japonesa, la guerra civil, y finalmente vine a Hong Kong”. Los esfuerzos estéticos del cineasta ya no están tanto en evocar las texturas sentimentales como en construir y mostrar estilizados combates de artes marciales de formas casi coreográficas a través de su fragmentado montaje, en los que despliega, además, la gran variedad de recursos cinematográficos a los que nos tenía acostumbrados: ralentizaciones, aceleraciones, planos detalle y sonidos amplificados con los que pretende transmitir una cierta sensorialidad de la lucha. Wong Kar-wai, al parecer, quería recuperar la esencia (perdida) del género al mismo tiempo que representaba el Kung Fu y las artes marciales como algo más que “una atracción circense”. Por desgracia, en algunas secuencias, el barroquismo visual de la puesta en escena lo acaba llevando a lo que siempre había sabido bordear: a una fría estilización y una vacía espectacularización. 

En la relación entre IP Man (Tony Leung) y Gong Er (Zhang Ziyi) encontramos algo de aquella tensión amorosa no resuelta entre el Sr. Chow y la Sr Chan en 花樣年華 (In the Mood for Love, Wong Kar-wai, 2000). La escena del combate entre ellos dos en el interior del Pabellón Dorado es sin duda el mejor momento de la película, por no decir el único. Las acrobacias, las patadas y los golpes se mezclan con los sentimientos no confesados, que llegarán cuando sea demasiado tarde y cada uno ya haya elegido su destino: quedarse o continuar. Esos dos verbos definen las posturas que ambos personajes han tomado con respecto a las artes marciales y a la vida: si Gong Er, para vengar a su padre, renuncia a continuar y enseñar el legado de su familiar (la Técnica de las 64 manos), IP Man avanza hacia delante y acaba dedicándose a la enseñanza y transmitiendo sus conocimientos. Como a todos los personajes de Wong, a este maestro no lo queda más remedio, como decía Pedro Salinas que “vivirse en la memoria aunque sea pena, porque la pena es, cuando ya lo demás cesó de ser, ha sido”, y recodar así a Gong Er y la ansiada Técnica de las 64 manos que ésta le mostró en su enfrentamiento, pero que finalmente decidió mantener en secreto sin susurrarlo dentro del hueco de un árbol, como sucedía en In the Mood for Love.

Uno se siente tentado en The Grandmaster a intentar rastrear la temática y los estilemas de las anteriores obras de Wong Kar-wai, pero está claro que los objetivos del cineasta, en esta ocasión, están puestos en el género cinematográfico de Kung Fu y en la vida de IP Man y la Historia. La impresión que deja película es, por desgracia, que estamos ante la versión wongarkawaina de 臥虎藏龍 (Crouching Tiger, Hidden Dragon, Ang Lee, 2000) o 十面埋伏 (House of Flying Daggers, Zhang Yimou, 2004): un mediocre producto chino destinado a la exportación global y al mercado local firmado por un cineasta de renombre. Así que al final la filosofía del Kung Fu no se resumiría en mantenerse en posición horizontal o vertical, como dice Ip Man; porque, que nadie se engañe, la verdadera esencia del Kung Fu y las artes marciales en el cine actual es China frente a Hollywood o Hollywood desde China.

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