THELMA, de Joachim Trier

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Después de su inmersión en Estados Unidos tras rodar en inglés y con actores ya afianzados Louder than bombs (2015), Joachim Trier regresa a su Noruega de origen con Thelma. Seleccionada para representar al país escandinavo en los Oscars, fue pasando por varios festivales como el Mar de Plata o Sitges, en los que recibió buenas críticas. Interpretada por muchos como una reinvención de Carrie (Brian de Palma, 1976), Thelma ofrece una mezcla de géneros, con fuerte contenido de drama psicológico que acompaña con toques de thriller sobrenatural sin abusar de excesos ni efectos.

Trier construye la trama alrededor del proceso de paso a la edad adulta y despertar sexual de Thelma, una chica criada en el seno de una familia muy conservadora y religiosa que apenas tiene conocimiento de la vida fuera de esa burbuja construída por sus padres. La película oscila en torno a la culpa y a la represión, tanto sexual como emocional, en este caso provocada por el fanatismo religioso. Nos hace plantearnos qué sucede con todo aquello que no sacamos, con todo aquello reprimido: ¿y si eso se transformase en poderes sobrenaturales que, al igual que nuestras emociones, ni entendemos ni controlamos?

Criada sin apenas distracciones o diversiones que se salieran de lo establecido por su educación conservadora, la protagonista encuentra en la universidad la puerta a un nuevo mundo lleno de placeres y tentaciones (entre ellas, Anja, compañera de la universidad de la que se enamora) que se autorestringe a causa de las ideas que sus padres grabaron en ella.

Comienza aquí el autodescubrimiento de Thelma, un duro proceso en el que intenta huir de sus emociones, viéndose invadida por la culpa de dejarse llevar por algo que según la educación que recibió es pecado. Joachim Trier nos muestra esto con maestría utilizando una metáfora bíblica: la serpiente, símbolo del pecado original, que se le aparece en sueños a Thelma, en una escena especialmente interesante a nivel visual. Estos sueños y sentimientos despiertan en Thelma fuertes impulsos sexuales que reprime, a la vez que descubre mentiras contadas por sus padres, lo que provoca que su inseguridad y el desconocimiento sobre sí misma aumente, descontrolándose más sus poderes.

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El final se va acercando acompañado de planos cenitales pausados y varias imágenes de bandadas de pájaros en contraste con el cielo que acompañan a los ataques de Thelma. Con mucho uso del zoom lento Trier nos acerca a los personajes en planos contenidos, fríos, intentando que mantengamos la mirada desde fuera. Una estética bastante minimalista, haciendo honor a su nacionalidad.

Joachim Trier utiliza un relato de fantasía y hechos sobrenaturales para hablarnos de los efectos de la represión emocional y sexual pero también es una reflexión sobre el autoconocimiento. Hasta el tramo final de la película, Thelma apenas sabe quién es ella misma, y las pocas certezas que puede tener (el hecho de estar enamorada de Anja, por ejemplo) no las acepta ni las asume, lo que hace que pierda mucho más el control. Finalmente comprendemos que Thelma era una desconocida para sí misma. Alguien sin control sobre sus emociones, marcada por una fuerte represión y por una culpa que provocaba su autorrechazo. Así, conociendo sus sentimientos, sus emociones y dejando que éstas se puedan desarrollar de forma libre, Thelma acaba aceptándose, un punto y aparte de una etapa de su vida; ahora ella tiene el control, aprendiendo a usar sus poderes.

Thelma es un canto a la liberación de las emociones, una condena a la represión emocional y sexual, y, sobre todo, a la culpa. Tampoco podemos obviar la increíble interpretación de Eili Harboe, quién, con poca experiencia a sus espaldas, interpreta con total credibilidad a una Thelma que tiene un arco dramático enorme, comenzando la película contenida, desconocida para sí misma, infeliz y corroída por la culpa y la contención, y terminando liberada, tomando el control de su deseo, de su vida y de sus emociones a la vez que de sus poderes tras soltar lastre.

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