Xacio Baño: «La vida es mucho más»

 

Xacio Baño (Xove, 1983) llegó al cine “casi por accidente”, según sus propias palabras. Debutó en 2009 con el corto Quentefrío, “una travesura”, y dejó su huella en el audiovisual gallego con tres proyectos más, Relación de acordes (2009), Estereoscopía (2011) y, sobre todo, Anacos (2012), exhibido en más de treinta festivales, el último el de Clermont-Ferrand, por el que ha pasado a finales de enero. Beneficiario en varias ocasiones de las ayudas al talento de la Agadic, es también uno de los rostros visibles, junto con Sonia Méndez y Ángel Santos, de la plataforma que reclama su recuperación, después de no ser convocadas en 2012. En el cine, y en la conversación, Xacio Baño tiene bastante claro lo que quiere decir.

¿Usted no iba para ingeniero?

Efectivamente, yo me marché a Madrid a estudiar Ingeniería Industrial, que era lo que había querido toda la vida, tal vez porque no lo había pensado mucho… El caso es que en el colegio mayor hice unos cuantos amigos de Comunicación Audiovisual, una carrera que yo ni sabía que existía, y por ellos comencé a interesarme en el cine, y a ver cine de autor. En paralelo, me di cuenta de que no me gustaba lo que estaba estudiando. No me veía jubilado como ingeniero, y pensé que la vida tenía que ser algo más que ganar dinero. Decidí irme a León a hacer Cine, sin tener demasiada idea de lo que me iba a encontrar.

¿Pensaba ya entonces en dirigir?

Pues sí, porque lo que me gusta es contar historias. Aunque era y soy muy consciente de mis limitaciones, y por eso me especialicé en montaje y edición, para adquirir los conocimientos necesarios. Tenía compañeros que ya hacían cortos a los doce años, con la cámara VHS de su padre. Yo, la primera vez que cogí una cámara fue en tercero de carrera. Tuve que aprender a controlar los tiempos, los encuadres, las secuencias… Sin embargo, estoy convencido de que si alguien tiene algo que decir, lo acabará diciendo, estudie cine o no. Hay cosas que salen naturales.

Y, tras varios trabajos como editor, en el 2009 se anima a ponerse detrás de la cámara. ¿Cómo fue la historia?

Tomé la decisión de venirme a vivir a Compostela, y mover mi mundo. Hasta entonces, estaba en el Barco de Valdeorras, con mis padres. Acabé compartiendo piso con una directora de fotografía, Lucía C. Pan, y fue ella quien me abrió la posibilidad de hacer mi primer proyecto. Ella conocía a mucha gente en el mundillo. Gracias a ella, fui ampliando el círculo y formando un grupo de colaboradores, una familia, más bien, con los que aún hoy sigo trabajando. Hicimos Quentefrío, que fue casi una travesura. Lo rodamos en el piso donde vivíamos, de manera muy sencilla, con mi novia y uno de los compañeros, Miguel Cuba, como actores. Lucía tomó una serie de fotografías con ellos y yo las monté. Bastante rudimentario, pero les sirvió para echar a andar.

En ese mismo año, llegó ya Relación de acordes, un corto mucho más ambicioso…

Quise jugar con la música, como lenguaje y como forma de expresión. De niño, estudié varios instrumentos en el conservatorio, así que preferí empezar en el cine experimentando allí donde me sentía cómodo. La grabamos en dos días, en Santiago, y fue posible porque el proyecto recibió una de las ayudas al talento de la Agencia Gallega de las Industrias Culturales (Agadic). En realidad, es un filme bastante sencillo…

¿Todo sencillo? ¿También el sonido?

Bueno, en realidad, el sonido sí tuvo su complicación. Se grabó todo en posproducción, en Cinemar Films. En el rodaje, los actores hablaban, pero luego no empleamos las voces. Lo que me interesaba era el lenguaje corporal, los gestos, las miradas… para luego traducirlos en música. El corto está hecho como una sinfonía, en cuatro movimientos. En realidad, fue un ejercicio primerizo, para soltar nervio.

Casi sucesivamente comenzó a trabajar en Estereoscopía. ¿De dónde sale esa idea de jugar con dos pantallas?

En realidad, aunque no se perciba a la primera, es algo muy personal. Tuve la idea de un hombre que perdía un ojo, recibía un trasplante y comenzaba a ver una vida ajena por el nuevo órgano. Me gustó mucho, y me enteré de que me permitía jugar con mi pasado… La vida del donante es mi presente, sale mi chica, mis abuelos, mi pueblo, mis amigos. Y la vida del transplantado, Emilio, reproduce en cierto modo la época en la que yo estaba en Madrid, sin saber si quería seguir adelante con la ingeniería o no. Pasé por una situación muy complicada de crisis personal y ahora, creo, soy feliz. Y así, al comparar, el protagonista se da cuenta de que la vida es algo más, como me pasó a mí. Y así surgió esta fábula con la que, realmente, estoy muy satisfecho… El juego narrativo con la pantalla partida, el tiempo narrativo lento, exigente para el espectador medio… Fue un buen resultado.

Parece que a los jurados también les gustó. Pasó por más de 50 festivales y resultaría premiada en Cans, Curtocircuíto, El Sector, Xarrades en Curt y Metropol’his…

Fue un golpe de suerte, la verdad. Funcionó mucho mejor de lo que yo esperaba. Pero lo cierto es que me dio mucho trabajo. Había una primera versión con voz en off, en la que Emilio era un cinéfilo y tenía la casa llena de películas. Incluíamos insertos de películas antiguas, desde los hermanos Lumière, para mostrar cómo el cine había ido avanzando. Pero todo eso se cayó en la sala de montaje, creo que para bien. Estereoscopía me abrió muchas puertas….

Como la de contar con Mabel Ribera como actriz para el siguiente proyecto, Anacos.

Por ejemplo [ríe]. No voy a decir nada que no se sepa, pero es una gran actriz y una persona encantadora. Le presenté el proyecto, hubo entendimiento muy rápidamente, y seguimos adelante. Es mucho más fácil cuando hay actores como ella o Fernando Morán y Xosé Barato, que controlan lo suyo y saben bien lo que quieren.

Una historia contada con la pantalla en cinco trozos, en cierto modo, una evolución de Estereoscopía, ¿no?

Hacer ese juego fue la primera idea que tuvimos. Luego pensé en cómo aprovechar los cinco rectángulos y convertirlos en un elemento narrativo, no en un simple recurso estético. Y así apareció la idea del bizcocho, y la historia de la madre. Estuvo todo muy bien medido porque, claro, si tienes cinco pantallas y comienzas a volverte loco en el rodaje, no hay quien haga una peli con eso. Empleamos una Canon 5D, colocada en vertical, y calculábamos el encuadre a ojo, sabiendo que habría que restar un poco en los márgenes. No daba el dinero para tener cinco cámaras [ríe]. Luego, en la sala de montaje, fue todo tal y como habíamos pensado, casi no nos movimos del guión.

«Hay un cierto tabú con ese recurso, pero me parece una estupidez. ‘Apocalypse Now’ tiene voz en off, y no vamos a decir que es una mala peli.».

En este caso, sí respetó la voz en off…

Sé que hay un cierto tabú con ese recurso, pero me parece una estupidez. Apocalypse Now tiene voz en off, y no vamos a decir que es una mala peli. Podía haber hecho el corto mudo, y se entendería igual, pero no quise. Creo que la voz en off ayuda un poco al espectador medio, y estoy muy contento con el resultado. Es neutra, no les estorba a las imágenes, y me permite hacer un contraste entre escenas habladas y escenas en silencio que me gusta mucho.

¿Es una historia de aquellas madres que solo eran madres?

Y cuando perdían su labor de madre, parecía que desaparecían. Por suerte, están en peligro de extinción, porque la gente se está dando cuenta de que la vida es mucho más, trabajar, tener amigos… De todas formas, para mí, la peli es sobre el tempus fugit, quise transmitir la sensación de que el tiempo pasa volando, y que cuando te quieres enterar, ya se ha acabado. Por eso solo dura seis minutos. Me gusta cuando el espectador comenta que se le ha hecho muy corta, que se ha quedado con ganas de más… Mi abuelo me dijo una vez, después de dos horas de estar limpiando el monte: “arreglar la casa, comprar unos montes y estudiar a los hijos, allá va la vida de un hombre”. Esa es la idea, que la vida es mucho más sencilla de lo que pensamos.

En Quentefrío, el corto se basa en el tacto. En Relación de Acordes, en el oído. Y en Estereoscopía, en la vista. Ha usted hablado de que quiere seguir hasta hacer una pentalogía sobre los sentidos.

Fue en Relación de Acordes cuando me di cuenta de que podía hacerla. Es una manera de forzarme a experimentar con el lenguaje para probar nuevas formas y nuevos caminos. Y, ahora que ya he hablado de ella, estoy obligado a acabarla [ríe]. Hay gente que piensa que Anacos es el capítulo sobre el gusto, por el símil del bizcocho, pero no. De hecho, ya tengo alguna idea sobre eso, pero no creo que logre acabarla hasta dentro de dos o tres años. No hay prisa.

Pero habrá otros trabajos de por medio, ¿no?

Por el momento, estoy haciendo en solitario, sin la ayuda de Lucía, una especie de ensayo documental. Trata sobre la sensación de hacerse mayor y dejar atrás a la gente que quieres, sobre hasta qué punto tiene sentido que para progresar en tu vida tengas que prescindir de personas que te hacen bien. Tengo ya grabadas varias cosas, con mi familia, y sé cuál será la estructura. Espero poder acabarla este año, aunque es complicado. No sé si será un corto, un largo o un mediometraje, estoy viendo qué sale… El caso es que es la primera vez que me voy a meter en la no ficción.

¿Por qué lo hace en solitario esta vez?

Por lo que implica, porque es una historia muy personal. Aunque si veo que en algún momento necesito entrar yo en plano, o requiero ayuda, llamaré al equipo de siempre. De todas formas, con ellos estoy trabajando ahora en la idea de un corto de ficción, porque tenemos mono de juntarnos.

¿Ya tienen guion?

Sí. Hicimos una ‘asamblea’ entre todos, les presenté varias ideas y escogieron la que más les gustó. El título provisional es Alfileres, y será algo poco ambicioso, de poco dinero, un corto de transición, para jugar con actores y con planos. No quiero sentirme obligado a tener que repetir el nivel de Anacos.

¿Teme que le exijan volver a casa con otro saco de premios?

No me gustan las expectativas, ni la presión. Quiero hacer algo sencillo, sabiendo que es sencillo, y que me satisfaga. Y procuro que el público se siente sin saber lo que va a ver, para que no tenga ideas preconcebidas. En mis pelis, quiero que el título no diga nada, que el cartel no dé pistas, y que el tráiler cuente lo menos posible [ríe].

Sobre las ayudas al talento: «La simple existencia de estas subvenciones animaba a quien tenía una idea a intentar desarrollarla. Se exigía presentar un guion elaborado y un dossier, por lo que aunque Agadic no te escogiera, tenías una base para tratar de desarrollar tu peli por otro lado».

Acaba también de dirigir algunos capítulos de la segunda temporada de la serie web Angélica y Roberta. ¿Le picó la curiosidad por el formato?

Sandra y Sonia, las responsables de la serie, me propusieron hacerlo y acepté, como colaboración esporádica. Me sirvió para sacar callo, para aprender a resolver un episodio en un día, manejar los ritmos del rodaje y trabajar con un ayudante de dirección, que es algo que nunca había hecho. Realmente, el proyecto está funcionando bien, demuestra que hay bastante talento en Galicia. Es una lástima que ninguna televisión quiera apostar por este tipo de productos originales. Supongo que piensan que la gente puede asustarse por ver en la pantalla a dos chavalas tan desinhibidas con los temas que tratan, hablando de sexo en tono de comedia, como hablan las mujeres de verdad.

Relación de acordes, Estereoscopía y Anacos tuvieron fondos de la Agadic, a través de la convocatoria de ayudas al talento, que desapareció en 2012. ¿Qué supusieron estas subvenciones?

Oportunidades. En estos tiempos, con todo el lío de la crisis, la gente joven no tiene manos a las que agarrarse para iniciar un proyecto. Las productoras y las televisiones tienen las puertas cerradas. Y las ayudas de la Agadic eran una mano tendida hacia las buenas ideas. Estaban pensadas para apoyar a la gente que tenía algo interesante que decir, sin importar si tenían o no trayectoria previa. Apostaban por proyectos arriesgados, que buscaran algo más que la rentabilidad económica, y eran una pequeña red de seguridad para animarse a emprenderlos, sabiendo que contabas con un pequeño fondo de dinero. Y los resultados están ahí: Oliver Laxe, Ángel Santos, Alberte Pagán, Eloy Enciso, Otto Roca, Pablo Cayuela y Xan Gómez Viñas….

¿Y ahora?

Ahora habrá mucha gente que se quede sin apoyos. Y si no le das salida a los nuevos autores, nunca tendrás nuevas voces en la industria. Estas ayudas aparecieron en el 2009, con una partida de 400.000 euros. En 2010 pasaron a 300.000, y en 2011, a 150.000. Eran cifras que no suponían nada en el presupuesto de la Xunta. En otras autonomías con programas semejantes, se mantuvieron con importes de 50.000 o 60.000 euros, y siempre es mejor eso que quitarlas. Ya no son el dinero que se les otorga a los quince o veinte proyectos seleccionados, es que la simple existencia de estas subvenciones animaba a quien tenía una idea a intentar desarrollarla. Se exigía presentar un guion elaborado y un dossier, por lo que aunque Agadic no te escogiera, tenías una base para tratar de desarrollar tu peli por otro lado, mediante el crowdfunding u otros métodos alternativos. Era un dinamizador.

En su caso concreto, Anacos recibió una ayuda de 6.700 euros y estuvo en Clermont-Ferrand, Taiwán, Chile, Alemania, ganó en las Palmas, Málaga, Albacete o en el Shnit Film Festival en Suiza, entre otros. Es bastante retorno.

Cuando me dieron la primera ayuda, en 2010, no me conocía nadie. Ahora, he tenido la suerte de ganar premios y visibilización y de llevar una peli en gallego a varios festivales de prestigio internacionales. Como yo, ha habido otros antes, poco a poco, vamos situando el cine que se hace aquí, y se crea un efecto llamada. Y son precisamente los proyectos más arriesgados, los que no siguen el camino habitual, los que más visibilidad te dan. Pero, si no lo quieren ver…

Comments
One Response to “Xacio Baño: «La vida es mucho más»”
  1. Mely dice:

    Hoy he decubierto a Xacio Baño y me ha encantado! Espero poder encontrarlo en San Sebastián este año. Bravo, bravo y bravo!!