15ª Mostra Internacional de Cinema Etnográfico: Sección Oficial
Este año se cumple el quince aniversario de la inauguración de la MICE (Mostra Internacional de Cine Etnográfico) promovida por el Museo do Pobo Galego, en Santiago de Compostela. Por desgracia, en esta ocasión especial, la pandemia mundial ha supuesto una anomalía en su desarrollo, forzando la suspensión del festival unos días antes del estado de alarma el pasado mes de marzo. Finalmente, la organización, preocupada por la crisis sanitaria y el correcto funcionamiento de la actividad cultural, pospuso su celebración hasta finales de agosto.
Por primera vez en su historia, las películas de la Sección Oficial pudieron verse tanto de manera presencial como telemática, y esta servidora ha optado por la segunda opción. Debido a mi lejanía geográfica he tenido que disfrutar de las piezas en la comodidad de mi hogar y en la incomodidad de mi deficiente conexión a Internet. Esta situación me ha llevado a reflexionar acerca de la importancia de eventos como este, donde decenas de personas se agolpan en las entradas de cines y teatros. Lo cierto es que el disfrute de la experiencia colectiva de asistir a la sala de cine es algo por lo que merece la pena luchar. Esperemos que, a pesar del gran avance del uso de plataformas de video on demand, esta sea una tradición que perdure en el tiempo y se mantenga viva con el paso de las generaciones.
Este año, la Sección Oficial de la MICE contaba con tantas películas como el número de su edición, todas ellas relacionadas con la etnografía y la antropología, con el objetivo de generar un espacio para el diálogo, la reflexión y el intercambio. Lo interesante de esta propuesta es que, más allá de presentarnos historias observadas bajo la mirada del interés por lo exótico o lo ajeno, se esfuerza por ofrecer un espacio en el que disfrutar de obras diversas e innovadoras. El jurado de esta edición estaba compuesto por Jorge Moreno (antropólogo, cineasta y director de Mapas de Memoria); Iván Cuevas (periodista, filólogo y miembro del Cineclube de Compostela) y Xisela Franco (cineasta, documentalista y docente). Los tres integrantes concluyeron en otorgar el premio a la Mejor Película Etnográfica al documental ruso The Season when Velvet Antlers get Ripe de la realizadora Galina Leontieva. De la pieza, valoran su “capacidad de inmersión a partir de un trabajo cinematográfico cuidado y sugerente, así como su brillante representación de un contexto que genera una reflexión”. Lo cierto es que la película rusa acierta en su interés por lo concreto como modo de acercamiento a lo universal. La producción del terciopelo del ciervo se filma de manera contundente y detallista, mostrándonos el proceso desde el mismísimo inicio, cuando los animales trotan por espacios vallados, hasta la extracción de los cuernos. Este producto es un bien altamente cotizado en ciertos países asiáticos, donde popularmente se cree que la sangre de estos animales produce efectos afrodisíacos en los hombres. La directora rusa filma el proceso completo de “recolección” y lo encadena en montaje con interesantísimas secuencias de las charlas entre trabajadores a la hora del descanso. Entre el humo de los cigarros y el vapor, los empleados conversan sobre las condiciones de trabajo, las limitadas posibilidades de vida y el mal estado de la política y la economía rusa.
El Jurado decidió además conceder una mención especial al documental Research/Souvenir (Dialogues) de Roger Horn. Dividida en dos partes, la pieza se sirve de material de archivo de Rodesia (Zimbabue) y audios que recogen una conversación entre mujeres migrantes en Ciudad del Cabo. La primera parte de la película, Research, pone de manifiesto las opiniones y dificultades del cineasta a la hora de enfrentarse a la temática abordada. La segunda, Souvenir (Dialogues), contextualiza política, social y económicamente lo comentado anteriormente por Horn. Finalmente, la pieza remata con la inclusión de una llamada de teléfono de una de las mujeres al cineasta, informándole de que el presidente Robert Mugabe ha sido destituido del cargo. Mugabe, que gozaba de un prestigio inicial como héroe de la independencia para el país, terminó convirtiéndose en una controvertida figura, ensombrecida por la crisis, la violencia y el fraude electoral. Cabe destacar el gesto del realizador que, consciente de su postura ajena a todo el asunto, cede su espacio y su voz a estas mujeres dejándolas intervenir en la obra, convirtiéndose en las protagonistas reales del relato. Tal y como asegura el Jurado, la película destaca por el “empleo de un lenguaje que permite repensar el material de archivo con la intención de deconstruir ciertas miradas establecidas”.
Por otra parte, el premio a la Mejor Película Etnográfica Gallega recayó en Hamada, de Eloy Domínguez Serén. La película, de 2018, lleva ya un tiempo en el circuito de festivales y se ha llevado el premio a Mejor Película Española y Mejor Dirección en el Festival de Gijón, por lo que su victoria en el certamen santiagués no nos resulta una sorpresa. El cineasta gallego filma con interés y empatía el día a día de un grupo de jóvenes que viven en un campamento de refugiados en el desierto del Sahara. Más allá de las fronteras físicas del espacio, los protagonistas fantasean con lo otro y el afuera, charlando sobre las dificultades de ser mujer, lo que imaginan de España y las ventajas de saber conducir.
Además de la premiada Hamada, fueron tres las películas gallegas que se colaron en la sección oficial del certamen. En la boca de la mina, de Brandán Cerviño, da voz a un grupo de mineros cubanos que, tras el cierre de la mina en la que trabajan, viven de la venta de esculturas religiosas. La celebración de la tradición “cimarrona” es el telón de fondo para esta pieza poscolonial en la que se denuncia, mediante la palabra y el canto, la opresión y explotación de los blancos invasores. Cerviño, que se formó en la prestigiosa Escuela de Cine San Antonio de los Baños de Cuba, consiguió meritoriamente la mención especial del jurado en el OUFF en Curto y el premio Planeta GZ en Curtocircuíto el año pasado. Otra de las piezas autóctonas, Dende que chegou a luz, de Santiago Teijelo, recoge las anécdotas culturales y sociales de Carmen, una mujer gallega que se retira a la cocina de su casa mientras el resto de su familia continúa con la tradicional matanza del cerdo. Esta tradición, destinada a desaparecer debido a los avances culturales y tecnológicos del país, vertebró la sociedad de la Galiza rural hasta principios del siglo XXI. El relato costumbrista de Carmen aporta información y nostalgia al imaginario colectivo, rememorando historias sobre la Santa Compaña y demás supersticiones típicas de una Galiza inevitablemente unida al folclore y la magia.
Por último, Eu tamén necesito amar aúna los testimonios de un grupo de mujeres gallegas sobre la vivencia de una adolescencia marcada por la dictadura franquista y los mandatos de una época caduca. El emotivo documental de Antón Caeiro se sirve de un montaje vertebrado por la voz en off del narrador, fotografías de su propia familia y animaciones en stop motion algo rudimentarias para la importancia de las anécdotas que las protagonistas recuerdan entre tristeza y añoranza. La pieza concluye con una larga secuencia del entierro de la madre del director. El acompañamiento musical y la dureza de las imágenes produce cierta sensación de incomodidad que resalta un uso de las imágenes como elemento de manipulación emocional excesivo. A pesar de este detalle, a mi parecer, impostado, las confesiones sobre las diferencias entre la educación de las mujeres y los hombres, la menstruación, las relaciones sexuales y el amor conforman una obra de gran valor social e histórico.
El último premio a repartir recayó sobre Une nouvelle ère, de Boris Svartzman, de la mano de la Asociación de Antropoloxía Galega. El realizador filma, durante siete años, el proceso de gentrificación que sufrieron 2.000 vecinos de Ghanzhou, una isla fluvial al sur de China, cuando las autoridades locales les desahuciaron en 2008. Los efectos del capitalismo y la globalización dejan huella en una pieza filmada con sensibilidad y compromiso acerca de un grupo de personas que hicieron frente a la presión policial en favor de sus derechos fundamentales.
Una de las propuestas más curiosas de la mostra pertenece a Katti Jisuk Seo y Finnja Willner. El documental How about having a fascination of mind? recoge las peculiares costumbres de la cultura surcoreana y las opiniones de aquellos y aquellas que las viven en primera persona. Las cineastas alemanas emprenden un viaje al país de origen de la madre de Katti para descubrir las diferencias culturales entre Europa y Asia, conocer a fondo Corea del Sur y encontrar familiaridad en la tierra de sus antepasados. El documental, dividido en tres partes, menciona la obsesión con las heces, las caras pequeñas y las salas de visionado de DVDs que funcionan como refugios sexuales. Ganadora de la tercera edición del Etnovideográfica, un festival promovido por el Museo Etnográfico de Castilla y León, la pieza ofrece entretenimiento para el espectador más curioso pero carece de un lenguaje fílmico fluido y dinámico necesario para captar la atención de aquellos más experimentados en lo cinematográfico.
También las costumbres de Europa dejan huella en este festival celebrado de forma atípica. Es el caso de la trilogía Processi, de Adriana Ferrarese, un díptico que ilustra los modos de celebración de la fe en dos espacios en el sur de Italia: por una parte, la Semana Santa en Corigliano Calabro; por otra, la celebración de la procesión marítima de la Madonna della Neve. El documental, montado en paralelo, mezcla imágenes tomadas en ambas celebraciones mezclándolas con la cotidianeidad de los habitantes de Calabria. El acto religioso y la devoción del pueblo quedan retratados en una pieza rodada en blanco y negro, únicamente coloreada en los detalles de los fuegos artificiales que iluminan el cielo bajo el que decenas de barcos se agolpan. Otro país europeo retratado en la MICE fue Portugal. Terra documenta el proceso de preparación de carbón vegetal bajo grandes hornos cubiertos de tierra. Los realizadores Hiroatsu Suzuki y Rossana Torres encuadran esta antigua tradición protagonizada por el fuego, el agua, el aire y la tierra. Los cuatro elementos convergen y llenan el espacio –fílmico y geográfico– en esta pieza observacional en la que las palabras se apagan en favor de la naturaleza. En el año 2018 este documental se alzó con el Premio DocLisboa a Mejor Película de la competición portuguesa.
Por último, me gustaría destacar la propuesta de Mehdi Zarei y Hadi Zarei. La película lleva el nombre de su protagonista, Khatemeh, una niña afgana de catorce años que vive en Irán con su familia y se ha casado forzosamente con el viudo de su difunta hermana. Tras un largo tiempo de abusos, violaciones y vejaciones, huye de casa debido al maltrato al que la someten su hermano y su marido. El documental recoge el proceso judicial de Khatemeh y su estancia en una casa de protección oficial de la organización gubernamental de servicios sociales de Shiraz. La discusión que da comienzo a la narración empuja al espectador a una vorágine de emociones y opiniones contrarias en las que la protagonista se ve envuelta, dudando ella misma de su postura y la razón primigenia de su huida. Los cineastas se preocupan por conversar con ambas partes del conflicto y, conscientes de su postura, guardan respeto por las decisiones de la menor, intentando intervenir lo menos posible en la trama. El refugio de Khatemeh está lleno de otras historias de seguro dignas de ser escuchadas. Allí es bien recibida, allí baila, allí canta y allí se nos escapa una sonrisa viendo como Khatemeh parece finalmente feliz. Sin embargo, el triste desenlace del documental nos deja un amargo sabor de boca que perdura con el paso de los días. Khatemeh decide volver a su casa y nada se sabe de ella desde entonces. Tras el visionado íntegro de la película es difícil no preocuparse por la niña y ponerse en lo peor. A pesar de eso, el trabajo de los cineastas deja un buen poso con el que reflexionar y ganar fuerzas en la lucha por un mundo mejor para todas nosotras.
Concluido el visionado de las obras, solo queda esperar que la próxima edición de la MICE se desarrolle de nuevo mediante las costumbres de la antigua normalidad. Un cine enfocado en la experiencia colectiva y el aprendizaje mutuo no debería verse afectado por la irremediable necesidad de llevar a cabo visionados online y la reducción de la interacción al mínimo exponente. Espero, de todo corazón, que la situación mejore y la MICE pueda disfrutar de una larga vida y largas colas de espectadores deseosos de conectar con el mundo que les rodea en la familiaridad de las salas de cine.