Alcarràs, de Carla Simón
Alcarràs es una pequeña localidad rural próxima a Lleida. La subsistencia de la agricultura familiar es algo cada vez más complicado, y la forma tradicional y menos invasiva de cultivar la tierra está desapareciendo, principalmente por la inacción de los gobiernos y las malas transiciones propuestas para un progreso que ya es imparable. El problema son los mecanismos y las fuerzas que actúan con este progreso, ya que nunca deberíamos hablar de imposición, sino de un proceso equilibrado y justo. Alcarràs, la nueva película de Carla Simón (Estiu 1993), ganadora del Oso de Oro en la última edición de la Berlinale, habla de esto y mucho más, haciéndose realmente grande al sumergirse en el núcleo de una familia que tiene como única forma de vida una gran plantación de melocotoneros. Para ellos, este verano será especial, porque a pesar de los colores y el brillo omnipresente del sol, en la atmósfera se intuye la decadencia, la derrota y la frustración ante la que será su última cosecha, un espíritu solo perturbado por la inocencia de unos niños llenos de energía que parecen ajenos a todo, pero que realmente no lo están.
El segundo largometraje de Simón la confirma como una cineasta de lo social y de las “pequeñas” cosas. Una autora que crea desde lo íntimo para alcanzar lo universal. Construye relatos de una gran sencillez y pureza, que esconden un juego narrativo y un trabajo de personajes impresionante y sutil, que no necesita grandes monólogos para explicar lo que ocurre. Es increíble ver cómo la cineasta catalana logra, con tanta soltura, que cada personaje tenga una mirada y una voz únicas, destacando sin ensombrecer a los demás. Todos tienen sus momentos y sus personalidades, nada arquetípicas, y ninguno cae en el olvido. Alcarràs es una cinta coral magníficamente nutrida y fermentada, además de una declaración de amor por la tierra. ¿Cuál es su valor real y a quién pertenece? ¿A aquellos que la trabajan de sol a sol, o a sus supuestos dueños, que nunca la han pisado ni la han visto crecer?
Todo resulta tan orgánico, tan vivo… Por no hablar de que la directora catalana tiene un don especial a la hora de trabajar con niños y usar su mirada para analizar lo que ocurre a su alrededor, contando así otra historia dentro de la propia narración. Esta armazón compleja (oculta en su superficie) de múltiples personajes y miradas enriquecedoras que nos enseñan cómo se enfrenta cada uno al conflicto, viendo que las tierras donde han crecido y trabajado ya no volverán a ser lo que eran, es de lo mejor que ofrece la cinta.
Lentamente, a través de detalles emocionales colocados y elaborados con elegancia, vamos entendiendo la historia de este lugar: de sus árboles, de la casa en la que vive la familia Solé, de las tierras que pisan, de los frutos que cultivan… Y, mientras tanto, una cámara libre y delicada, como si fuera un miembro más de la familia, sigue a los personajes. Dejándose caer sobre ellos, los envuelve, los acaricia, intenta rescatarlos, para hurgar así en sus rostros y hacerlos hablar sin privarlos de sus espacios. Los gestos tienen más intensidad que cualquier idioma, y Carla Simón lo sabe, así elogia cada mirada, cada sonrisa, cada abrazo, cada golpe, cada ceño… De esta forma, se aleja de cualquier estructura técnica que pueda quebrar una narración que pretende aliarse con un estilo casi documental, mezclando momentos contemplativos con otros dramáticos, para lograr un equilibrio perfecto que impide que el ritmo decaiga, porque siempre pasan cosas, aunque algunas se muestren de manera recreativa. Pero esas rutinas, esos paseos cíclicos entre los melocotoneros, a los que se vuelve una y otra vez, siempre tienen algo nuevo que ofrecer.
El hecho de conseguir dotar de interés y realismo a un relato bastante sencillo es un triunfo, en primer lugar, gracias a un casting perfecto (un proceso por el que pasaron 9.000 personas a lo largo de un año). También contribuye que la historia transcurra prácticamente en una sola localización real. La obra dibuja de manera detallada lo cotidiano, gracias a la implicación de actores que están muy cerca de sus personajes, que los han vivido, permitiéndoles caracterizarlos de una forma que trasciende lo real. Todo guiado y bien definido por Simón. La forma en la que el elenco y el guion impulsan las relaciones es algo simplemente maravilloso. Merece la pena detenerse en las miradas de los niños, que tienen tanto valor y protagonismo como las del padre, sumido en una comprensible desolación, mientras busca respuestas que realmente están en su interior: en su propia familia y en la crisis de identidad que los está dividiendo.
Alcarràs es cine del pueblo (los actores no son profesionales y Carla Simón vivió parte de su infancia en estas tierras) para el pueblo (es complicado no empatizar y verse reflejado en alguno de los personajes). Una propuesta cálida y accesible que llena cada espacio que se propone. Aunque pueda resultar por momentos demasiado amable (o soleada) para convertirse en una auténtica denuncia, sí lo logra de forma implícita, y no pierde nunca ese particular ambiente incendiado de lirismo a la hora de mostrarnos la dramática historia de esta familia durante su última cosecha, un ambiente en el que es fácil reconocer la influencia de autores como Erice, Béla Tarr, Rossellini o incluso Dreyer.
La película es una historia sin principio ni fin, pero que habla de un final. Una conclusión que se aproxima despacio, como una sombra que espera la luz de la luna llena para hacerse notar. La lucha contra algo que no se puede tocar. El final de una tradición a la que el futuro parece no hacerle hueco. Y el final de la propia familia, porque ya no volverán a ser los mismos. Su estilo de vida se verá roto. Su identidad, desmembrada. Querer permanecer en estas tierras no es una obsesión, es un milagro. Del mismo modo, al retratarlas de forma tan sincera y sensible, Carla Simón las hace inmortales. André Bazin reivindicaba un realismo cinematográfico que fuera capaz de ir más allá de la propia realidad para captar su esencia, y esa es la apuesta que vemos en esta hermosa y valiente película. Una sublimación de la realidad con una emotividad de la que es imposible escapar. Pero, ¿quién querría huir de algo así?