APPROACHING THE ELEPHANT, de Amanda Rose Wilder
No puede existir la educación libre,
porque si dejáis a un niño libre no le educaréis.
Gilbert Keith Chesterton
La contundencia de las palabras de Chesterton choca con el enfoque que durante casi un siglo ha sido la base de una educación desprovista de los patrones dogmáticos y disciplinarios en los que se sustenta la educación convencional, como es el caso de las escuelas libertarias. Éstas proponen dar libertad a los niños para que expresen su creatividad e individualidad con actividades dirigidas por éstos y observadas por los educadores con el fin de adaptar el entorno a su nivel de desarrollo y aprendizaje. Sistemas educativos como la pedagogía Waldorf o el método aplicado por la educadora María Montessori, para quien la primera tarea de la educación es agitar la vida pero dejarla libre para que se desarrolle, han trabajado sobre bases científicas, psicológicas y pedagógicas para intentar que los niños alcancen un grado importante en sus capacidades creativas, físicas e intelectuales, por medio de un material didáctico especializado al que tienen acceso libremente. Sin embargo, la sentencia de Chesterton podría resumir a la perfección lo que se encontró la directora Amanda Rose Wilder al querer documentar un curso escolar en una de estas llamadas escuelas libres.
Wilder comienza su trabajo de documentación haciendo una breve introducción sobre la historia de dichas escuelas, para después meterse de lleno en el primer año de vida de la Teddy McArdle Free School de Nueva Jersey, que sólo continuaría abierta un año más. Durante todo ese año va recogiendo desde las primeras ilusiones de su fundador, Alex Khost, hasta el momento en el que éste admite su frustración ante un proyecto insostenible. Approaching the Elephant, el primer largometraje de esta directora, es así la historia de una muerte anunciada, de un fracaso que comienza en el mismo momento en el que Khost pretende crear una escuela libertaria sin los parámetros que han perfeccionado durante años educadores como María Montessori. Khost funda su escuela con unas ideas en las que prima la improvisación por encima de un esquema y de unas normas establecidas para la convivencia, dejando en las manos de los pequeños una responsabilidad que todavía no están capacitados para asumir. La utopía de una educación en la que los niños actúen de manera democrática y racional cae pronto en la visceralidad inherente a unos infantes que proceden del sistema educativo convencional y que, de repente, se encuentran con una total libertad para elegir si prefieren dar clases de matemáticas o jugar con sierras y hachas, actividades que, obviamente, tienen prohibidas en sus hogares.
Amanda Wilder se sitúa como mera observadora de lo que ocurre durante ese año en la escuela, sin sesgar sus imágenes para juzgar lo que ve. En este sentido, la cineasta opta por dejar que la cámara recoja todo lo que ocurre en la escuela, sin ofrecer testimonios de ningún tipo, dejando que imágenes y situaciones hablen por sí solas y filmando en blanco y negro en un intento de ofrecer una percepción equitativa del mundo adulto e infantil. De todos modos, lo que comienza siendo un documental observacional de un método educativo, acaba por revelar mucho más de lo que aparentemente quería la directora. Wilder se encuentra de repente con una serie de caracteres únicos que permiten que la película se sumerja en el caos que impera en la escuela, caos que ella misma aprovecha para adaptarse a él y rodar de una manera más visceral, sin manipular las situaciones en las que se ven envueltos los habitantes de la escuela, y sintiendo en cada momento la tensión que se produce entre los egos de los adultos –inicialmente seguros del dominio de la situación que su posición les confiere– y los de los niños –conscientes de ganar ventaja a medida que sus libertades cobran protagonismo. Por lo tanto, la estructura dramática que se establece a partir de esta tensión aproxima esta película a la objetividad de los trabajos de Frederick Wiseman más que a un documental que adopte una visión parcial y personal de lo que son las escuelas libres
Approaching the Elephant deja de ser así un documental ilustrativo de una forma de entender la educación para convertirse en un mosaico de personalidades excepcionales que permiten que la película fluya vertiginosamente hacia el destino al que la escuela está abocada: primero tenemos al propio director de la misma, un soñador que pronto revela una personalidad débil y poco resolutiva ante unos niños que pasan por encima de él sin apenas esfuerzo; después está Lucy, una niña que sabe aprovechar esa debilidad para chantajear emocionalmente a educadores y compañeros; y por último está el niño que con su actitud remata el fracaso del proyecto de Khost: Giovanni. Como suele ocurrir en la mayoría de escuelas, Giovanni es ese sujeto susceptible de generar un absoluto desorden en clase debido a su indisciplina, un sujeto para el que la falta de un adiestramiento más estricto, como propone Khost, es un terreno abonado para sembrar el caos. Más allá de reflejar el tortuoso día a día de la escuela, Wilder descubre en estos tres personajes un diamante en bruto con el que plasmar la dificultad de construir una sociedad democrática cuando los elementos que componen esa sociedad son resistentes desde su propia base a unas mínimas normas de tolerancia, por mucho que se pretenda de entrada justo lo contrario.