Berlinale 2023 (VII): grandes autores hacen experimentos
Concluimos nuestras crónicas desde Berlín con la vuelta de dos autores de primera, João Canijo y Hong Sang-soo. El portugués presentó su díptico Mal Viver (2023) y Viver Mal (2023), una serie de retratos adaptados de August Strindberg que giran en torno a las relaciones de varios burgueses en un sofisticado hotel en decadencia. Otro sueco, Ingmar Bergman, parece la referencia cinematográfica del luso. El espacio, opresivo, no invita a la alegría, más bien al suicidio. Absténganse de ver el filme las personas que anden bajas de moral. Por lo que se ve, hay algunas, porque media sala dejó la proyección de una cinta que no hace prisioneros.
Sucede así sobre todo en la primera parte, centrada en las tensiones familiares de un grupo de mujeres que gestionan el hotel. Una de ellas tiene una actitud delirante que provoca dolor en ella misma y en todas las demás, llevándolas a la histeria colectiva. No es que las demás sean mucho mejores. Absolutamente todas actúan de un modo egoísta. El filme parece insistir en la incapacidad de comunicación en un entorno marcado por el prestigio social y el materialismo, del que estos ricachones son presos. Gritos y susurros (Ingmar Bergman, 1972) viene a la mente mientras te vas hundiendo en la butaca con ganas de salir a la calle y ver la luz del sol para no volverte loco. Canijo compone una cinta absolutamente deprimente que logra trasladar sin filtros el estado de desolación en el que se encuentran estas paisanas. Los planos cerrados, entre esas estrechas paredes, no las dejan respirar y hunden al espectador en la miseria.
La segunda parte, Viver Mal, concede algo de respiro con tres historias de los diferentes clientes que acuden al hotel. Hay incluso momentos patéticos y divertidos de estas personas insatisfechas que se hacen la vida imposible. Cada una de las partes muestra pequeños detalles que las otras dejan fuera de campo, en lo que supone el experimento formal más interesante de esta nueva propuesta de Canijo. Los dos filmes pueden verse en el orden que se desee y se leerán sin problemas. Viver Mal hasta podría montarse un poco como uno quiera y no variaría nada. El dúo de películas compone un panóptico retrato de estos desgraciados que permite ser atacado desde distintos ángulos.
En el debate de in water (mul-an-e-seo, 2023), Hong Sang-soo explicó que en el primer día de los seis de rodaje que tuvieron en la pequeña isla turística de Jeju, decidió desenfocar la imagen y ya filmó casi todo así. Fue una suerte de impulso. Y lo crees, porque el surcoreano trabaja de esa manera, sobre la marcha, y después acaba por encontrar un sentido a lo que hace conforme filma. Cuando graba, ya está montando. Su proceso, de alguna manera, mezcla los tiempos tradicionales de la preproducción, producción y posproducción.
Esos planos fuera de foco imitan de alguna forma la vista que se tendría desde una ventana mojada por una intensa lluvia. Los filma, en teoría, un actor reconvertido en cineasta con un pequeño equipo que se compone del cámara y una actriz. Así, una vez más, Hong propone un juego de cine dentro del cine, mostrando un rodaje que no parece ir a ninguna parte, pero que acaba por encontrar su forma. Con ironía, pone en boca de este personaje que su motivo para rodar el corto, con sus ahorros personales, es alcanzar la fama. El cámara, antiguo cineasta, está harto de no cobrar nada y ahora lo que quiere es vivir del cine. Es algo más pragmático. La intérprete, amiga del director desde hace tiempo, se debate entre la confianza en el realizador y la atracción que va surgiendo entre el cámara y ella.
Así, con este guion mínimo, Hong muestra en flou buena parte de su película, pero no toda. Algunas escenas sí están rodadas con nitidez, en las que curiosamente el cineasta toma notas u observa la vida a su alrededor en busca de inspiración. Podríamos concluir que esa es la ficción que Hong escribió, mientras que la parte borrosa es la que su personaje escribe y filma en la ficción. La duplicidad queda clara al inicio y al final de la cinta. Los créditos del inicio están nítidos. Al remate, los repite, exactamente los mismos, pero apenas logran distinguirse las letras, estamos ciegos ante ellas. Hay, está clarísimo, dos niveles de narración. ¿Pero cuál es la ficción y cuál la ficción dentro de la ficción? Quizás no importe demasiado, porque son variaciones sobre el mismo tema, la naturaleza de la creación artística.
Es obvio que Hong se lo pasó muy bien junto a sus actores rodando esta película. Desde que filma en digital con cámaras de pequeño formato, que maneja él mismo, el surcoreano está convirtiéndose en un operador que no deja de probar trucos con la imagen, de un modo cada vez más radical. in water es posiblemente su cinta más experimental.
Mención aparte merece la música, también compuesta por él. Un minimalista tema con instrumentos de cuerda suena aquí y allá para acompañar al protagonista en sus momentos de reflexión. Cuando el director filma el último plano de su película, que es también el último plano del filme de Hong, decide recuperar un tema que había compuesto, este con letra y un canto propio de la música tradicional surcoreana. Aproximando el móvil al micro de la cámara, incorporan esto in situ, no en montaje. ¿Tocaría Hong la guitarra, el bajo o lo que sea eso que suena junto a la cámara mientras rodaban el filme? Todo es probable en la constante evolución de un cineasta cuya obra solo puede ser comprendida en conjunto y que va derivando hacia nuevas notas de riqueza.