BERTRAND BONELLO: EL CINEASTA EN LA CUERDA FLOJA

En el cine de autor francés contemporáneo pueden percibirse con fuerza dos corrientes predominantes; por un lado está la de la belleza (herederos de segunda y tercera generación de la Nouvelle Vague, como Philippe Garrel o Mia Hansen-Løve) y por otro la de la fealdad (los ‘enfants terribles’ del movimiento conocido como New French Extremely).

Evidentemente, como sucede con todos los conceptos opuestos, estas dos formas de entender el cine se relacionan y se complementan entre sí, mostrándonos casi siempre las dos caras de una misma moneda. Ahora bien, en este arte jamás todo es blanco o negro y por ello es necesario señalar la existencia de una tercera vía que se sitúa justo en medio de una y otra, una vía que haya su frágil equilibrio entre lo sublime y lo sórdido, una vía que muy pocos transitan debido a su inestabilidad y de la cual el cineasta Bertrand Bonello es uno de los máximos representantes.

A pesar de haber sido incluido en el grupo de cineastas radicales de la anteriormente citada New French Extremely,debido al carácter agresivo de sus propuestas, Bonello se mostraba interesado ya en su primer largometraje (Quelque chose d’organique, 1998) en realizar una obra que se situara justo en el centro de las cosas, en este caso concreto, en el ámbito de las relaciones de pareja.

El filme se abre con un plano de unos amantes besándose con ternura para pasar inmediatamente, por corte, a uno en el que el hombre acaba de asesinar a la mujer en ese mismo espacio que descubrimos es su dormitorio. Esta violencia y brusquedad es la que caracteriza esta ópera prima en la que todo parece estar dividido en dos partes (sexo-deseo, masculino-femenino, amor-odio…) y que si bien no acaba de cuajar debido a lo maniqueo de su forma, resulta imprescindible para poder entender la posterior evolución de este cineasta.

No sería pues Quelque chose d’organique la película que consagraría a Bertrand Bonello como uno de los grandes realizadores de su generación, sino su siguiente trabajo, mucho más sereno y acertado, el que lo haría.

Suena muy raro decirlo de una segunda película, pero Le pornographe (2001) constituye toda una cima artística, ya no solamente dentro de la obra del propio Bonello, sino de todo el cine patrio en general, puesto que consigue, sin necesidad de recurrir a estúpidos guiños ni velados homenajes, conjugar el pasado y el presente de una cinematografía tan rica y compleja como la francesa.

Es el propio pornógrafo (interpretado, como no podía ser de otra forma, por Jean-Pierre Léaud) el que, al definir las escenas de sexo oral en una entrevista como “el último bastión de la humanidad”, se encarga de verbalizar el gran hallazgo de este filme; el descubrimiento de una poética de lo escatológico que, además de recoger el legado de la modernidad, representará de ahora en adelante el núcleo estilístico de todas y cada una de sus propuestas.

Le pornographe es claramente una obra de madurez, un salto cualitativo con respecto a su filme anterior, que si bien permitió al cineasta de Niza inscribirse dentro de la tradición cinematográfica nacional, dejaba irremediablemente al descubierto su necesidad (insatisfecha) de hallar un espacio propio dentro de ella.

Como buen hijo del 68, tras la rebelión pública contra el ‘establishment’, Bonello optó por un encierro voluntario y fue ahí, gracias a la ayuda de los clásicos, donde se gestó la enésima evolución de su carrera.

Al igual que Pier Paolo Pasolini, Bonello haya en lo mítico el vehículo perfecto para transmitir sus ideas sobre el sexo, la violencia y la belleza de forma clara y frontal, sin necesidad de ridículas justificaciones diseñadas para agradar a los defensores de la verosimilitud en el cine.

Bonello dirige a Jean-Pierre Léaud en ‘Le pornographe’, filme definitorio de su marca autoral

En Tiresia (2003) desaparece todo lo accesorio, estamos ante una obra desnuda y depurada que, mediante la revisión del mito del adivino ciego Tiresia, enclaustrado en cuatro paredes, consigue aunar por fin todas las obsesiones del director.

La separación de las cosas (la película se divide en dos partes y son dos actores los que interpretan a Tiresia) que en Quelque chose d’organiqueno acababa de fraguar, así como la exploración de la sexualidad (el protagonista del filme es un transexual) que en Le pornographe solo constituía un telón de fondo, alcanzan aquí su pleno significado y se convierten en el eje temático de esta pieza fascinante, hipnótica.

Después de Tiresia ya no hay vuelta atrás, a partir de esta película el cine de Bonello empieza a seguir un claro patrón basado en la exposición frontal de conceptos en espacios cerrados, cuyos límites se verán rebasados solamente en contadas ocasiones y que casi siempre llevarán, como muy bien señala el compañero Ricardo Adalia, hacia el fantasmagórico espacio de un bosque.

Si con Le pornographeyTiresia muchos parecían empeñados en continuar metiendo a este cineasta dentro de ese cajón de sastre que es el New French Extremely, con su siguiente película (De la guerre, 2008) toda etiqueta desaparece, puesto que este es un trabajo absolutamente inclasificable.

De la mano de Bertrand, un cineasta en crisis magistralmente interpretado por Mathieu Amalric, recorremos una serie de lugares alegóricos que simbolizan tanto las aspiraciones artísticas (los claros referentes a Apocalypse Now y Bob Dylan) como personales (la secta aislada en medio de la nada) del propio autor, que por aquel entonces buscaba desesperadamente su lugar en el mundo.

El resultado es una obra que, a pesar de su evidente irregularidad, representa toda una experiencia, algo que debe ser experimentado antes que explicado y que nos servirá de puerta de acceso para su último trabajo, L’Apollonide (2011).

Parece ser que esa Arcadia que buscaba el protagonista de De la guerre, en donde poder dar rienda suelta a todos sus deseos, se materializó finalmente para Bertrand Bonello bajo la forma del famoso burdel francés de finales del siglo XIX que da nombre a esta nueva película.

Podemos decir sin tapujos que L’Apollonide es el filme en el que el director ha llevado más lejos todas sus obsesiones. Dentro de la arquitectura decimonónica de esta casa de citas todo tiene cabida; la alteración voluntaria del curso del tiempo, el análisis de las comunidades marginales, la mecanización del sexo, la pasión por la música, la violencia extrema, la belleza del cuerpo humano…

L’Apollonide es, en definitiva, un oasis dentro del cine actual por el que tanto cineasta como espectadores podemos transitar libremente sin ningún tipo de restricción ni ataduras, un espacio en que por fin podemos sentirnos libres de verdad.

Comments are closed.