Cannes 2023 (II): quien controla el relato, tiene el poder

May December, de Todd Haynes
Todd Haynes tiene una larga y diversa filmografía, pero seguramente sea reconocido sobre todo por revitalizar la tradición melodramática del cinema norteamericano con cintas como Far From Heaven (2002) o Carol (2015). Su último filme, May December (2023), presentado esta semana en Cannes, guarda relación temática con estas en el sentido en que muestra relaciones prohibidas a ojos de la sociedad. Si el personaje de Julianne Moore (protagonista también de esta última) tenía un affaire con un hombre negro en un ambiente conservador y acomodado en la película de 2002, Cate Blanchett y Rooney Mara debían esconder su relación lésbica en la de 2015. Ambas estaban ambientadas en los años 50; el nuevo filme de Haynes ocurre en la actualidad. Y esto marca ciertas diferencias. La primera y más notable de ellas es que detrás de las cámaras está Christopher Blauvert, habitual en el cine de Kelly Reichardt, cuando la fotografía de los filmes de Haynes venía siendo cosa tradicionalmente de Edward Lachman.
La cinta se abre con un conjunto de primerísimos primeros planos de flores sobre los que se imprimen los créditos mientras suena una versión con nuevos arreglos de la pieza principal de la banda sonora de The-Go Between (Joseph Losey, 1971), compuesta por el estimable Michel Legrand. A quien conozca la historia de aquella, atención spoiler. Haynes siempre ha tenido gusto por los juegos metafílmicos. Estas imágenes recuerdan al cine de Margaret Tait y Nathaniel Dorsky, con la salvedad de que la luz en ellas es muy plana, existe en toda la cinta una suerte de lavado homogeneizador que resta texturas a las personas y a las cosas, falta ese grano y ese cuerpo de la fotografía de Lachman. Y no es una crítica, se trata de una decisión plenamente consciente y adecuada.
La historia, guionizada por Samy Burch y Alex Mechanik a partir del caso real de Mary Kay Letourneau, profesora que mantuvo una larga relación con un alumno menor, con el que acabaría teniendo varios hijos, y que fue condenada a la cárcel por esto, pone a Julianne Moore en el rol de esta maestra, aquí llamada con ironía Grace. Nombre adecuado para un personaje enfermizo pero a la vez poderoso, que arrastra a todos los que tiene a su alrededor hacia su universo inestable. La réplica se la da Natalie Portman, actriz de televisión que llega a la casa familiar de Grace para pasar unos días con ellos y documentarse para darle vida en la pequeña pantalla. La intérprete pone un tesón exagerado en su investigación para lo que se intuye folletín barato de tarde. Uno acaba por darse cuenta de la necesidad de control que ambas mujeres precisan en sus vidas con traumáticos pasados, uno más evidente, otro solo apuntado. Si la repostería y las labores del hogar son la estructura que mantiene la vida de Grace en marcha, Elizabeth (que así se llama la actriz) tiene en estos telefilmes suyos un refugio ante la inseguridad que siente en otros aspectos de su cotidianidad. Y así, en este juego de espejos —hay muchos, de forma literal, en el filme—, ambas mujeres luchan por controlar su contexto, por construir, cada una, su propia narrativa, pues de esto va al fin y al cabo May December. ¿Qué percepción puede tenerse de una persona dependiendo de quién y cómo te cuente el relato?
Las diferencias de clase, que ya estaban presentes en el filme de Losey, vuelven a jugar aquí un relevante papel. Como ejemplo, un diálogo entre las dos actrices, en el que el personaje de Portman indica que su madre escribió un libro sobre epistemología, a lo que responde el de Moore, tras una pausa, que la suya escribió una receta muy buena una vez. Con todo, otro préstamo de Losey es más importante: el acto sexual entre profesora y alumno, que nunca se ve en pantalla, pero que Elizabeth intenta reconstruir en su investigación, forzando un orgasmo en el mismo almacén de una tienda de animales donde tuvo lugar. Poco a poco, la actriz se mimetiza con su personaje, hasta el punto de caer en un juego peligroso con el marido de Grace. Cabe mencionar aquí el gran trabajo de Charles Melton, que brilla incluso por encima de sus partenaires femeninas, que ya es decir, porque son dos grandes divas de Hollywood y aquí están ambas magníficas. Su encarnación, acorde al carácter calmo del chico, es de una contención a celebrar.

Firebrand, de Karim Aïnouz
Con estas pautas, se intuye, por lo tanto, que estamos ante material de telenovela barata, de ahí ese look antes apuntado en las imágenes de Blauvert. Haynes logra, con ironía, realizar un juego lúdico desmontando las convenciones de un género que él mismo mantiene vivo a día de hoy y que parece tener unas fronteras no muy extensas. En May December no hay la emoción de sus otros melodramas, porque se trata precisamente de analizarlos fríamente y parodiarlos. El ejercicio es bien aplicado, también un poco fútil y con falta de huella. Comprendido el dispositivo, el cineasta repite temas y situaciones y se para quizá demasiado en obvias metáforas, alargando el metraje en exceso. A algo tan ligero le habría venido mejor una duración más contenida. No es uno de los mejores filmes de Haynes, pero sigue resultando inteligente, entretenido y por momentos estimulante.
Al lado de Firebrand (Karim Aïnouz, 2023), es una obra maestra. Biopic de Catalina Parr, última de las seis esposas de Enrique VIII, es el típico filme de época correcto que luce bonito, con vestidos suntuosos, palacios preciosísimos e impresionantes paisajes de la campiña inglesa. Figuran por ahí grandes actores británicos como Jude Law, Alicia Vikander o secundarios de lujo como Eddie Marsan y Simon Russell Beale. Se abre con una frase que ya avisa a navegantes: “Película sobre algunas cosas, principalmente los hombres y la guerra. El resto de la humanidad sacará sus conclusiones”. Se inicia el sermón pseudofeminista y uno piensa que van a convertir a Catalina en una mujer virtuosa que salvó al reino de los malvados humores de un rey tan caprichoso como sanguinario. No se equivoca uno, pero el filme, más allá de tener unos diálogos demasiado contemporáneos y subrayados excesivos, tiene un gran pecado capital: la tergiversación de la historia. No contaremos el desenlace, pero es digno del Quentin Tarantino de Inglorious Basterds (2009) y Once Upon a Time in… Hollywood (2019). Solo que aquí el tono es de una seriedad y realismo tal, que solo podemos considerar el guion de falsario e imprudente. Sin duda, los hombres poderosos, violentos y machistas, escribieron en el pasado un relato muy diferente de las reinas del que se cuenta aquí. Pero una cosa es el revisionismo, que es bienvenido siempre que se ejecute con rigor, y otra muy diferente es alterar hechos históricos documentados en defensa de un supuesto feminismo que tiene más de pose que de compromiso. Un bodrio que no se explica cómo ha llegado a la sección oficial de Cannes.