CANNES DÍA 10: IGGY ROCKS

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Las estrellas, estrellas son, no importa la categoría de arte a la que pertenezcan. El público de la sesión de medianoche de ayer en el Gran Teatro Lumière acogió con entusiasmo el estreno de Gimme Danger (2016), dirigida por Jim Jarmusch, que entrevista a la leyenda del rock Iggy Pop. Más que un retrato personal sobre su figura, se trata de una vuelta al tiempo de los Stooges desde el relato de su solista, único miembro aun vivo de una banda que revolucionó el rock de los años setenta.

El documental es de un clasicismo que debiera ruborizar al genio de Stranger than Paradise (1984), con la que ganó la Cámara de Oro aquí hace 32 años, y que nos tiene acostumbrados a otros lenguajes. El filme cumple en lo informativo y en lo emocional, compuesto de conversaciones con Iggy y otros compañeros de la época y mucho material de archivo, montado con ritmo y humor. Es una pieza menor en la obra del cineasta, pero aun así fue recibida con un entusiasmo sin igual en la Croisette. Tres o cuatro minutos de aplausos ininterrumpidos, en los que el líder de los Stooges no paraba de saludar a su público, hasta el punto de que el maestro de ceremonias Thierry Fremaux tuvo que sentarlos para que la sesión pudiese dar comienzo. Y en los créditos, de nuevo aplausos. Filme de masas, con electrizante música, que nos puso a andar en la ida a una de las fiestas de las playas de Cannes, en una cálida noche de mayo en la Costa Azul.

También fuera de competición, el público se quedó dividido con la última locura del surcoreano Na Hong-jin, The Wailing (2016). Esperada por muchos tras dos thrillers tan sólidos como The Chaser (2008) y The Yellow Sea (2010), la verdad es que esta historia policiaca que se adentra sin temor en lo fantástico, nos pilló desprevenidos a muchos. En una aldea perdida en una área boscosa, comienzan a aparecer familias asesinadas con violencia. Los únicos supervivientes se mueren al poco rato por algún tipo de ataque nervioso. Y, a partir de este comienzo, pues hay una investigación, claro.

En las buddy movie surcoreanas suele haber un poli tonto y otro listo, como es común también en el género hollywoodiense. Aquí todos son idiotas. El melodrama es tan exagerado que nos hace llorar, pero de risa. Y los elementos fantásticos, con un filme a caballo entre Seven (David Fincher, 1995), El exorcista (William Friedkin, 1973), La noche de los muertos vivientes (George A. Romero, 1968), Vampires (John Carpenter, 1998), Evil Dead (Sam Raimi, 1998) o Kaidan (Masaki Kobayashi, 1964); son tan desprejuiciados y copiones que, cuando llega uno nuevo, sorprende y nos hace gozar con la identificación. Si Cabin in the Woods (Drew Goddard, 2012) mataba al género de monstruos como Watchmen (Alan Moore e Dave Gibbons, 1986-1987) clavaba una estaca en el pecho del superhéroe cual Quijote con las novelas de caballería; The Wailing hace lo propio con el subgénero de investigaciones policiacas con elementos sobrenaturales.

Que el vampiro/asesino/chamán sea japonés y de gran carga cristiana en sus ritos, frente a la resistencia budista de los buenos de turno, acompañados de fantasmas de dudosa intención y ascendencia sintoísta – por lo menos así lo percibe el espectador occidental, más familiarizado con los mitos de Japón – indica un rechazo a lo ajeno en la cultura popular surcoreana. Que demonios o entes cristianos y budistas choquen en esta lucha por la alma de los protagonistas abre el filme a interpretaciones políticas interesantes, que no desarrollaremos aquí para no desvelar la trama. A la postre, The Wailing, con tanto ingrediente en la ensalada, no acaba por encontrar su sabor, sorprendiendo y agrediendo al espectador con cada bocado, para lo bueno y para lo malo. En Sitges va a ser una sensación. Yo, si puedo, repito allá, para celebrar el desenfreno de Na Hong-jin con su fiel legión de frikis desacomplejados.

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Cerraron además hoy la sección Un Certain Regard dos películas bastante esperadas y, en lo que a mí respeta, decepcionantes: La larga noche de Francisco Sanctis (Francisco Márquez, Andrea Testa, 2016), que venía de ganar premio en Bafici, y La tortue rouge (Michael Dudok de Wit, 2016), de un animador debutante en el largo, apoyado por el estudio Ghibli. La primera es, una vez más – y cuántos irán en esta edición – un cuento moral sobre un hombre que debe decidir si avisar a dos personas disidentes políticas en Argentina de que vendrán a detenerlos la misma noche en la que el filme tiene lugar, o mirar para otro lado y dejarlo correr, estando él más seguro. Con este argumento ya os imagináis por dónde va. La película trata de dilatar esas horas antes de la decisión, buscando la introspección en la mente de Francisco Sanctis, pero su estilo acaba por parecerse más al de un informe policial.

La tortue rouge es preciosa y precisa en lo formal, de un estilo sencillo deudor del mejor Hergé y en la tradición de Fantasia (Norman Fergunson, 1940), contada también solo a través de la imagen y la música. No hay ni una sola palabra en esta historia de un hombre que llega a una isla desierta y acaba por tener un romance con una tortuga transformada en mujer. Entramos en el terreno del mito, en una cinta que intenta siempre epatar tanto que no deja un segundo de respiro en su intensidad, causando que el espectador deje de interesarse por las peripecias de los protagonistas.

Mañana se cierra la sección oficial con Elle (Paul Verhoeven, 2016), última gran promesa en la que depositamos nuestras esperanzas. Os hablaremos de ella y de otros filmes de la oficial recuperados de este par de últimos días. Ya haremos las quinielas de los galardones, pero decir que, siendo esta una edición de grandísima calidad, aun no hemos visto un filme que nos sacara de las casillas y nos empujara a los límites del lenguaje cinematográfico conocido – puede que Mimosas (Oliver Laxe, 2016), ganadora por cierto de la Semana de la Crítica, pero no estaba en oficial. Esperamos que Verhoeven llene esas altas expectativas

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