Cinco lobitos, de Alauda Ruiz de Azúa
Existe una cierta tendencia en el cine español que está aceptando, con hermosa naturalidad, que la ficción más tradicional es también un espacio cómodo para las autoras de cine (entiéndase autora en el sentido más estricto de la política que los Cahiers inventaron en el siglo pasado). Una ficción que comprende que no son necesarias las grandilocuencias y que a veces el riesgo consiste en calibrar las cantidades justas y necesarias para combinar lo independiente y novedoso con lo mainstream y tradicional. Cinco lobitos (2022) es la muestra de que este cine no solo funciona, sino que deja posos de hermosura semejantes a los que recordamos de las grandes películas.
Lo sencillo no es simple. Este parece ser el lema de la ópera prima de Alauda Ruiz de Azúa, que apuesta en la película por filmar una historia que ya hemos visto muchas veces. Con 35 años y sumida en la sociedad precaria que nos ha tocado vivir, Amaia acaba de ser madre. En la espiral que supone combinar la vida familiar con la profesional, acaba por pedir ayuda y volver a la casa de sus padres en Euskadi. Allí se tendrá que enfrentar a la dualidad de ser madre e hija; todo mientras el mundo sigue girando sin esperar por nadie.
Tres obras recientes apuestan por hablar de la vida y de los cuidados. Alcarrás (Carla Simón, 2022), Cien días con la Tata (Miguel Ángel Muñoz, 2022) y Cinco lobitos. Tres apuestas que redundan en la necesidad de romper con las épicas de quien cuida la casa o quien tiene que dejar su vida en pausa para ponerse a los cuidados de alguien. Y, si bien es cierto que la apuesta de Miguel Ángel Muñoz es la más azucarada de las tres, me gusta pensar que estas películas buscan conscientemente retirar el apelativo de “heroínas” a aquellas mujeres que quedaron al cargo de los cuidados y del hogar. Porque no nos equivoquemos, ellas no tuvieron opción. No tuvieron la posibilidad de escoger en un contexto que las condujo (y conduce aún hoy) a soportar sobre los hombros el peso familiar al completo. Estos filmes buscan romper con esa casposa idea de que aquellas que cuidan son las heroínas por las que hoy vivimos. No, ellas son las que se tuvieron que quedar en casa porque no tuvieron otra opción, porque los hombres no las dejaron (dejan) no ser madres, abuelas, cuidadoras, etc.
Hay que destacar de esta película la exquisitez interpretativa de Laia Costa y Susi Sánchez, hija y madre en la película, que comparten a partes casi iguales el peso de una historia en la que ellos destacan por su ausencia. Huyendo de todo escenario predecible, Cinco lobitos busca reinventar lo conocido. Escenarios que todos vivimos y en los que nos vemos identificados; ahí, en el terreno de lo conocido, donde la espectadora piensa que está a salvo, en ese lugar emergen Amaia y Begoña, dos fuerzas capaces de encontrar lo original en cada gesto, en cada palabra. Mérito interpretativo, por supuesto, pero también de dirección, puesto que no hay nada que no esté detallado al milímetro tanto en la imagen, en el plano, como en el montaje.
Quien alguna vez tuvo que cuidar de otra persona sabe que el tiempo es una medida complicada de calcular. Los días parecen todos iguales y avanzan rápido siempre y cuando no mires al reloj. Así, la película se mueve sin hacer mención alguna a qué día es o en qué mes estamos, como si nos quisiera decir que no importa el tiempo que pasamos, sino cómo y con quién lo hacemos. Quizás, y aquí entramos en el terreno de las especulaciones, el propio trabajo de Koldo (Ramón Barea) investigando el archivo fílmico familiar es un ejercicio de la propia Alauda, que investiga en su propio pasado familiar o intenta dibujar el futuro de este, como si quisiera responder a las preguntas que todos nos hacemos: ¿he estado todo el tiempo que debería haber estado con mi familia?
Finalmente, no quiero dejar pasar la oportunidad de hablar del grandísimo talento de Alauda para calibrar la cantidad de ternura en el filme. Cinco lobitos es un ejemplo perfecto de que menos es más y donde las elipsis, los fueras de campo, tienen casi más peso que lo que ocurre en la pantalla. Podría aquí hablar de toda la subtrama que es la relación entre Amaia y Javi, autónomos precarios obligados a reincorporarse enseguida al mundo laboral con distinta facilidad (de nuevo, volvamos a hace tres párrafos) y de lo bien escritos que están los silencios de las discusiones (pienso aquí en esa réplica ausente de Amaia al “te jode que te quiero” de Javi). Pero prefiero destacar esas elegantes secuencias del triángulo Iñaki – Begoña – Koldo, esas conversaciones absolutamente aburridas que dejan entrever lo que es, en sí mismo, una película dentro de la película. Un filme que se hace tan solo con miradas, gestos y, de nuevo, silencios: Alauda esconde por toda la película, con grandísima destreza y sin saturar en absoluto, breves pinceladas de lo que pudo ser y no fue.
Todas las vidas que no viviste son más hermosas que la que vives, le dice Begoña a su hija y, a la vez, a nosotros, que desde el otro lado de la pantalla pensamos en todos esos trenes que pasaron por delante de nosotros y que, voluntariamente, dejamos ir. Una frase que, aunque puede sonar a cliché o a decoración de una taza de desayuno de Mr. Wonderful, no deja de recordarnos que a veces lo importante no es lo que hacemos o cómo lo hacemos, sino estar ahí, intentándolo lo mejor que sabemos.