CONSIDERACIONES DEL PROGRAMADOR DE UN CINECLUB SOBRE EL EJERCICIO DE SU LABOR

Presentación do filme 'Entreparadas' (Toño Chouza, 2013) no Cineclube Padre Feijoo de Ourense

Una de las conclusiones que se pueden sacar leyendo los artículos del monográfico de este mes en A Cuarta Parede es que a pesar de tener objetivos comunes, cada cineclub es un poco do su padre y su madre. Aunque una visión panorámica de este sector aporta una idea general del conjunto, me apetecía contribuir a esta antología con varias notas específicas de un caso de estudio concreto. Puede haber ciertas verdades universales en las observaciones que compartiré a continuación, pero tengan en cuenta que surgen todas de mi experiencia en la entidad en la que colaboro, el Cineclube Padre Feijóo de Ourense, así que solo voy a hablar de lo que conozco, y únicamente en mi nombre (estoy seguro de que algunos de mis colegas no estarán de acuerdo con mis aseveraciones).

¿Por qué formar parte de un cineclub?

La respuesta sencilla es “porque quiero y porque puedo”, pero intentaré elaborarla un poco. Tal y como yo entiendo una sociedad participativa, si todo el mundo se implicase en algún proyecto voluntarista del que pudiesen aprovecharse los demás, todos saldríamos ganando. Ante ek problema de que en mi ciudad no se estrenan las películas que a mí me gustaría ver, yo puedo dedicar mis horas libres a buscar métodos alternativos para llegar a ellas o invertir ese mismo esfuerzo en colaborar en una iniciativa que ayuda a que pueda verlas más gente que quizás no tiene tanto tiempo o recursos como yo. Me sacrifico en parte por un bien mayor en un ámbito en el que soy competente, y a cambio me veo luego correspondido por otros voluntarios que también creen en este modelo de la acción directa. Así, en Ourense podemos asistir a los conciertos que organizan el Torgal o El Pueblo casi por amor al arte, o leer los fanzines que generosamente autoedita el Sindicato del Cómic, o participar en las numerosas actividades que convocan periódicamente ESCUA y demás colectivos autogestionados. Con pequeñas contribuciones desinteresadas se tapan los huecos que no cubren la iniciativa privada y la acción institucional, y así todos contentos.

También tiene cierto peso para mí la idea de continuar una tradición: el Cineclube PF lleva más de 40 años desarrollando sus actividades, y quiero contribuir con mi grano de arena a que se mantenga otro tanto. Los que estamos ahora, que en muchos casos nos fuimos criando como espectadores en su sala gracias a que otros estuvieron antes, mantenemos la llama encendida con orgullo, y quiero pensar que si hacemos las cosas bien, el día que ya no podíamos seguir nosotros habrá una nueva generación a la que pasarle el relevo.

Poner películas no es tan sencillo como parece.

Lamento tener que derrumbar un falso mito muy extendido, pero un cineclub no es un videoclub particular al que los programadores traslademos nuestras wishlists individuales y egoístamente pongamos lo que nos pete. Yo soy consciente de que mis gustos como espectador y mis elecciones como programador no tienen por qué coincidir, aunque a veces lo hagan (y qué gusto da compartir con la audiencia una peli predilecta).

Programar es lo que logras hacer con lo que te permiten las circunstancias, y depende de muchos condicionantes: lo que se estrena en las multisalas y consecuentemente ya queda fuera de discusión, lo que las distribuidoras te dejan hacer (créanme, hace muchas majors a las que no les interesa para nada trabajar fuera del circuito comercial y ponen todo tipo de trabas; por más que quisimos, non pudimos exhibir Boyhood o La grande bellezza), lo que entra en la liña editorial de tu propia entidad, e en última instancia lo que se acuerda en los consejos de programación, pues nunca llegan las sesiones para dar cabida a todo lo que querríamos proyectar.

Negociar una programación entre varios puede resultar frustrante por momentos, pero siempre es enriquecedor. Lo que se escoge es el resultado de un consenso, y refleja distintos puntos de vista y criterios, así que aunque individualmente podríamos preferir X en vez de Y, siempre defenderemos el programa colectivo. Además, este sistema de selección grupal nos obliga a estar bien documentados para defender o rechazar cada título propuesto, consultando los medios especializados y pre-visionando en la medida de lo posible (piensen mal y acertarán) los candidatos, aportándonos una formación específica que no tendríamos solo con la cinefilia recreacional.

Grosso modo, la programación habitual del Padre Feijóo intenta mostrar los filmes recientes más relevantes, agrupados en ciclos mensuales (es algo que nos funciona bien) en torno a la procedencia de las obras [cine británico, latinoamericano…], el género [noir, comedia…], el tema [cine social…], el formato [cintas en blanco y negro] o cualquier excusa que nos permita juntar cuatro o cinco películas pertinentes bajo una misma etiqueta. Cuando salen las listas de fin de año en blogs y revistas y compruebo que una parte significativa de los títulos más repetidos ya han pasado por nuestra pantalla o están a punto de pasar (el desfase habitual para poder acceder a ellos), me alegro un montón por haber cumplido el objetivo autoimpuesto de mostrarnos lo que “había que ver” (los demás no suelen ser tan esclavos de la academia y se conforman con la coherencia más que la cohesión).

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El compromiso de cada uno.

Consideramos que nuestro cineclub, como entidad de difusión audiovisual, tiene una responsabilidad hacia su público de formarlo e informarlo (más que una audiencia dócil y pasiva, nos gustarían crear espectadores críticos y librepensadores), así que puntualmente nos vemos obligados a tener que suplir el papel que los medios de comunicación tradicionales ya no cumplen. Aunque la supuesta calidad fílmica del cine de autor es el criterio de peso en la elección de la mayor parte de nuestra programación, intentamos proyectar también de vez en cuando una serie de filmes de denuncia que nos parece importante que se vean por lo que están contando. Es paradójico que con todas las herramientas que tenemos a nuestra disposición para darnos cuenta de cómo está el mundo, el ruido eclipse al contenido y así conozcamos de todo pero no sepamos en realidad nada.

En estas últimas temporadas, por este afán divulgativo, decidimos que había que proyectar Ciutat morta (2013), filme censurado sobre un grave caso de corrupción policial. O pre-estrenar con urgencia Frankenstein 04155 (2015) para conocer de primera mano lo que pasó en el accidente de Angrois. O que el público debía ver B (2015), la dramatización del juicio de Luis Bárcenas, antes de las elecciones generales de diciembre. O que era necesario organizar, con el apoyo de la FECIGA, un pase benéfico de Silvered Water. Syria Self-Portrait (2014), destinando toda la taquilla a favor de Médicos sin Fronteras y ACNUR, para concienciar sobre la situación de los refugiados sirios. ReMine, el último movimiento obrero (2014), Master of the Universe (2013), Everyday Rebellion (2013)… siempre ha habido espacio para programar documentales que nos explicasen lo que ocurría en la sociedad y que no encontraban difusión por otros canales.

Es necesario insistir en esto: nuestra militancia es apolítica, desvinculada de cualquier intención partidista. Tan solo tenemos una conciencia cívica que nos impulsa a visibilizar testimonios de injusticias sociales para que la opinión pública esté informada. No hay nada de coraje en esto; lo grave es que se entienda como tal, pues vivimos en una sociedad tan polarizada y adoctrinada en la que cualquier disensión del discurso oficial se entiende como un acto de rebeldía. Es tremendo ver a simpatizantes preocupados por nuestro porvenir, por que podríamos ser castigados y perder las (exiguas) subvenciones que recibimos. Lo más preocupante para nosotros sería caer en la trampa de la autocensura a cambio de la limosna institucional.

Colabora que algo queda.

El Cineclube PF comparte la filosofía localista y colaborativa que he expresado en un epígrafe anterior, y por eso, siempre que es posible, co-organiza sesiones especiales o participa en mayor o menor medida en eventos coordinados por otros colectivos, entidades e instituciones da ciudad (e incluso de fuera). Tejer redes de apoyo mutuo es beneficioso para todos los implicados: se mezclan públicos diferentes, se alcanzan objetivos distintos de los habituales y se refuerza la iniciativa individual de los agentes adecuados. Así, en los últimos tiempos, y sin contar iniciativas a medias con el ayuntamiento, hemos proyectado los filmes de dos ciclos confeccionados por el Colegio Oficial de Médicos, organizamos dos ediciones del Primavera Musical (donde exhibimos documentales musicales en tres locales de música en directo de Ourense), apoyamos el proyecto La Plantación exhibiendo filmes en torno a sus conferencias y talleres, colaboramos con el colectivo Xaira en la celebración de los actos del Orgullo LGBT, cooperamos en numerosas iniciativas de la Universidad de Vigo como el Portugués Perto, hicimos programación específica para el Museo Etnológico de Ribadavia en ciclos como Marxes Fílmicas o Miradas Etnográficas, y cooperamos puntualmente con ONGs como Amigos da Terra o Amnistía Internacional.

Paralelamente, por esta insistencia de ayudarnos entre todos en Ourense, tenemos un firme compromiso de apoyo a los creadores locales. Nuestra sala de la biblioteca está abierta a los cineastas y realizadores de la ciudad para que presentasen sus obras a nuestro público en las condiciones más ventajosas posibles para ellos. Filmes que quizás no tienen un gran recorrido comercial como Entreparadas (2014), la webserie PIB (2014), A última viaxe do afiador (2015), Reperkusión Sons (2015) o Muller Muller (2015) pudieron verse en el cineclub en pantalla grande, mostrando que aquí tenemos profetas en la propia tierra.

A mí particularmente a veces me angustia el volumen de esta actividad paralela, con alguna que otra semana al año que estamos proyectando casi todos los días entre los ciclos oficiales y los eventos extra. Tengo miedo de “morir de éxito”, de que nuestro público, sobrepasado por tanta oferta, se canse y deje de venir, o de que nos quememos por la excesiva dedicación que exige el Padre Feijóo y acabemos por desertar para tener un respiro. Pero por otro lado es un honor que se reconozca nuestro papel de dinamizar y ser cortejados por tantos pretendientes, y cuesta decir que no a muchas de estas propuestas cuando quien gana es la ciudad.

A medio camino entre la élite y la masa.

Recuerdo presenciar con estupor en algún evento cómo el programador de una institución alardeaba de que a alguna de sus proyecciones solo asistían una docena de espectadores, presumiendo de que su selecto programa era solo apto para una minoría muy exquisita. Cómo se nota que no tenía que cubrir los costes con la venta de entradas, como nos pasa a muchos cineclubs, pues de ser así seguro que buscaría unos contenidos menos elitistas y no presumiría tanto de la pureza de corazón de sus acólitos. Nosotros ni queremos ni podemos estar en una torre de marfil: con la taquilla que hace una película (las cuotas fraccionadas de nuestros socios que abonan en cada proyección) tenemos que pagar la de la semana siguiente, así funciona esto. Este sistema nos obliga a cumplir unos objetivos mínimos (tenemos que garantizar una asistencia de 100 personas cada miércoles para no perder dinero), lo que nos lleva a realizar diversos malabarismos y estimaciones para conjugar oferta y demanda. En la práctica recurrimos al conocido método de “una de cal y otra de arena”: si un mes queremos poner dos filmes que nos interesan mucho pero que no creemos que vayan a tener tirón con la audiencia, tenemos que compensar con otros dos más accesibles que garanticen una concurrencia superior a la media. Pero estas valoraciones siempre son subjetivas y muchas veces influyen factores externos con los que no contábamos (la coincidencia en la agenda de otro acontecimiento cultural que nos reste público, la meteorología, el interés mediático que despierte una película…) que pueden mejorar o empeorar las expectativas.

Buscamos una programación popular, salpicada puntualmente de filmes de autores de prestigio y de obras premiadas en festivales, pero intentamos evitar a toda costa una programación populista e industrial. Aunque somos conscientes de la necesidad de la viabilidad económica del proyecto, los criterios crematísticos nunca son los determinantes para la elección de los filmes (en condiciones normales, no nos cuesta alcanzar el umbral de beneficio), a diferencia de los cines comerciales. Particularmente desde que inauguramos un segundo día de proyecciones, los lunes de Filmoteca, a donde destinamos las propuestas más arriesgadas y experimentales (incluso deficitarias) que nos autoobligamos a exhibir para diferenciarlas de las más accesibles de los miércoles. No nos venderemos al capital (proyectando en versión original en este país, es difícil hacerlo), pero también tenemos claro que si podemos llegar a 200 personas con un producto que consideremos de calidad, no nos conformaremos con llegar a 20.

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La relación de ida y vuelta con el público.

Consideramos que la labor de un cineclub tiene un cierto componente didáctico; el público no tiene por qué nacer aprendido, a veces es necesario educarlo en cuestiones cinematográficas y extracinematográficas. De hecho, uno de los factores en los que hacemos más hincapié es en transmitir la noción de respeto por los demás espectadores en la sala, pidiendo puntualidad, que no se hable durante la proyección, no se consuman dulces y sobre todo, se apague el puto teléfono móvil (inconvenientes que lastran las exhibiciones comerciales). Parece inconcebible que la gente que pague por ver una película sea incapaz de desconectar durante hora y media de su celular para sumergirse plenamente en el filme, pero sucede. Por eso, no tenemos miedo de pecar de pesados y repetir nuestro rosario de demandas antes de cada pase, sabiendo que poco a poco el mensaje irá calando (afortunadamente cada vez tenemos menos incidencias de interrupciones por politono).

Otro aspecto en el que incidimos es corregir ciertos malos hábitos de consumo cinéfilo que vienen adquiridos y de los que hace falta desprenderse. Tenemos espectadores residuales que piensan equivocadamente que al cine solo se va a entretenerse, o que para divertirse con una película hay que entenderla, y poco a poco intentamos sacarlos de su error. Pensamos que al cine hay que ir para vivir una experiencia, amena o no, y que si una cinta provoca alguna emoción (alegría, tristeza, miedo, sorpresa, furia o disgusto) que non sea la indiferencia está cumpliendo su cometido. Los filmes no deben tener todos argumentos lineales digeribles en el primer visionado; es bueno enfrentarse de vez en cuando a alguna obra deliberadamente exigente que desconcierte o produzca perplejidad, en la que haya que roer o pensar, pero que permanezca con nosotros y no nos abandone. Nosotros intentamos acompañar al espectador en su periplo, presentando y contextualizando cada proyección, proporcionándole una hoja de sala con información adicional, ligando críticas y reseñas en redes sociales y esporádicamente improvisando tertulias, para que se forme una interpretación y una opinión personales más allá del monosílabo. Y si aun así un filme no gusta, pues no gusta y no pasa nada. Estamos muy contentos de cómo nuestros habituales han ido desarrollando su transigencia ante lo chocante: si hace años teníamos reacciones abertamente hostiles contra películas difíciles pero necesarias como Uncle Boonmee Who Can Recall His Past Lives (2010) o Holy Motors (2012), hoy la mayoría son capaces de resistir con ejemplar estoicismo propuestas igualmente arduas como A Pigeon Sat on a Branch Reflecting on Existence (2014) o Sayat Nova (1967; 2014).

Pero en el Padre Feijóo la relación entre programadores y socios es bidireccional, y del mismo modo que nos instruimos también intentamos aprender del público. Prestamos mucha atención a las valoraciones y sugerencias que recibimos en las encuestas anuales al final de cada temporada, y gracias a ellas podemos corregir desaciertos y mejorar prácticas. Así, por fin comprendemos que había que reorientar la programación posterior a Semana Santa, cuando en Ourense empieza a sufrirse el calor y las terrazas nos hacen una seria competencia (el fútbol, curiosamente, no lo es), presentando la cosecha anual de comedias y aumentando la media de asistentes en meses tradicionalmente flojos.

Contra el gratis total.

Una de las posturas más controvertidas que defendemos en el Padre Feijóo es que, excepto en sesiones especiales muy aisladas, nuestras proyecciones deben ser de pago. Intentamos que las cuotas de los socios sean lo más ajustadas posibles para que no supongan un impedimento para nadie, y tenemos tarifas reducidas para colectivos como estudiantes, demandantes de empleo y pensionistas. Por 5 € pueden verse dos películas a la semana en el cineclube: nos parece un coste de lo más razonable en los tiempos que corren. Nuestra experiencia en sesiones gratuitas concertadas con instituciones para fechas de postín, que atraen al público desafecto de la efeméride, no deja de demostrarnos que lo que no se paga, no se valora. Y nosotros, que trabajamos desinteresadamente en esta faena (nuestros balances son públicos para quien quiera consultarlos) y reinvertimos todo beneficio en la viabilidad del proyecto, lo mínimo que esperamos es tener un público que valore nuestra labor. Tal vez nos equivoquemos, pero creemos que los defensores de la cultura gratis total no la aprecian en realidad.

Desde las barricadas.

Algo que agradezco de colaborar en el Cineclube PF es que en cierto modo me permite formar parte del mundillo del cine, pero de una forma muy desmitificadora. Esforzarse en el día a día de esta asociación implica un montón de tareas, como hacer turnos de proyección varias tardes por semana, participar en extenuantes reuniones de programación, llevar la contabilidad de ingresos y gastos, diseñar y difundir un montón de materiales publicitarios y actualizar un sinfín de redes sociales, incluso tener que recoger la basura bajo las butacas entre pases. Cuesta pensar en esa “magia del séptimo arte” mientras se está atareado currando desde las barricadas, pero aquí todos lo hacemos encantados y con una sonrisa en los labios. Es reconfortante la camaradería que existe entre todos los implicados en esta aventura, que no tenemos problema en remangar la camisa y apechugar para que esto salga adelante. Y la recompensa del esfuerzo es visible sesión a sesión. Cuando cada vez reconocemos a más socios fieles que nunca fallan á su cita de cine semanal, e incluso hay algunos que preguntan en el momento de retirar la entrada qué película toca ese día porque ya vienen al cineclube con una confianza ciega total, todo cobra sentido.

Desde luego, es enriquecedor poder ver las cosas desde la perspectiva del último intermediario en la cadena da distribución cinematográfica, presenciando in situ cómo el producto es recibido por sus consumidores finales, para detectar e interpretar ciertas tendencias subyacentes que parece que en esferas más elevadas del audiovisual pasan desapercibidas. Mucho se habla de méritos del reciente cine gallego en festivales y entregas de premios, y poco se reconoce la realidad de lo mal que funciona con su público objetivo. Que alguien me explique qué falla, o cómo podemos hacer para que no nos quede la sala medio vacía cuando proyectamos ese cine galaico que tanta tinta hace correr. O, ya de paso, cómo solucionar otro problema que quizás no es tal, y se trata solo de un cambio de paradigma que habrá que acabar de asumir, mal que nos pese: que los espectadores adolescentes e universitarios ya no vienen a ver las películas en pantalla grande. Los cineclubs tenemos opiniones y vivencias que compartir en estos y otros debates; la pena es que normalmente no se nos preste atención porque no haya consciencia de que existimos.

La experiencia cineclubera ofrece muchas satisfacciones y algún que otro disgusto, pero por lo menos en mi caso, no deja de ser provechosa. Les invito a que vengan a visitarnos a nuestra humilde sala de proyecciones de la Biblioteca Nodal de Ourense (una entidad a la que siempre le estaremos agradecidos por su apoyo constante y por sus cesiones en estos últimos años); les recibiremos encantados, con un poco de suerte podrán ver un filme que les guste, y ayudarán a que este sueño del que participo se mantenga en buena forma una sesión más.

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