Curtocircuíto 2022: Planeta GZ
Santiago de Compostela volvió a celebrar, como cada otoño, su cita anual con el cine independiente y de vanguardia. Festival Curtocircuíto regresó a los teatros de la capital con un despliegue de actividades relacionadas con el audiovisual que no solo se limita al formato monocanal proyectable, sino que incluye en su programación muestras performativas como la danza o el live-cinema, un variado cartel de artistas musicales y DJ sets, además de encuentros, mesas redondas y actividades lectivas.
Planeta GZ es el espacio que Curtocircuíto dedica a producciones gallegas o de autoras gallegas. Es una parcela del festival cargada de cierto peso emocional para los seguidores del audiovisual gallego, ya que reúne nombres consagrados y nuevas promesas, estableciendo un diálogo intergeneracional, enfrentando, o haciendo coexistir, inquietudes y curiosidades de diferentes voces. Sin embargo, hay algo en este tipo de programaciones de temática gallega que, me temo, puede resultar un tanto contraproducente para las obras que exhiben. Por supuesto, es de valorar y agradecer la existencia de estos espacios que en muchas ocasiones sirven de impulso para muchos artistas a la hora de crecer en sus trayectorias en relación con la institución. Pero ocurre algo en estas secciones y tiene que ver estrechamente con su línea curatorial, que al centrarse única y estrictamente en el factor sanguíneo, de pertenencia, produce una sensación extraña al ver sus selecciones.
Lo más interesante de una exhibición colectiva es el diálogo que se genera entre sus obras, la formulación de preguntas para las que cada una de las piezas halla una respuesta más o menos parecida, o totalmente distante. Con todo esto, Curtocircuíto es sincero y consciente del porqué de sus elecciones: mostrar de manera híbrida qué se hace en Galicia, sin importar géneros ni temáticas. Aun así, quizás deberían empezar a abordarse este tipo de retrospectivas de otra manera, porque hay una sensación de cadáver exquisito al ver los cortos de Planeta GZ, un revoltijo de ficciones y vídeo-creaciones que te llevan de un lado a otro todo el rato, de la frialdad paisajística al calor emocional, del glitch y del flickeo a un drama familiar. Hay en todo esto una sensación de antinomia que por momentos desluce las piezas en su exhibición simultánea al no haber modo de cohesionarlas, aunque acierta en la intención de reunir a diferentes voces y dar constancia de un contexto audiovisual plural y vivo. A continuación, hablaremos un poco de cada una de las obras que conformaron este año Planeta GZ.
Tras su paso por Visions du Reel, D’A Barcelona y Play-Doc, Diana Toucedo vuelve a Curtocircuíto para presentar su última pieza documental, Tatuado nos ollos levamos o pouso, un retrato en 16 mm de las mariscadoras gallegas. Toucedo, en una aguda clave poética, reúne y colectiviza varios rostros de estas trabajadoras y sus testimonios. Vidas a orillas del mar, unidas por sus rutinas y diferenciadas en sus cotidianidades. Existe cierta experimentación formal en su intervención de la película. Primero con animaciones, mostrando qué sucede bajo el agua, el flotar de la espuma, el tránsito de las algas desprovistas de su suelo. Más adelante interviene también con texto, acotando y empoderando ciertas palabras pronunciadas por las mariscadoras.
Jaione Camborda presenta en Planeta GZ Videogramas #4, resultado de una iniciativa de NUMAX (Videogramas. A propósito de Compostela) con motivo del Xacobeo 21 de la Xunta de Galicia, compuesta por una serie de piezas audiovisuales de corta duración en la que diferentes cineastas gallegos realizan un retrato libre de Santiago de Compostela. Camborda recurre a la película analógica para retratar a uno de los animales más emblemáticos de la zona: el buey. Interesante en el sentido de que se centra en filmar lo que ocurre alrededor de sus cuernos, cada plano se ve roto por esta presencia puntiaguda y ambigua.
Tras recibir el premio de la Sección Galicia en Play-Doc con su película Ningún río me protexe de min, Carla Andrade presenta en Curtocircuíto Amarillo Atlántico, una pieza documental que nació instalada en uno de los contenedores nómadas de Percorrer o tempo. Andrade se distancia de la primera obra mencionada, centrada en una búsqueda interna en torno al origen y a la memoria familiar, volviendo a un cine más puramente paisajístico y formal. Amarillo atlántico, que obtiene su título de una variedad única de granito de la Serra da Groba, retrata este accidente geográfico en el paisaje a través del Super8, el vídeoHD y la fotografía en 16 y 35 mm. Late, como en toda la obra de Andrade, una fascinación por la naturaleza y su indomabilidad. La película analógica se revela en su forma y crea pequeños paisajes animados compuestos por pequeñas manchas y defectos.
Nerea Barros se estrena como directora en una pieza etnográfica que transita entre el documental y la ficción. En Memory, ganadora del Premio Galiza y del Premio Xurado Crea, Barros se sumerge en la historia de una familia habitante del Mar de Aral, entre Kazajistán y Uzbekistán. Lo que en un principio parece un estudio sociológico sobre la cotidianidad de esta familia en un intento de comprensión de la sociedad a la que pertenecen, se vuelve un viaje onírico en el que un pescador y su nieta buscan lo que un día fue un mar entre los vestigios que dejó. Si bien uno no puede evitar preguntarse qué hace Nerea Barros en Kazajistán, la pieza resulta de una belleza sobrecogedora.
Eloy Domínguez Serén presenta una de las dos únicas obras de ficción seleccionadas por Curtocircuíto en esta sección. Rompente, protagonizada por Sergio Baleirón y Soraya Luaces, introduce a una joven familia desestructurada de la costa gallega. Padres adolescentes, él ausente por el trabajo, ella sometida a la totalidad del cuidado del bebé, dan voz a la situación de precariedad vivida por muchos jóvenes hoy en día que imposibilita la formación de familias sanas y bien sostenidas.
Como en esas cartas que uno escribe para sí mismo, casi a modo terapéutico, y que nadie nunca más lee, la protagonista de Así vendrá la noche, de Ángel Santos, lo hace mediante una nota de voz. Un mensaje cariñoso a una persona que ya no está en su vida, pero por la que se intuye que todavía guarda sentimientos fuertes. Ella se desahoga e imagina la vida de su añorado frente al micrófono, llegando a intuirlo en su estudio esculpiendo, en una recreación idealizada del hombre artista. De ritmo pausado y sin miedo a una reacción adormecida, Santos construye una historia de amor imposible a través de la sencillez y el naturalismo.
En Una ventanita, el pintor Carlos Fernández López realiza su primera incursión en el mundo audiovisual con una pieza increíblemente libre en su forma y deriva. El cortometraje nace de una nota de audio grabada por accidente años atrás, en la que se registra una conversación entre su abuela y su tía. Ambas mujeres, sumergidas en un debate dialéctico, discuten desde posturas generalmente diferentes sobre preocupaciones plenamente contemporáneas, discursos confrontados pero coincidentes en una lejanía generacional. La imagen se crea a voluntad de esta conversación, pero el director escoge ingeniosamente sus visualizadores. Estructuras digitales, entre la abstracción y la descontextualización, levitan sobre escenarios reales, generando una tercera dimensión en la que lo virtual y lo físico coexisten. A pesar de que imagen y sonido no estén unidos por una profunda sintonía, hay una deriva en este diálogo que resulta siempre sorprendente. Un paraíso digital que acoge a estas dos mujeres, reconocidas ignorantes, de este nuevo mundo que habitan.
The Liquid Crystal Display System and the Subversive Pixels, de Álvaro Chior, que tuvo su estreno en Galicia, podría encajar en el género del vídeo-ensayo, pero sería más justo reconocerlo como un manual de instrucciones para el correcto boicot al vídeo. Una investigación en torno al píxel y a los dispositivos de grabación y comprensión que trata de averiguar los huecos del mundo de la imagen digital y que, sesudamente, enumera ejemplos de imágenes inalcanzables por el vídeo, fallos de comprensión (el píxel “subversivo”, las rayas, el confeti). Chior es amable con el espectador al transmitir su tesis de manera accesible, aunque la descarga de información puede resultar un tanto abrumadora.
Sol Mussa, tras una presencia prácticamente anual en las últimas ediciones del festival, se estrena en Planeta GZ con otra de las piezas surgidas del Videogramas de NUMAX. Proxecto X es una continuación lógica a las últimas aventuras audiovisuales de Mussa, cada vez más interesada en aquello que se oculta en los márgenes tanto de la sociedad como del propio medio cinematográfico. Hay una gran belleza en la suciedad de sus imágenes, donde explora una de esas profesiones a las que nadie aspira, pero que cumple un papel crucial en el orden civil: el del basurero. Así, Mussa se adentra en el espacio laboral de estos trabajadores, pero no realiza un retrato documental al uso: lo hace desde los márgenes del género, con grandes evocaciones al mundo sci-fi y de serie B y, también, desde la otredad de un dispositivo fílmico poco cotidiano, su propio teléfono Android, sin temer al feísmo ni al error técnico. Una película que se vuelve valiosa por su naturaleza: divertida y joven, pero también crítica y consciente de sí misma.
Igualmente consciente de sí misma y, sobre todo, provocadora, resulta la proyección en sala de Elefante, de Alberte Pagán. La película más corta posible, compuesta por un único fotograma que dura 16,7 milisegundos. Una sola imagen prácticamente invisible, imposible de entender y digerir a la velocidad que transcurre. Una imagen que, cuando te detienes sobre ella, resulta ser confusa y violenta, no entendible fuera de su contexto real. La pieza de Pagán desprende cierto aire de burla y subversión, evidente en su intención de cuestionar el sistema de exhibición cinematográfico.