Curtocircuíto 2024: Sección Oficial Cosmos (I)

It will be better before, de Keto Kipiani

It will be better before, de Keto Kipiani

Como cada octubre, Santiago de Compostela acogió un año más el Festival Internacional Curtocircuíto, al que pudimos acudir en su vigesimoprimera edición. Como acostumbra a ser habitual, hubo un tema que hiló la filosofía de las distintas jornadas: en este caso, las profundidades abisales, que comenzaron con una sesión de apertura multidisciplinar, conectando el filme de 1916 de Stuart Paton 20.000 leguas de viaje submarino con música en directo interpretada por Xavier Bértolo al teclado y sintetizadores, Paula Pascual al theremin y Saúl Puga al contrabajo, llevándonos de la mano a las profundidades de la fantasía del cine silente y abriendo las puertas de una edición del Curtocircuíto que parecía seguir apostando por la innovación y las sensaciones escondidas en nosotras mismas.

Casi como paralelismo del descenso a lo desconocido de las profundidades del océano, nos encontramos con el tormento interior de la mente a través del Premio Cosmos a la mejor película: It will be better before (2024), dirigida por la cineasta Keto Kipiani. La mezcla entre la profundidad de la montaña georgiana de Abastumani y la mirada distante de un observatorio astrofísico abandonado en lo alto de la misma parece el espacio indicado para la introspección filosófica, una conversación entre dos voces narradoras con las que se intercala la hermosa sonoridad de la mezcla de idiomas. Los pensamientos sobre el tiempo y la historia cobran relevancia en un espacio que, en el intento por mirar más allá de las estrellas, nos sujeta al pasado distante de la Unión Soviética.

En la imagen pausada de la naturaleza suenan los movimientos lentos de lo que en algún momento fue tecnología puntera de lentes telescópicas, los ruidos sordos de la arquitectura olvidada entre los árboles y el recuerdo de un pasado gigante pero decadente, que nos lleva al pensamiento existencialista donde todo es en vano.

Con un tono mucho más directo y crudo, pero en sintonía con la obra de Kipiani y bajo los parámetros de los pasados grandiosos arrasados, el jurado otorgó el Premio Cosmos a la Mejor Película Innovadora a Exit Through the Cuckoo’s Nest (2024), de Nikola Ilic, un diario en forma de documental ensayístico donde un soldado belgradense narra cómo su vida y su mundo interior colapsan con la llamada a las filas de su ejército. La convicción antibelicista hace que acabe evadiendo el servicio y vuelva a Belgrado en marzo de 1999, mes en el que comienzan los bombardeos de la OTAN contra la antigua República Federal de Yugoslavia, donde fueron asesinados miles de civiles a espaldas de una entidad supuestamente diplomática.

A través de imágenes de archivo, Ilic es capaz de narrar los pensamientos más profundos sobre los cimientos de lo que parecía ser una juventud feliz, pero que rápidamente se convirtió en pesadilla. Igual que el recuerdo constante del pasado, el director nos lleva de la mano por la frustración contra propios y ajenos, alcanzando las sensaciones existencialistas que sentíamos en los montes de Georgia y haciéndose plausibles en las calles en ruinas de Serbia.

Hay una tercera película que parece bailar con la idea de las dos primeras, la desaparición de algo, el cambio de forma de un mismo mundo y el poder invisible de lo incontrolable; Gimn Chume (2024), del colectivo de cineastas Ataka51, presenta una obra que arrasa nuestra mirada con un film de terror musical en un estudio de grabación soviético. Vestido con un jersey y una camisa de cuello picudo, un niño de cabellos dorados juega en un pasillo mientras la cámara nos guía por los reconocidos caminos del cine de terror; podríamos estar hablando del aclamado film de los ochenta de Kubrick, pero los cineastas moscovitas lo emplean como recurso visual reconocible mientras nos sumergen en los motivos profundos de la obra. 

El cortometraje se desarrolla en este estudio de grabación; mientras unos músicos ensayan una versión de la ópera de Aleksandr Pushkin “Fiesta durante la plaga”, un mal invisible parece arrasar con todo a su paso sin que nadie se entere. La sencillez de lo mostrado, la impecable capacidad de situar a la espectadora en un contexto geográfico y el sonido envolvente hacen que este pequeño corto funcione de cierre para entender los cambios geográficos, políticos y sociales a los que se sometió una misma zona durante más de un siglo, dibujando en los pueblos de estas regiones ideas semejantes sobre el tiempo, los cambios y la cultura. 

Sin embargo, las tensiones políticas y geográficas no quedan solo en el este europeo, Frank Sweeney nos acercó un punto de vista especial e innovador con su obra Few Can See (2023), situándonos en el conflicto norirlandés de mediados del siglo XX, más concretamente en los años ochenta, poniendo el foco en la censura de los medios británicos e irlandeses, momento en el que las trabajadoras de las televisiones toman el control para informar abiertamente. Mientras que en las películas que venimos de comentar la política estaba representada como un recuerdo del pasado filtrado por las capas del presente; en la obra irlandesa hay una abstracción del lenguaje, mezclando tanto material de archivo con una reinterpretación impecable de las texturas y escenarios que compaginan a su vez con el humor sarcástico propio de la zona.

Few Can See, de Frank Sweeney

Few Can See, de Frank Sweeney

Es curioso y reconfortante a partes iguales que el género de terror, que parece necesitar cocerse a fuego lento, tenga representación por partida doble en un festival de cortometrajes, arriesgando también la andorrana Andrea Sánchez para llevarse la mención especial del Jurado Joven con Frialdad (2024). Mientras que Gimn Chume juega con lo meta-referencial indirecto, la directora del Principado se involucra en diversas capas de representación cinematográfica, algunas más evidentes que otras. Este ensayo de terror nos habla directamente sobre la película no finalizada del cineasta Jordi Gigó, El Espectro de Justine (1986), un proyecto de cine de terror andorrano de serie B que se rodó pero del nunca llegó a salir una versión final. Andrea se adentra en su guion para diluir una serie de sentimientos que van desde la parodia del propio género hasta el terror dentro de la propia industria. Prestando atención a la pérdida del cine, tanto literal como figurativamente, la directora trabaja con el olvido, haciendo hincapié en la recuperación de nombres femeninos que trabajaron detrás de las cámaras, como parte del equipo técnico o en la creación de guiones, como es el caso de Rosa María Sorribes en esta pieza, eclipsada por la presencia masculina de su marido como director y única mente creadora de la obra.

En la misma sesión de Frialdad se dio una conjunción con otros dos títulos que, aunque alejados geográficamente, cuentan realidades con posibilidad de diálogo entre los lugares que retratan. Por una parte, Krutxalteatik Uronarat (2023) de Marina Lameiro, que ya pudimos disfrutar en el Play-Doc de 2023, donde hablábamos de la violencia silenciosa a la hora de escoger un lugar de narración desde la distancia, en este caso en la población de Uztarroz, un lugar del Pirineo Navarro donde se habían grabado hasta el 2022 tres películas sin tener demasiado en cuenta a sus habitantes. En este caso, Lameiro intenta encontrar el punto común de creación entre las vecinas y su visión del pueblo, alcanzando un acercamiento a una comunidad en la que viven algo más de cien vecinas. En contraposición con esta idea, Sam Drake nos trae Terminal Island (2023), narrativa visual sobre la pérdida de identidad de uno de los lugares más reconocibles en el mundo del cine: Los Ángeles. Un contrapunto a las obras de Andrea Sánchez y Marina Lameiro, en este caso las imágenes se distorsionan, fragmentan el espacio y lo vacían de personas para hablar de la imposibilidad de habitarlo; parecemos caminar por el desprecio del capitalismo ante el paisaje.

A pesar de que la inmersión en las ideas políticas es muy plural, como acabamos de ver, una serie de obras presentaron con fuerza el ideario feminista, empezando por City of Poets (2024), un corto de trasfondo profundamente político dirigido por Sara Rajaei, pero que también encuentra en la historia iraní el espacio robado a la figura de la mujer en el país. La Ciudad de los Poetas es una ciudad utópica que representa el pasado prebélico de la nación, una ciudad donde las aceras tienen nombres de poetas y la cultura prevalece como esencia de la misma. Una vez que estalla la guerra y el belicismo se convierte en el día a día, estas calles comienzan a llevar nombres de soldados caídos en combate. El cambio de un lugar cultural a un lugar ligado de por vida a la muerte y a la violencia cambia las maneras de vivir de la población. Se convierte así en un reflejo real de lo ocurrido en el país asiático y los giros culturales que llevaron a Irán a la posición actual tras la revolución islámica de 1979. La obra presenta muchas imágenes de archivo que nos recuerdan un lugar que fue una gran capital cultural sometida ahora a una historia de conflicto que marca parte del imaginario que nos llega al extranjero.

City of Poets, de Sara Rajaei

City of Poets, de Sara Rajaei

El Premio del Público fue para Las novias del sur (2024), de Elena López Riera, posiblemente la obra de la programación que más conectó con el público en cuanto a complicidad y que llenó de risas el Teatro Principal en varias ocasiones. La directora alicantina trajo un documental de entrevistas intimistas a mujeres partiendo de su propio archivo familiar, desmenuzando el casamiento de sus padres desde un elemento tangible como es el vestido de la madre hasta la idea propia de matrimonio tradicional. Para esto cuenta con varias entrevistas a mujeres que vivieron matrimonios en el siglo pasado y cuyas experiencias quedan reflejadas en esta pieza. Más allá de las interesantes reflexiones, que varían entre lo divertido y lo dramático, es profundamente reveladora la capacidad de comunicación que demuestran estas mujeres frente a la cámara, y que opaca la idea de negación de la palabra pública que tuvo la mujer durante siglos.

La comunicación también es el vehículo conductor de Mother is a Natural Sinner (2023), de Boris Hadžija y Hoda Taheri, donde la propia directora interpreta el papel de una mujer iraní (Hoda) afincada en Alemania con su pareja (Hadi). Con motivo de su embarazo, Hoda comienza a cuestionarse el ambiente familiar donde crecerá su futura hija, por lo que durante la preparación de una comida, le pregunta a Hadi cuestiones sobre sexualidad, tensando cada vez más la conversación para interpretar las reacciones del futuro padre. El corto se compone mayoritariamente de planos fijos para las conversaciones entre la pareja, que parecen cortar la estancia entre la cocina y el comedor, alejando la visión de cada uno de los personajes. Una conversación telefónica con la madre remarca aún más las ideas conservadoras arraigadas a la cultura con respecto al embarazo sin matrimonio. Las directoras parecen mostrarnos la comunicación en diferentes capas: desde el yo interior de Hoda (y la hija), a la percepción exterior del mundo y de sus allegados, con ideas claras como la contraparte ideológica de la pareja o la madre, pero también con la difícil comunicación interna de la maternidad que se intuye de manera más sutil.

Muchas más veces de las que nos gustaría reconocer como sociedad, la comunicación y la estructura educativa fallan, mientras que la violencia machista, estructural en cualquier parte del mundo, gana. Este es el caso de Crushed (2024), de la directora belga Camille Vigny, un corto documental que narra desde la perspectiva femenina un episodio de violencia machista dentro de su pareja cuando ella tenía dieciocho años. Más allá de señalar la violencia como un relato de dolor humano, contrapone la voz narradora con carreras conocidas como StockCars, una modalidad del motor que lleva al límite la vida útil de las máquinas, ya en estado de desguace, protagonizando vuelcos, golpes y vueltas de campana. Esta contraposición entre el relato y la imagen aleja el morbo del dramatismo, pero acerca una reflexión mucho más perturbadora como es la violencia reiterada dentro de la pareja. La objetivización de la mujer posiblemente sea la metáfora más clara de la obra, pero cuando comienzas a percibir el relato con la coincidencia de la acción de la imagen, la pieza se vuelve aterradora.

En esta primera parte del artículo abarcamos parte de los contenidos más políticos y sociales de las sesiones; en el siguiente, atenderemos ideas sobre innovación y futuro, así como las películas más experimentales del festival.

Crushed, de Camille Vigny

Crushed, de Camille Vigny

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