De periferias e idiomas

Doentes_malaga

Parte del equipo del filme Doentes en el Festival de Málaga

Hace unos años, saliendo del pase de prensa de Doentes, de Gustavo Balza, en el Festival de Málaga escuché una conversación ajena entre compañeros periodistas en la que hablaban de aquello que ellos calificaban como el “cine autonómico”. Doentes se rodó en gallego, como era lógico adaptando el texto de Vidal Bolaño, y ellos se mostraban algo indignados ante aquella afrenta de tener que ver una película que no estuviera en castellano dentro de la sección oficial del Festival de Cine Español de Málaga. Podría apostar a que esto no sucedió cuando alguno de las películas incluía partes en inglés. Pero esto último es solo una especulación. Ahora el Festival de Málaga es de “cine en español”. Tema resuelto.

Pues no, no está resuelto. Y está muy lejos de resolverse. Sin autoridad ninguna para hablar del fenómeno lingüístico en el estado español, solo quiero determe en la lucha que deben hacer cineastas para rodar una producción en España que no sea en español… o en inglés. Porque a nadie le molesta que Bayona o Amenábar hagan sus filmes en inglés. La industria manda y Hollywood está permanentemente en el horizonte.

Pero esa anécdota del 2011 sigue presente. Cuando Estiu 1993 recibió en encargo de la Academia Española de Cine para representar a España en los Oscar 2018 los titulares de la prensa generalista acudieron al idioma como recurso. Podríamos pensar que los acontecimientos de aquellos días en Cataluña eran la razón, y mucho de ésto será cierto, pero buscando algún ejemplo anterior encontramos titulares similares con la elección de Pa Negre, en catalán, o con el estreno de Loreak, en euskera. Tal magnitud histórica tiene el prejuicio lingüístico en el estado español como para que contamine al cine, idioma universal.

La escasa normalidad para que el público en España acceda a películas en versión original se acentúa en el caso del catalán, euskera o gallego. Influyen las decisiones de producción, las de distribuidoras concediendo poco espacio a estas películas y, por supuesto, la prensa. La mentalidad, ya difícil de cambiar, viene contagiada por unos medios de comunicación poco propicios a centrar los discursos de los filmes en lo que cuenten y no en aspectos paralelos como el idioma en el que cuentan. Algo similar a lo que sucede en cada resumen del año cuando se habla de cine español: los números son los reyes, no el análisis cinematográfico.

Y llega el momento de romper con la costumbre. Hay que decirlo con claridad: el mejor cine español del año no tiene como lengua predominante la del estado español. Estiu 1993 (en catalán) o Handia (en euskera) son dos de las películas más interesantes del 2017, y sucede que el primero representa a España en los Oscar y el segundo lidera las candidaturas de los Goya 2018 con 13 posibilidades. Por no hablar de que La librería, de Isabel Coixet, rodada en inglés, consiguió 12 propuestas en los mismos premios o que Tierra firme, de Carlos Marqúes-Marcet, también con el inglés como lengua predominante, es la comedia del año.

El País, 9/09/2017

El País, 9/09/2017

Así pues, con las precauciones que hay que tomar ante un análisis en un momento puntual como éste, algo está sucediendo. La realidad está mostrando que cambió aquella idea del cine español de Madrid que corría a hacer películas a provincias porque era más barato. Cataluña lleva años haciéndolo, Euskadi está llegando empujada por la fuerza del Festival de Donostia. Y, por fin, en Galicia hay un movimiento más que evidente que está dejando atrás viejos tópicos.

La nueva generación de cineastas no se para a analizar si sus películas encontrará más o menos público por la lengua que empleen. Algo que sucedía antes, más allá de casos puntuales que existieron y debemos valorar en su justa medida en otro momento; los nuevos y nuevas creadoras están acostumbrados a ver cine de cualquier lugar y con cualquier temática, y teniendo el gallego como lengua de uso habitual, rodar en gallego es algo natural.

Tres ejemplos: Andrés Goteira en Dhogs y Anxos Fazáns en A estación violenta. El primero pasando por la oficial de Sitges y la segunda con la presentación en el Festival de Sevilla. Esperando también que Nove de novembro, de Lázaro Louzao, comience su proceso de distribución por diferentes festivales. Los tres filmes nombrados son cine contemporáneo gallego en el que la lengua funciona como lago natural. No hay imposiciones de las administraciones, si no elecciones lógicas en el proceso creativo. A ellas hay que sumar el caso de Matria, de Álvaro Gago. El corto del director de Arousa funciona allá por donde va. La identidad es la base de un fenómeno como éste y el idioma es una de las herramientas más potentes en ese proceso de identificación. Matria es la Galicia costera que no se va a ver en las series de los canales de televisión que llegarán el año que viene a las televisiones generalistas españolas. Es la Galicia real, con la presión histórica sobre el grupo de población claramente más desfavorecido, las mujeres.

Y todo este discurso sobre la lengua se va a potenciar en un 2018 que viene cargado de proyectos fundamentales en esta línea. Los rodados y los que se van a rodar. Trote, de Xacio Baño, y Tempo vertical, de Lois Patiño, ya están finalizadas y potenciarán la idea de la que estamos hablando. Porque los dos autores tiene espacio ganado con los trabajos previos como para aparecer en lugares más que salientables del cine internacional. Apuntan a festivales de importancia que pueden hacer de puente al público español. En el caso de Trote, la aldea y la familia como muestras de la identidad. La evolución de Baño con estas dos características es la más que evidente desde trabajos anteriores como Anacos, Ser e voltar o Eco y en todos asoma el gallego como lengua, aunque en Eco exista un respecto a los textos originales en castellano, como debe suceder. Comprobaremos hasta donde llega Trote en los próximos meses como posible nueva vía entre el cine más comercial bloqueado para el gallego y el más experimental que no tiene que preocuparse en exceso por este asunto, que no es vital en determinados círculos.

En el caso de Patiño, hubo larga polémica en Galicia por el tratamiento de los personajes en Costa da Morte. Sabido es que el vigués no utiliza el gallego como lengua habitual y esto influyó en su trabajo anterior, pero no debería ser esa la razón por la que no comprender la evolución que está haciendo en Tempo vertical con respecto a la lengua. De hecho, en otra generación, dos de los defensores actuales del rodaje en gallego como Xavier Bermúdez o Ignacio Vilar comenzaron sus carreras con películas en castellano. León y olvido es del 2004 e Ilegal del 2003, por poner dos ejemplos que dejan bien claro que rodar en gallego tiene tanto de opción creativa como de compromiso con la cultura gallega.

Fotograma de Aquilo que Arde na súa presentación no OUFF 2017. Fotografía: Daniel Gallego

Fotograma de Aquilo que Arde en su presentación en el OUFF 2017. Fotografía: Daniel Gallego

A estos dos casos tendremos que añadirles los rodajes de Arima, de Jaione Camborda o Aquilo que arde, de Oliver Laxe. En el caso de Camborda, que ruede en gallego afirma la existencia de una cultura acogedora y propia. La directora donostiarra hace una elección consciente e intencionada por el idioma.

El de Laxe tiene una importancia singular. Tanto en Todos vós sodes capitáns como en Mimosas, se cuestionó la “galeguidade” de las películas. La base de la crítica fue el idioma utilizado, a pesar de su firma y su producción por Zeitun Films. Mirando los datos del ICAA, con Mimosas, por ejemplo, la productora coruñesa cuenta con un 75% de la inversión el la película, el otro 25% proviene de Marruecos. Como si los títulos de crédito no fueran algo intencionado, y ese gesto no dejase el título en gallego en el palmarés de Cannes. Era el año 2010 y en este proceso del que hablo, una decisión como ésta ayuda, a los que vienen detrás, a entender bien la situación: la lucha por elegir un idioma u otro para rodar más allá de las supuestas imposicións del mercado y la sociedad que lo alberga.

Pues bien, Laxe comenzó el rodaje de Aquilo que arde en el verano de 2017. Llega a su primer rodaje en Galicia para hablar de la identidad de un pueblo y lo hace, como es lógico, en el idioma del lugar que filma: el gallego. Una opción que va más allá de un gesto pero que debería llegar para comprender que cada obra tiene sus características concretas y, al parecer, que Laxe también llegue a este año como este proyecto acentúa la idea de normalidad en todo este proceso que estamos viviendo.

Un proceso en el que el cine gallego debe reconocer su evolución y su responsabilidad de cara a la sociedad. Creadoras y creadores están asumiendo con normalidad el proceso, son la punta de lanza y productoras y administración deberían volcarse en apoyar una serie de dinámicas que no traerán réditos inmediatos, pero que pueden marcar una época y que en unos años recordemos esta década como clave para que la lengua no resulte periférica.

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