FICBUEU 2023: Sección Oficial 2 — Límites, umbrales y fronteras
Empezamos el viaje con una niebla densa que difumina los contornos de las cosas. Vemos apenas unos árboles altos, mecidos por el viento, mientras un ruido de agua y de cadenas va dibujando la escena más allá de la imagen: nos desplazamos sobre un ferry que se adentra en el río. El título de la película, Aqueronte (Manuel Muñoz Rivas), alude al río que las almas de los muertos cruzaban en la barca de Caronte.
Las resonancias del mito operan sobre la base de la cotidianidad y, entre una orilla y la otra, quedamos suspendidos en una suerte de limbo donde el tiempo se dilata. El espacio es poco más que una abstracción en la que solo vemos rostros, coches, ventanillas, y donde los fragmentos de conversaciones se entrelazan, como en un eco del cine coral de Franco Piavoli. De la mañana a la noche, de la infancia a la vejez, este tránsito cinematográfico parece aunar la vida entera.
Regresamos al umbral entre la vida y la muerte con El marinero volador (The flying sailor, Amanda Forbis, Wendy Tilby), una pieza de animación inspirada en una historia real acaecida en la explosión de Halifax de 1917. En este vuelo que roza la muerte, el cielo cobra una lentitud oceánica; estamos de nuevo frente a una suspensión del tiempo, que se agujerea de pequeños flashbacks (la vida que pasa delante de nuestros ojos). Sin embargo, el cuerpo desnudo del marinero, nadando en una suerte de ingravidez cósmica, adopta por instantes una posición fetal antes de, por así decirlo, volver a nacer.
Podríamos pensar la siguiente película del programa, Daphne (Tonia Mishiali), como la puesta en escena de otra clase de límite o de línea divisoria: aquella que Daphne, como una contracara moderna del mito que se entrega al sexo persiguiendo el amor que le rehúye, está dispuesta a cruzar para conseguir el afecto de los demás. Espoleada por el distanciamiento glacial de la pandemia, le vemos pedalear una y otra vez en un inserto de ritmo musical, cuya función en la estructura no se desvela hasta la última secuencia: en un giro final de comicidad agria, la película entera aparece como una amalgama de recuerdos y de fantasías que atraviesan la mente de la protagonista justo antes de tomar una decisión desesperada.
En Paralelo 45 (45th Parallel, Lawrence Abu Hamdan), la frontera que nos ocupa es la que delimita el territorio estadounidense. A lo largo de un monólogo escenificado en la Haskell Free Library and Opera House, cuyo edificio se alza en la frontera entre Estados Unidos y Canadá, la película propone una reflexión acerca de estas líneas divisorias, tan concretas como abstractas, y la impunidad con que han blindado históricamente los asesinatos cometidos de un país a otro: al disparo de un joven en suelo mexicano por parte de un oficial de policía desde los Estados Unidos se añaden los miles de asesinatos llevados a cabo en remoto por medio de drones. La puesta en escena, sensible a las abstracciones políticas del espacio, infunde un aire teatral, incluso performativo, a lo que inicialmente parecería una pieza documental; resulta interesante leer en los créditos que esta pieza híbrida tiene su origen en el ámbito museístico.
Si empezábamos la sesión viajando en una barcaza, la acabamos a bordo de un avión con Azafata-737 (Airhostess-737, Thanasis Neofotistos). Repleta de elementos pesadillescos —cuenta el cineasta que la historia le vino en un sueño—, desde unos correctores bucales traumáticos hasta el cadáver de la madre en la bodega, la película nos sitúa en un espacio que vuelve a ser casi una abstracción, puesto que consagra sus encuadres asfixiantes de forma casi exclusiva al rostro de la protagonista y su fascinante repertorio de muecas. El viaje de Vanina representa una última oportunidad de reconciliación con su madre; si retomamos la idea del limbo o del umbral como hilo conductor de la sesión, lo encontraremos en esta suerte de regresión al útero materno en la que, previa expansión liberadora del formato de la pantalla a lo Mommy de Xavier Dolan, la azafata encuentra finalmente una sensación de paz.
Cabe decir que, aunque no conviene demasiado imponer un sentido común a una serie de películas con orígenes y propósitos diversos, algo sucede durante su breve convivencia en una misma sesión. Interrogadas a propósito de su interés por el límite —es decir, de una línea que separa dos espacios, dos países, dos formas de estar en el mundo—, estas cinco películas parecen apuntar hacia una respuesta compartida: que su corto metraje no acomete una exploración del antes y el después, sino de ese durante en el que se suceden, tan sutiles como decisivas, las transformaciones.