FICBUEU 2023: Sección Oficial 3 — Formas del dolor
La huella profunda del dolor recorre esta sesión. Cada cineasta se acerca a ese dolor metamorfoseante desde los giros de un lenguaje propio, pero con el denominador común de la empatía. Pasamos de las dolencias físicas, que imprimen su rastro en los cuerpos sufrientes, a las dolencias silenciosas que carcomen el alma; en más de una ocasión, estos cuerpos al borde de la quiebra señalan a la vez el fracaso de un sistema deshumanizador.
Ulises (Félix Brixel) nos traslada a un paraje solitario donde conviven dos hermanos, uno de ellos —el que da nombre a la película— con un trastorno psicomotor importante. Sin embargo, su tristeza parece venir de otro lugar: se hace palpable en el tempo lento de las acciones, en los larguísimos silencios, en los vastos paisajes que desdibujan la figura humana, y toma la forma de una añoranza por la tierra que es, a la vez, deseo de muerte, como si el regreso de este Odiseo taciturno no pudiera darse sino hacia el barro.
Los dolores del cuerpo, cuyas secreciones Ulises parece delegar en una tierra embarrada de la que brotan manantiales, están muy presentes en Chica de fábrica (Sweatshop Girl, Selma Cervantes), una película de trasfondo pandémico que recurre a la ficción para denunciar unas condiciones de explotación laboral que poco tienen de ficticias. En ella, vemos una y otra vez como el rostro de Inés, empapado de sudor, se tuerce en muecas de sufrimiento; la sangre le corre por las piernas mientras sigue encadenada a la mesa de costura, consumida por el miedo a perder su trabajo. Todo en la película —desde la iluminación grisácea hasta los ángulos de la cámara, pasando por un uso subjetivo del sonido— nos empuja a sumergirnos en este dolor, tanto físico como psicológico, que solo encuentra un alivio momentáneo en un pequeño gesto de solidaridad.
Magma (Luca Meisters) da un paso atrás para observar la súbita discapacidad de un hombre, en silla de ruedas tras un accidente, desde los ojos de su hija. Tal vez nos acordemos de la vez que Antoine Doinel, en Los 400 golpes, usó como pretexto la supuesta muerte de su madre para justificar sus campanas cuando veamos a la joven Esra contar en su nuevo colegio que su padre murió en un accidente; pero un abismo se abre entre aquella mentira improvisada para salir del paso y esta otra, que esconde un sentimiento confuso, mezcla de vergüenza y desconcierto. El centro de este relato, que empieza con un atisbo del final y está repleto de pequeños agujeros entre secuencias, lo constituye la mirada silenciosa de Esra. Una pequeña transformación se va gestando en esos ojos oscuros, hasta llegar a un desenlace que rima con otras películas vistas en el festival (por ejemplo, en la primera sesión).
Si hay alguna dolencia en Cuadrar el círculo (Ympyrän Neliöimisestä, Hanna Hovitie), es lo que la propia cineasta-narradora denomina ansiedad espacial, que define como una sensación de náusea si no ve el final de las cosas, una suerte de incapacidad de considerar el infinito. Partiendo de una serie de metáforas geométricas que se articulan desde un dispositivo formal llamativo —la imagen, filmada en 360° y aplanada, forma un mundo circular en miniatura al que se amoldan incluso los subtítulos—, la película va trazando una reflexión existencial sobre encontrar un lugar en el mundo.
La última película de la sesión, Mar infinito (Endless sea, Sam Shainberg), nos sumerge en la actividad frenética del día en el que Carol, una mujer de 70 años, descubre que su medicación para el corazón se ha encarecido de forma significativa. La película se construye sobre una sensación de urgencia —si no consigue la medicación, su corazón fallará en cualquier momento—, que encuentra un vehículo perfecto en la fluidez de la cámara y los encuadres cerrados, dinámicos, llenos de capas y de texturas, cuya sucesión obedece a un sentido rítmico casi musical. El cuerpo enfermo de Carol expone otra clase de enfermedad: la de un sistema impersonal, regido por una burocracia infranqueable, frente al que solo cabe rebelarse o acatar la muerte.
En sus respectivos retratos del dolor, algunas películas se abren a la esperanza y otras constatan la desesperación. En determinados casos, el sufrimiento de las protagonistas vehicula un mensaje de carácter social, esbozando una continuidad entre los cuerpos padecientes y las desigualdades del sistema; en otros, seguimos la vía silenciosa de una angustia que consume por dentro. Hay puestas en escena de carácter más observacional y otras que imponen su visión. Todas ellas, como apuntábamos al comienzo, dialogan desde el supuesto común de la empatía por sus personajes.