FICBUEU 2023: Sección Oficial 6 — Una sesión de contrastes
Tal vez la mejor forma de abordar esta última sesión sea pensando sus películas desde el contraste. El amplio abanico de actitudes —cinematográficas, vitales— que reúne el programa se hace patente en el abismo que separa la primera y la última propuesta: empezamos nuestro recorrido con los planos generales de Arquitectura emocional 1959 (León Siminiani), donde los personajes son apenas dos figuras lejanas y esquemáticas, y lo acabamos con el inmersivo plano secuencia de Tierno (Tender, Samm Hodges), que raramente despega la cámara del rostro de sus protagonistas. Entremedio, otras tres propuestas muy particulares y el recuerdo de todo lo visto a lo largo de estos días; podríamos retomar aquí muchas de las cuestiones que nos han ocupado anteriormente.
Arquitectura emocional 1959 imagina a dos personajes, Andrea y Sebas, unidos por el trazado urbanístico del arquitecto Secundino Zuazo. Su historia de amor es un artificio narrativo que absorbe el contexto sociopolítico de finales de los años 50: convocados en una suerte de recreación que insiste en recalcar sus costuras, les vemos moverse por las calles de Madrid al son de un narrador-demiurgo que controla incluso la puesta en escena, dictando con distanciamiento irónico los escasos planos cortos dedicados a los amantes. Las huellas de la historia, acaso el verdadero eje central de esta película que es casi un ensayo, asoman en el Madrid de hoy mediante unas imágenes sensibles al tiempo y al espacio, a las que se añade el uso de material de archivo dinamizado con pequeñas intervenciones gráficas.
No abandonamos el plano general en Nido (Nest, Hlynur Pálmason), donde tres hermanos juegan alrededor de un poste que sostiene una cabaña. Como si de una evocación del axis mundi se tratara —una imagen presente en muchas mitologías como elemento vertical de conexión entre la tierra y el cielo, y que en la tradición escandinava se concreta en el árbol sagrado Yggdrasil—, este plano fijo atravesado por un eje parece encuadrar un pequeño centro de mundo. Ahí vemos pasar las estaciones y sucederse las tormentas; cruzan la imagen aviones, pájaros, caballos. Mediante una serie de cortes muy precisos que albergan una fuerza tanto plástica como narrativa, el paso del tiempo se imprime en este cuadro en transformación constante para ir armando lo que a priori parecería una sofisticada película casera sobre el crecimiento de los hijos, pero que se intuye mucho más escenificada.
Un salto cuántico separa Nido de la siguiente película, Sandwich Cat (David Fidalgo), una pieza de animación en la que una versión ilustrada del propio cineasta aparece como el único individuo capaz de evitar que los extraterrestres aniquilen la especie humana. A partir de esta premisa delirante, cuyo rostro más visible es un gato-sándwich con raíces en la cultura del meme, la película entona un balance crítico de nuestro paso (auto)destructivo por el mundo. Se trata de una de las pocas obras de comedia de la sección oficial, conjugando un humor ácido y punzante con un despliegue de ternura que advoca, a pesar de los pesares, por la redención.
Pasamos del gato a los leones con la ecléctica Bestias extrañas (Strange Beasts, Darcy Prendergast), que toma como punto de partida el testimonio de un antiguo trabajador del Bacchus Marsh Lion Safari que fue atacado por uno de los grandes felinos. Sobre esta base documental —el trabajador en cuestión es el padre del cineasta—, la película apela a una poética oscura para escenificar una reconstrucción del relato que, además de filmaciones y material de archivo, despliega una gran variedad de técnicas de animación tradicional, entre ellas el stop-motion, la ilustración a mano o la película rasgada.
El broche final corre a cargo de Tierno, una exploración de la violencia doméstica y sus formas de transmisión. Como apuntábamos más arriba, el primer tramo de la película se construye en forma de (falso) plano secuencia, sumergiéndonos en la atmósfera asfixiante de la casa en la que un chico adolescente vive con su madre y su padrastro. Apenas hay un par de cortes hasta el momento en el que una cajera del supermercado le pregunta si está bien; ante este pequeño gesto de empatía, el primero que presenciamos, la película empieza a desmenuzarse en una serie de planos breves que culminan en la secuencia transformadora de la inmersión.
Esta parece una buena imagen para cerrar el festival: el chico emergiendo de nuevo a la superficie, confundido y al borde del llanto, con esa mirada que apenas alcanzamos a ver antes del corte final a negro. Pero basta para advertir en él la huella de una vulnerabilidad que le apartará del círculo vicioso de la violencia; una vulnerabilidad entendida como capacidad de sentir y de dejarse afectar, es decir, como aquello que es profundamente humano.