FICBUEU 2024 — SECCIÓN OFICIAL #1
A la primera película de la primera sesión le corresponde ser la puerta de entrada a una nueva edición del festival, y en este caso es O frío (Pablo Dopazo, 2024), una pequeña producción gallega, la que nos invita a adentrarnos en los múltiples caminos de este decimoséptimo FICBUEU.
Los planos iniciales asientan el tono de la película: vemos el interior mal iluminado de un almacén por donde Chema, un hombre de una cierta edad, transporta cajas repletas de hielo y de pescado. Es en esa penumbra que nos moveremos por un tiempo, por lo menos figuradamente, puesto que O frío nos invita a avanzar casi a tientas por la oscuridad de su historia. Frente a sus escenarios un tanto lúgubres, frente a la repentina aparición de un segundo personaje que irrumpe en la rutina de Chema, podríamos pensar que la propuesta va siguiendo los caminos del thriller. La película alienta esa posibilidad, descubre sus cartas lentamente, va dejando agujeros en la narración a los que nunca regresará, hasta que de pronto, por medio de una línea de diálogo, arroja luz sobre esa relación que constituye su eje central. El thriller en potencia deja paso entonces a un drama familiar hecho de largos silencios y diálogos escuetos, donde la frialdad parece alcanzarlo todo, la paleta gris, los planos estáticos, los dos hombres, padre e hijo, sin mucho que decirse.
Los programas del festival son una oportunidad para pensar cada película por sí misma y también en relación con las demás, y aquí la transición a Lemon Tree (Rachel Walden, 2023) pone de relieve el enorme contraste entre estas dos películas que discurren acerca de las relaciones paternofiliales. Una diferencia clave nos la dan los créditos: pasamos de una producción pequeñísima a una película con un presupuesto significativamente mayor y con un equipo técnico bastante más numeroso. Pasamos también del digital al fílmico, y de unos planos abiertos, estáticos, pausados, a unas composiciones mucho más dinámicas y entrecortadas. También aquí la primera escena marca rápidamente el tono —no hay tiempo que perder en el formato corto—, con ese mundo de emociones y de texturas donde lo bello y lo grotesco se confunden; las imágenes del parque de atracciones se suceden a gran velocidad, al ritmo de una música inquietante que empieza como única banda sonora, y a la que se va añadiendo de forma progresiva el sonido ambiente.
Como toda road movie, Lemon Tree retrata un trayecto que es a la vez geográfico y emocional. El robo de un conejo en la feria es el desencadenante de un viaje en el que quedarán atrás paisajes e infancia, y en el que los roles de padre e hijo se desdibujarán hasta invertirse. En poco más de un cuarto de hora se condensan una multitud de gestos y de símbolos tan sugerentes como ambiguos —ese billete de lotería que el niño le da a la camarera, el conejo que en su final trágico se lleva consigo algo tan claro como innombrable—, y vemos en esos rostros filmados en primer plano, en ese tiempo fragmentado y tan difícil de fijar, como el niño va dejando paso a un adulto prematuro con cada pequeña decisión.
L’été des chaleurs (Marie-Pier Dupuis, 2023) es la siguiente película en el programa, lo cual nos regala una pequeña rima, tan anecdótica como grácil, con la imagen de otra criatura al volante de un coche; en este caso Max, que pasa un caluroso día de verano junto a su madre y su hermana pequeña. El hecho de que los primeros minutos también sucedan en el interior de un coche nos permite observar, por contraste con Lemon Tree, otra forma de filmar un espacio tan reducido: los planos son mucho más abiertos, están llenos de volúmenes, reflejos y texturas, y siguen a la vez una coreografía muy precisa; por ejemplo, en ese pequeño reajuste del retrovisor que, en el plano inicial, sirve para introducir a los distintos personajes.
En realidad, esa primera escena ya contiene casi todos los elementos del drama que se desarrollará a continuación. En un breve diálogo, la madre le pide a Max que baje la ventanilla mientras ella sale a comprar un par de cosas, y Max, desafiante, acaba su jueguecito en la consola antes de obedecer y recordarle que su padre tiene aire acondicionado. En apenas un minuto, la película ya ha puesto en danza los puntos cardinales de una situación compleja —una separación, una niña que parece sentirse desplazada por su hermana pequeña, una actitud rebelde, una madre desbordada—, y ha sentado las bases para el conflicto: es un verano sofocante, el coche no tiene aire acondicionado, y el interior, bajo el sol y con las ventanillas cerradas, es un horno. A partir de ahí se despliega un juego de crueldad infantil que roza el final trágico, en el que el paso del tiempo deviene denso, palpable, y la tensión crece con algunos movimientos de cámara: ese alejarse de la cámara en el jardín, mientras Max pondera su venganza, o los travellings en ambos lados de la puerta, anticipando el instante en el que la madre se da cuenta de lo sucedido y se precipita al exterior.
La cuarta película del programa, 3MWh (Marie-Magdalena Kochová, 2024), se presenta como ‘un poema cinematográfico sobre el decrecimiento’. Es la película más dispar de la sesión, la que más se aleja de las estructuras convencionales, sin renunciar por ello a una economía narrativa que traza el hilo principal de la historia: la de un trabajador de una central nuclear que se obsesiona con el cálculo de su huella energética, para la cual ha fijado un máximo al que se acerca inexorablemente. A lo largo de la película nos acompaña su voz en off, que va desgranando ideas y leyes de la termodinámica; de él no sabemos nada, solo su obsesión por el cálculo y su ejecución metódica de un plan que poco a poco va tomando forma: el de sepultarse en vida en una especie de capullo, bajo tierra, desnudo, con el hueso de una fruta sobre el pecho. Puesto que, tal y como él mismo nos cuenta, la energía nunca puede destruirse, solo ser alterada en su forma, cristaliza en esta imagen una idea de continuidad, de transformación, alejada de la concepción de final que suele rodear a la muerte.
Como sucede con las películas anteriores, hay también en 3MWh una idea muy clara de la forma, que aquí tiene mucho que ver con el soporte fílmico, sus texturas, incluso las perforaciones que se mantienen visibles en el borde de la pantalla. Ocasionalmente, el ritmo más pausado de la película se acelera mediante una serie de cortes rápidos, el sonido se llena de ecos, unas chispas atraviesan la imagen; resulta interesante observar los distintos recursos audiovisuales puestos en práctica para visibilizar esa energía invisible que constituye el verdadero núcleo de la película.
Cierra el programa If you are happy (Phoebe Arnstein, 2023), que pone en primer plano las dificultades de una maternidad que en L’été des chaleurs quedaba como telón de fondo. Aquí, todo el protagonismo recae en una madre joven que se enfrenta sola a la crianza de su bebé, y cuya experiencia no encaja para nada con las imágenes de la maternidad predominantes en el imaginario colectivo, que aquí encontramos en vallas publicitarias o en el ambiente que impera en el grupo local de madres. Entregándose a la subjetividad de su protagonista, la película se llena de planos muy cerrados, de composiciones desequilibradas, agobiantes, todo ello punteado por el llanto incesante de la criatura, y renuncia a la estricta linealidad de su historia para componer un collage de situaciones desbordantes.
La mayor parte del metraje está dedicada al encuentro del grupo de madres, al que la protagonista asiste por primera vez, y que constituye un punto de inflexión en su experiencia. Es una reunión inquietante, filmada con ironía, a veces con tristeza, incluso con un tono que llega a acercarse al cine de terror. Uno de los juegos infantiles que el grupo lleva a cabo consiste en abrir una cajita de madera y emitir algún tipo de sonido que el resto de participantes tendrá que imitar. Toda la angustia vital de la protagonista se condensa en el momento en el que, destapando esta suerte de caja de Pandora, suelta un grito estremecedor; y si bien sus compañeras lo reciben primero con desconcierto, enseguida reconocen en ese clamor sus propias emociones reprimidas, y el concierto de gritos que sigue es, de forma casi paradójica, el único momento de paz de la película.