FICXIXÓN 2017: NUEVA ETAPA (II/II)
(Viene de aquí)
Pero volviendo a las secciones competitivas, hubo más filmes a destacar. Los premios a las interpretacións fueron representativos de la oficial y destacaron dos de las propuestas más estimulantes. Lucky (John Carroll Lynch, 2017) y En la playa sola de noche (밤의 해변에서 혼자, Hong Sang-soo, 2017) deben buena parte de su éxito a sus actores protagonistas. La primera es el filme póstumo de un actor tan icónico de la filmografía estadounidense como Harry Dean Stanton. En ella interpreta a un nonagenario que vive en un pequeño pueblo desértico el solo y que se enfrenta a un gran reto: envejecer con dignidad. Con la muerte tan próxima, comienza a reflexionar sobre cómo posicionarse ante ella desde una perspectiva atea.
Esta pudorosa ópera prima se acerca al tema con delicadeza y dialogando con la memoria del actor en el cine. En sus imágenes se siente la presencia de Paris, Texas (Wim Wenders, 1984) más que ninguna otra y el andar de Stanton recuerda al de su personaxe reciente de Twin Peaks (Mark Frost, David Lynch, 2017), con el propio Lynch como filosófico compañero de barra en el bar local. Pero ante todo el director ofrece un retrato sencillo y directo, depurado, del envejecimiento, mientras que cartografía una forma de vida moribunda, la de un rural del Medio Oeste de los Estados Unidos cada vez más despoblado.
Por su parte Hong Sang-soo vuelve al festival como un habitual. En la playa sola de noche es la tercera colaboración con la actriz Kim Min-hee estrenada este año tras conocerse en Antes sí, ahora no (지금은맞고그때는틀리다, 2015). No nos gusta entrar en el terreno personal pero, incluso si el realizador ha negado en el pasado basarse en su propia vida para escribir sus historias, aquí no esconde en absoluto que estos tres filmes de 2017 son un ejercicio de terapia artística en los que resulta imposible no abordar lo personal. El resumen es que el realizador tuvo una aventura con Kim Min-hee, que en Corea del Sur resulta una actriz muy popular. Seguramente los mismos programas de televisión que no le habían dedicado más que un breve antes por haber ganado un premio en algún festival europeo, comenzaron a acosar a la pareja, con la exmujer de Hong avivando el asunto en algún reality. La experiencia fue obviamente traumática para el realizador y la actriz. Esta historia es la base de sus tres últimas películas, que en En la playa sola de noche abordan de la manera más frontal.
Pocas relaciones artístico-personales entre director y actriz habrán dado antes unos resultados tan excelsos en la historia del cine. El merecido premio en Gijón a Kim se le ofrece por un trabajo que sustenta ella sola. Contrariamente a las fragmentaciones temporales y variaciones capitulares de su filmografía reciente, Hong orquesta aquí dos movimientos, uno en un breve exilio en Hamburgo – con Mark Peranson, director de programación del festival de Locarno como maestro de ceremonias – y otro ya de vuelta en Corea, en una pequeña ciudad costera. La acción se mantiene siempre sobre Kim en esta narración inusualmente lineal para el autor, que se presenta como expiación ficticio-personal de una situación vivida en tiempo real y que la actriz traslada a la pantalla con todas sus sutilezas y complejidades.
En Kim Dae-hwan encuentra Hong un buen discípulo. Destacable ópera prima, The First Lap (초행, 2017) combina el gusto de un guión estructurado por bloques y con alguna repetición/variación, como es habitual en el surcoreano, con unos diálogos naturales y realistas y un tempo pausado y de plano fijo y largo que podría encajar, en otras latitudes, en el nuevo cine rumano. Con estos elementos cuenta con sencillez y profundidad la historia de una pareja que va a conocer a los padres de ella y cómo se desarrolla ese encuentro, destilando todas las inquietudes de esa edad y situación en la que nos debatimos sobre si sentar la cabeza.
En el lado de los filmes sensoriales, que cada vez cuentan más en el cine contemporáneo, nos encontramos con Kölöku (Good Luck, Ben Russell, 2017) y Cocote (Nelson Carlos de los Santos Arias, 2017). Russell se adentra en minas de Serbia y Suriname para retratar las vidas de esos trabajadores filmando en super16mm. Este paseo por el mundo del trabajo en todo el globo, que ya practicaran Michael Glawogger en Workingman’s Death (2005) o, en otra línea, Victor Kossakovsky en ¡Vivan las Antípodas! (2011), se queda aquí en simple ejercicio de estilo, en un proyecto en que falta investigación y que se ve apresurado. Por el contrario, Cocote es un intenso y atractivo retrato de una pequeña comunidad rural en República Dominicana, con la historia de un hombre que vuelve a casa para enterrar a su padre y, desde su fe evangélica, se resiste a aplicar la política del “cocote por cocote” para vengar a su progenitor. Con reminiscencias a Cavalo Dinheiro (2014) de Pedro Costa en muchos encuadres y en la iluminación de las escenas, y también algo del último Camilo Restrepo, esta película también intenta retratar a una comunidad de la que emana el olor de lo real, de seguro resultado de una larga convivencia del autor en la misma. Aunque está rodada con actores profesionales, el hecho de hacerlo in situ en escenarios preexistentes, respetando los aspectos y acentos de la gente de la zona, aporta al filme una autenticidad inusual.
La apuesta por la animación
Con tanto a elegir, es difícil recalar por la interesante sección Animaficx, pero de vez en cuando entramos en alguna sesión y nos encontramos con la perfección. En la única que pudimos ver este año figuraban Cop Dog (Bill Plympton, 2017), World of Tomorrow (Don Hertzfeldt, 2015) e Ivan Tsarévitch et la Princesse Changeante (Michel Ocelot, 2017). Las tres presentan estilos que nada tienen que ver con la animación, bien en 2D o 3D, a la que nos tiene habituadas Hollywood. La personalísima caligrafía feísta de Plympton dibuja en este corto e intenso trabajo a un perro de aduanas en un aeropuerto que persigue por toda la terminal a un tipo con una bolsa de cocaína. Esta se rompe y va soltando los polvos por el aire, causando felicidad en el ambiente. Frenética, exagerada, hilarante, Plympton logra hacer en pocos minutos verdadero cine de acción a lo Speed (Jan de Bont, 1994). Una persecución frenética con un perro.
Lo de Hertzfeldt ya es otro nivel. Uno de los grandes de la animación contemporánea, aquí idea una fábula por partes de una suerte de cerdita que se reproducirá mediante la clonación en el futuro. También frenética, aunque con un punto filosófico sobre la existencia, entrar en esta película de Hertzfeldt es como tener un encerado magnético en movimiento con el que jugar a dibujar bocetos de preescolar con un alucinado Mondrian cósmico de fondo. Lo último de Ocelot llega en realidad multiplicado por cuatro. Su título hace solo referencia a una de las cuatro historias que componen la pieza, todas inspiradas en cuentos clásicos que el director mezcla como quiere. Esa es la gracia de la propuesta, en una serie que lleva ya haciendo un tempo y en la que ha depurado su estilo de siluetas que bebe de Lotte Reiniger.
En esencia, y ya haciendo una valoración más allá de lo puramente cinematográfico, el FICXixón pareció ensayar este año una reconfiguración que quizás llegue para quedarse. En primer lugar, sin aplicar apenas cambios en la estructura de sus seccioes, sí pareció definir mejor las apuestas que encajan en cada una de ellas, distinguiendo tres grados de experimentación entre la oficial, Rellumes y Llendes. Esto, siempre dentro de una selección de títulos de cine independiente que centran su interés en la propuesta cinematográfica y no tanto en los contenidos. Y, claro, la línea editorial está más clara, quizás en una tradición más en consonancia con lo que este festival solía ser hace unos años.
Por otro lado, las circunstancias obligaron a deslocalizar el festival. Sacar proyecciones del centro era un reto que estaba lleno de incógnitas en torno a la respuesta del público. Un trabajo previo de comunicación y la conexión con líneas de bus directas desde el centro logró llevar tanto público a las salas que el festival batió récords históricos, superando con creces la barrera de los 50.000 espectadores, sin contar las actividades paralelas. En estas, además de una mayor oferta formativa y nuevos encuentros industriales, se apostó también por salas de concierto más pequeñas e intimas para las festas, lo que facilitaba el intercambio profesional en un ambiente informal. De la adversidad, virtud. El FICX va viento en popa a toda vela.