First Cow, de Kelly Reichardt
Un perro huele algo extraño en la tierra de un bosque de Oregón. Su dueña escarba con las manos y descubre dos esqueletos durmiendo juntos el sueño eterno. Así comienza First Cow (2020), la última película de la directora estadounidense Kelly Reichardt. Se trata de una adaptación de la novela The Half-Life, de Jonathan Raymond, que ya había trabajado previamente de guionista junto con la propia Reichardt en algunos de sus filmes más destacados, como Old Joy (2006), Wendy and Lucy (2008) y Meek’ s Cutoff (2010).
El sorprendente hallazgo con el que comienza el filme nos hace retroceder doscientos años en un gran flashback que nos transporta al Oregón de los años 20 del siglo XIX, un peligroso territorio de frontera en el que se dan cita personajes de todo tipo movidos por el afán de aventura o la voluntad de hacer fortuna. Uno de ellos, el protagonista, Otis Figowitz, alias Cookie (John Magaro), es un cocinero al servicio de una expedición de cazadores de pieles. Una noche encuentra en el bosque a King-Lu (Orion Lee), un inmigrante chino que acudió al Oeste procurando prosperidad, pero es perseguido por un grupo de rusos sedientos de venganza por el asesinato de un compañero. Figowitz le proporciona ayuda y sustento para que logre escapar y, una vez finalizada la expedición, y con ella su trabajo, vuelve a encontrar casualmente a King-Lu y ambos idean un plan para crear un negocio gracias a la vaca del patrón local, la primera vaca del territorio de Oregón.
La película es, por lo tanto, un western, pero un western muy particular que no se ajusta a las convenciones clásicas del género, comenzando por su localización en los húmedos bosques de Oregón en vez de la aridez sofocante del Monument Valley. Tampoco Figowitz es un héroe arquetípico, pues posee un carácter más bien reservado y apocado que lo lleva a soportar estoicamente las amenazas de los cazadores de pieles, mucho más brutos que él. Figowitz es incapaz de beber whisky sin toser después, opta por cuidar de un bebé abandonado en el fragor de una reyerta tabernaria y no tiene reparos en ponerse a barrer la casa de su anfitrión, su inseparable compañero King-Lu, sin necesidad de que este se lo demande. Es un hombre sencillo, natural de la costa este de los Estados Unidos, que vaga sin rumbo ni objetivo definido, encadenando diferentes trabajos con los que poder mantenerse, después de quedar huérfano siendo aún un niño.
King-Lu resulta un buen contrapunto a su carácter por su actitud decidida y resolutiva. Sin embargo, a pesar de su incidente con los rusos, no se nos muestra tampoco que sea un hombre dado al manejo de las armas. El suyo es un espíritu audaz y emprendedor que lo lleva siempre a imaginar la manera de hacerse rico lo antes posible del modo más sencillo. Más que un vaquero, aspira a ser un hombre de negocios en ese contexto de transición a un modo de producción capitalista. Fue su afán de aventura el que lo hizo embarcarse siendo un niño para ver mundo y salir de la miseria, un largo viaje que lo llevó hasta el oeste americano porque, como le explica a Figowitz: “Aquí hay oportunidades. Esta tierra es un tesoro”. Es King-Lu, por lo tanto, el personaje que mejor encarna el sueño americano y la epopeya de la construcción de los Estados Unidos, consubstancial al western. No deja de ser llamativo, cargado de una ironía mordaz, que juegue este papel precisamente el inmigrante chino y no el norteamericano Figowitz, un hombre pusilánime, carente de todas las virtudes del perfecto cowboy, que simplemente actúa como el necesario brazo ejecutor de los planes de King-Lu, auténtico cerebro de la pareja.
El peso de la acción recae sobre ambos protagonistas, con escasos personajes secundarios relevantes a lo largo de la trama, prácticamente solo el patrón, propietario de la vaca, y la vaca misma, si se quiere considerar así. Este minimalismo en la concepción de la historia se corresponde también con un estilo sobrio a nivel formal, típico de Reichardt. Destaca en este punto, de primeras, la elección de una relación de aspecto 4:3, que ya había empleado en su otro western, Meek’ s Cutoff (2010), y resulta característica de la versión clásica del género, aunque posteriormente se generalizase la visión panorámica de las extensas llanuras del Far West. También el paisaje tiene una importancia singular en este último trabajo de Reichardt, donde abundan planos de extraordinaria belleza que destacan la majestuosidad de esa tierra todavía prácticamente virgen. Sin embargo, se trata de un contexto muy diferente, pues el elemento que se destaca es un gran río en el interior de una floresta repleta de frutos silvestres, animales salvajes e inminentes peligros ocultos entre la maleza en la oscuridad de la noche.
Asimismo, al contrario que en la concepción clásica de la secuencia, la presentación de las escenas pasa de lo particular a lo general, constituyendo auténticas sinécdoques visuales que presentan los personajes y su situación a través de elementos fragmentarios. Así, el plano detalle de Figowitz dándole lustre a las botas o de sus manos trémulas en un momento de tensión condensa la representación simbólica de los personajes y el preludio de la acción que está por venir. Reichardt también emplea la profundidad de campo para mostrar los diferentes papeles de los personajes. Por ejemplo, cuando Figowitz y King-Lu se asocian definitivamente y aún andan sopesando alternativas para hacerse ricos se suceden diferentes planos en los que se puede apreciar, en primer término, a Figowitz haciendo algún trabajo cotidiano mientras King-Lu, al fondo, permanece inactivo reflexionando en voz alta sobre posibles negocios lucrativos, una disposición que coincide perfectamente con sus respectivos roles.
Otro recurso frecuente para simbolizar el carácter pusilánime de Figowitz es el empleo de contrapicados desde su punto de vista para resaltar su inferioridad respecto a determinados personajes, entre ellos uno de los cazadores de pieles de la expedición, que lo amenaza gravemente mientras Figowitz lo mira impasible. En general, es habitual a lo largo del filme que la cámara se sitúe prácticamente a ras de suelo, con mayor o menor inclinación en función de lo que muestre en cada caso, al igual que la utilización de marcos naturales en el interior de los planos, un recurso estético por el que Reichardt manifiesta predilección hasta el punto de emplearlo con todo tipo de puertas, ventanas, aberturas de tiendas de campaña, etc. En varias ocasiones lo combina con la profundidad de campo, empleada en el sentido anteriormente apuntado. Así, mientras Figowitz sacude las alfombras en primer término en el interior de la casa, la ventana nos permite ver en la lejanía como King-Lu corta leña con su hacha.
En síntesis, First Cow es un western alejado del modelo canónico del género en el que predomina la descripción de los personajes y su relación entre sí, especialmente la camaradería entre los dos protagonistas en su ansia de salir de la pobreza, por encima de una acción bastante escasa a lo largo de dos horas de duración que se desarrollan con un ritmo pausado que permite detenerse a contemplar los espectaculares paisajes de los bosques de Oregón. Presenta, no obstante, ecos del gran relato mítico del Oeste como tierra de peligros y oportunidades incorporada a la nación norteamericana gracias a la audacia de intrépidos aventureros que dejaron todo para colonizar un lugar en el que, como dice King-Lu, “hay más cosas sin nombre que en ninguna otra parte”.