Il sol dell’avvenire, de Nanni Moretti
Cuando pensaba en cómo empezar este texto, solo me venían a la cabeza las críticas que llevo leyendo varios días en redes. Todas coincidían en que la última película de Nanni Moretti, Il sol dell’avvenire (2023) era de las mejores cosas de este año. Yo, que siempre fui de meterme donde no me llaman, igual que Giovanni interrumpiendo el rodaje de Giuseppe, vengo a decir algo que no le he leído todavía a nadie: la última película de Moretti es un poco floja e imperfecta. Y, ¿sabéis qué es lo mejor? Que eso, precisamente, es lo que la hace una gran película.
La trama de la historia es bastante sencilla. Moretti, que aquí vuelve a reinterpretarse, está enfrentándose a su último rodaje. Paralelamente, su pareja y productora empieza a hacer ver que la relación ha llegado a un punto de estancamiento y quiere romper con la misma. Durante toda la película iremos viendo, al mismo tiempo que el personaje que hasta ahora no se fijaba en esta realidad, cada vez de forma más clara, esos puntos donde la distancia en la relación se hace cada vez más patente.
Como decía antes, esta película dista mucho de otras imprescindibles como Caro diario o Aprile, a las que el propio Moretti le guiña un ojo en esta. La película se mueve entre las diferentes tramas de forma torpe, como si se chocase repetidas veces contra las paredes, los muebles… pero esto, como casi todo en la vida, se puede solucionar bailando. Solo el que no baila juzga la calidad del baile. Bailar sin que te importe lo torpe de los movimientos, los golpes contra los muebles, los pisotones que le puedas dar sin querer a tu pareja, la música que está sonando: bailar sin mirar a quien te mira quieto, sin dedicarle un mínimo pensamiento a sus prejuicios, es uno de los actos más libres que existen. Y esto es, justamente, lo que aquí hace Nanni.
Celebro Il sol dell’avvenire principalmente porque es una lección de que hasta un grandísimo director como Moretti puede hacer una película imperfecta. Porque la perfección, sinceramente, es francamente aburrida. La perfección es esa fórmula científica y probada en 190 países que Netflix les quiere vender, ese punto de giro exactamente en el minuto que la estadística dice que es correcto. La perfección es algo para las ciencias, no para las artes, no para las humanidades. Porque la verdadera calidad humana es la de aceptarnos con los defectos que tenemos, reconocerlos, señalarlos y aprender a aceptarlos. Solo conociendo cuáles son nuestros defectos podemos descubrir cómo compensarlos.
No quiero dejar de señalar ese discurso político, siempre constante en la obra del italiano, que atraviesa toda la película. Pero no voy a hablar de esas referencias constantes al comunismo italiano y su separación ideológica del soviético. Quiero hablar de la política del cine, de ese filibusterismo de Moretti bloqueando un rodaje por las implicaciones éticas de rodar una secuencia concreta. La secuencia, delirante y con claras reminiscencias a otros momentos icónicos del cine, me parece el ejemplo perfecto para extrapolar una tónica muy habitual en la sociedad actual de enfocar todo el trabajo y atención en destacar los errores de los compañeros de lucha. De la misma forma que Giovanni se obsesiona en poner en evidencia el desconocimiento de Giuseppe a la hora de planificar una secuencia, nosotros, la sociedad, nos obsesionamos en señalar a aquel con el que diferimos en un 1 %, pero coincidimos en un 99 %, mientras que los que están en las antípodas ideológicas siguen ganando espacio. Nos olvidamos de que estamos todos en la misma lucha, de que podemos sumar esfuerzos, aunque exista un 1 % en el que no estamos de acuerdo y sobre el que discutamos. Porque sí, amigas, discutir es la hostia. Diferir de opiniones es la cosa más humana del mundo, pero no nos convierte en enemigas. Centrémonos en defender nuestra humanidad frente al fascismo que tenemos dentro de casa, arrancándonos los derechos que tanto nos ha costado luchar a todas juntas.
Pero Nanni Moretti es optimista. Su película no es una fábula que intenta dejar un poso de lección. No, él prefiere celebrar todo lo conseguido, todo lo que podría haber pasado y, por qué no, todo lo que puede pasar todavía. Porque, igual que Allende decía aquello de que antes o después se abrirían las grandes alamedas, este filme es una especie de proyección utópica de un futuro que aún está en nuestra mano conseguir. Quedan todavía muchísimos motivos por los que luchar, por los que celebrar y por los que vivir. Por resumirlo con otra referencia popular, aunque esta no aparezca en la película: “Cuando llamen a tu puerta, ¿cómo los vas a recibir? ¿Con las manos en la cabeza o con el dedo en el gatillo?”.
Por todo esto, Il sol dell’avvenire no es ni la obra maestra ni la mejor película del año, pero quizá es la más necesaria. Quiza lo que necesitábamos no era una nueva lección de un maestro del cine, sino caer sin miedo a herirnos. Abrir la puerta a los errores y entender que no existe aprendizaje alguno si no existe también un fracaso. El único, el verdadero fracaso, la derrota absoluta de la humanidad frente a la maquinaria matemática del fascismo, no es otra que quedarse quieto, en la butaca, mientras Battiato nos desea vederti danzare, come le zingare del deserto.