INDIELISBOA 2015 (II/III): ALMAS ERRANTES, EN ESTADO DE SUSPENSIÓN
Este artículo es la continuación de una primera crónica que se puede consultar aquí.
En la busca de una identidad fracturada
Igual de pijos y perdidos andan los personajes de El complejo de dinero (2015), que Juan Rodrigáñez presentó en la pasada Berlinale. Basada en la novela anarquista Der Geldkomplex de Franziska zu Reventlow, coloca a un grupo de burgueses en una finca de un lugar indeterminado en España. Ligera por sus formas directas y aparentemente despreocupadas – se trata de captar momentos de ocio – y exigente a partes iguales por unos diálogos densos, que beben de diversas fuentes literarias y filosóficas; El complejo de dinero logra transmitir bien el hastío de unas personas desconectadas de la realidad. Sus peroratas, en el contexto de una finca aislada – nada casual – tienen en realidad mucho que ver con las consideraciones políticas que podrían leerse o escucharse ante una mesa a la hora del té, en los textos de Jane Austen o las hermanas Brontë, con la salvedad de que nos encontramos en un contexto contemporáneo. Pero la aproximación de Rodrigáñez, nada tiene que ver con la de Stillman. Mientras éste decide ser estrictamente expositivo, el español opta por un modelo más fragmentado, por momentos casi performático o teatral, que deja muchos huecos en la trama como para que el espectador pueda llenarlos. En el guion y en el montaje, figura también Eloy Enciso, autor de Arraianos (2012), que comparte con Rodrigáñez a su director de fotografía, Mauro Herce. Este último parece fundamental en las dos producciones, visto que su aspecto visual liga de forma directa ambos filmes.
Herce también es responsable de la fotografía de Une histoire américaine (Armel Hostiou, 2015), el filme más contemporáneo – no necesariamente el mejor, pero sí el más moderno – que vimos en Indielisboa 2015. Rodada a dos tiempos en Nueva York, es una película que se hace directamente sobre la marcha, privilegiando el aspecto documental dentro de la ficción, y dejando un gran espacio a la improvisación dentro de una estructura narrativa muy simple: a Vincent le ha dejado su chica, él la sigue desde París, cruzando el Atlántico, para intentar recuperarla. Comedia romántica que bebe de la tradición del indie yanqui, el realizador cita a los hermanos Safdie específicamente entre sus referencias, quizás por esta aproximación documental a la ficción, pero en la construcción del personaje principal entre Vincent Macaigne y él mesmo, el ejercicio puede tener más que ver con el de la bicefalia de Greta Gerwig – Noah Baumbach en Frances Ha (2012). Como Gerwig en los EE.UU., Macaigne es uno de los actores en Francia más dotados de su generación, con un genio evidente para la comedia en especial. Solo él podía defender un personaje como el de Une histoire américaine, que intenta transmitir la sensación, el malestar, de un alma errante, en estado de suspensión. Nueva York, esa relación acabada que intenta recuperar, es una cárcel que lo sume en la inmovilidad, e incluso cercena parte de su identidad. El galo se mueve en una variedad de registros, en escenas más construidas, otras totalmente improvisadas, en un periplo sin rumbo, en una ciudad que lo asfixia. Hostiou y Herce, junto a Romain Lebras en el sonido, seguían con pequeñas cámaras al actor a todas partes, en un modelo también semejante al de Hong Sang-soo, que escribe cada noche las escenas de la jornada siguiente, encajándolas en un tratamiento que tiene en mente. Une histoire américaine es un filme muy irregular, pero igual de valiente, que confirma que algo muy grande está ocurriendo desde el barrio de Belleville, en París. Macaigne y Hostiou viven por allí, son colegas, y trabajan en los filmes de otros compañeros, con inquietudes y estilos que se entrecruzan. El actor es como el alma mater de toda una generación que incluye también a Antonin Peretjatko, Justine Triet o Guillaume Brac, entre otros.
Indielisboa se siente claramente atraído por el cine francés más joven y refrescante, como lo prueban la presencia, entre otros títulos, de Mange tes morts (Jean-Charles Hue, 2014) y Mercuriales (Virgil Vernier, 2014), de los que ya dimos cuenta en nuestra crónica del festival de Sevilla. De estilos muy diferentes, hablan sin embargo de personajes también perdidos, en un estado suspendido de búsqueda. Algo que no ocurre solo a las personas más jóvenes. El matrimonio de La sapienza (Eugène Green, 2014) pasa por una crisis importante de identidad. Él, arquitecto, ha perdido el objetivo de su arte; ella, socióloga, se ha perdido en el Otro – en plural – para olvidarse del otro que tiene delante. Aliénor entiende bien su contexto y el de los otros, pero es incapaz de conectar con su marido, quizás porque desea una creación que no sea abstracta, un hijo. Alexandre puede que se haya pasado de práctico, sabe levantar edificios de forma profesional, pero se ha olvidado de que éstos se construyen para las personas que los habitan. Los dos, que se aman pero ya no se comunican, deciden partir a Italia en busca de respuestas. Allí se se encontrarán con una pareja de hermanos que, cada uno por su lado, les harán recuperar el rumbo de sus vidas. La idea de la transmisión, siempre presente en los filmes tan orales de Eugène Green, cobra aquí una especial relevancia, y se ejecuta de ida y vuelta, pues los jóvenes deben aprender de los viejos, pero también al revés. La inocencia es un don que perdemos con la edad, y que nos necesitan insuflar de vez en cuando.
El aparato cinematográfico de Green sigue intacto, y refuerza esta idea. Los personajes se colocan uno en frente del otro en la mayoría de los casos, y miran casi a cámara, de manera frontal. Declaman con entonación barroca, herencia de la etapa teatral del autor, cuestión que desea trasladar a al pantalla en su corpus cinematográfico; y observan: la gran arquitectura, pero también los pequeños detalles. Debido al contexto en el que pone a sus personajes – Alexandre parte con el chico a Roma en un viaje de estudios sobre la arquitectura local – Green puede permitirse mostrar los edificios de esa época que le fascina: el Barroco. Lo más importante en ellos es la iluminación, cómo la luz entra en los espacios y los llena, para beneficio del hombre. Detrás de esta idea se encuentra la unión con Dios, pues La sapienza es un filme profundamente espiritual, concretamente panteísta. Cuando se habla de arquitectura, Green está reflexionando también sobre la naturaleza mística del cine. El celuloide capta la materia de la que se compone y por la que se mueve el universo, la luz, reflejándola sobre la realidad tangible. Mediante esta captura poética de la reflexión lumínica, Green está hablando de lo divino con cada objeto que filma. Las cúpulas a las que mira lo hacen evidente, pero esta misma comunión puede encontrarse en los rayos que se filtran en dos copas de vino, frente a la luz estival del Lago Maggiore en Stresa (Piamonte italiano). Como ya hacía con la música barroca en Le Pont des Arts (2004), Green captura en La sapienza una porción de la arquitectura barroca que tanto le interesa. El sentimiento religioso, sin ser el tema central, se intensifica con respecto a A Religiosa Portuguesa (2009), pero lo que se mantiene intacto y en el centro de su discurso es el amor. Un amor no necesariamente romántico, algo más complejo que mantiene unido su universo humanista y que nos debería permitir, como en sus filmes, estar en comunión los unos con los otros.
Ese otro cine yanqui
Como en el caso francés, Indielisboa presentó una serie de títulos norteamericanos que nos permiten hablar de una generación u ola con una cierta base, y no a modo de herramienta publicitaria. Alex Ross Perry presentaba Listen Up Philip (2014) y Queen of Earth (2015), con Sean Price Williams como director de fotografía y Robert Greene en el montaje. Este dúo repite con Charles Poekel en Christmas, Again (2014), ópera prima de su director, hallazgo similar al de Armel Hostiou; por construir también el filme en el rodaje, frente a las otras propuestas con guion más cerrado. La prota de esta obra novel, Hannah Gross, ya lo había petado en el Indie con I Used to be Darker (2013), de un Matthew Porterfield que vuelve a la carga con Take What You Can Carry (2014). En la teoría de los seis grados de separación, no tendríamos que hacer ni dos conexiones para conectar a todo el equipo y reparto de estas películas. Si seguimos una metodología científica para probar nuestra tesis, vayamos entonces a la comparación temática.
Listen Up Philip, escritor atascado, interpretado con acertada contención por Jason Shwartzman, piensa en qué hacer con su vida, que incluye a una cabreada Elisabeth Moss en el papel de la chica que intenta hacer que se mueva. Pero la autocomplacencia pesa, y Philip no se mueve. En Queen of Earth, la misma Elisabeth Moss – en un registro que recuerda al de Gena Rowlands en A Woman Under the Influence (1974) de John Cassavetes – pierde la cabeza ante la imposibilidad de pasar página por la muerte del padre. Otro personaje que no sabe qué hacer con su vida, cuando le falta la brújula que la hacía moverse. El Kentucker Audley de Christmas, Again está pringado con un puesto callejero de venta de árboles de Navidad, pero cuando acabe la temporada, se marchará de nuevo, ¿y volverá el año que viene? La que parece que no va a estar es su exnovia, que todos los clientes recuerdan, tan alegre ella, frente a un hombre que se ve claramente hundido, y sin destino en el GPS. Y Take What You Can Carry, al ser un cortometraje, va a algo más concreto: el ensayo para un espectáculo de una bailarina joven que intenta salir adelante en la, de nuevo, sofocante Nueva York. Los problemas no están solo en el trabajo. Cuando vuelve a casa, se ve que no sintoniza ya con su novio. Están a distintas revoluciones, en una carrera a algún lugar, no sabemos muy bien a dónde, pero no parece ser el mismo lugar. Si a esto añadimos un aspecto visual similar, producto de la presencia de Sean Price Williams en muchos de estos títulos, pero también a que usan celuloide de 16 mm, la homogeneidad de temas y formas en esta generación resulta evidente.
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La crónica continúa aquí.