風立ちぬ (THE WIND RISES), de Hayao Miyazaki
La última película del cineasta de animación japonés Hayao Miyazaki, con la que precisamente ha decidido interrumpir su carrera como realizador de largometrajes, es una obra atípica en muchos sentidos. Criticada y aclamada a partes iguales, su canto de cisne supone un cierre meditado para el conjunto de su filmografía. Los guiños y alusiones se suceden y, en ella, se resumen sus grandes preocupaciones y obsesiones como realizador. Por un lado, 風立ちぬ (The Wind Rises, 2013), supone un curioso retorno al inicio de su carrera autoral a partir del propio título, retomando ese “viento” –kaze en japonés- que ha sido protagonista de todas y cada una de sus películas, y al que ya aludía en su primer proyecto personal 風の谷のナウシカ (Nausicaä of the Valley of the Wind, 1984). Por otro, porque con la incorporación del personaje de Giovanni Battista Caproni, Miyazaki rinde tributo también al propio Studio Ghibli. El nombre de la compañía fue elegido en 1985 por Miyazaki por dos motivos: porque es la palabra siria para el viento del Sahara y porque Ghibli es, a su vez, el nombre de un avión italiano, lo que se ignora es que dicho aeroplano –el Ca.309– fue diseñado por Caproni en 1936, por lo que Miyazaki cierra el círculo narrativo de su carrera por partida doble.
Arte y ensayo
Con The Wind Rises, Hayao Miyazaki habla de forma tangencial del papel que desempeñó Japón antes y durante la Segunda Guerra Mundial. Para hacerlo, se sirve de un personaje real, Jirō Horikoshi, el ingeniero que diseñó el caza Mitsubishi A6M Zero. Sin embargo, el director no nos ofrece un filme histórico sino que se sirve de esta figura para hacer un retrato de la época desde una vida ficcionada. Por ello decide fusionar para crear al Jirō de The Wind Rises dos personajes reales: el diseñador del Zero –con el que su protagonista comparte nombre– y el novelista Tatsuo Hori, de cuya novela se extrae el título de la película. Como ya ha hecho en otros muchos casos, Miyazaki extrae lo que le interesa de la realidad y lo transforma hasta amoldarlo a su propio discurso. Las referencias se suceden y junto al homenaje a estas dos personalidades del panorama japonés, Miyazaki añade alusiones a La montaña mágica (Thomas Mann, 1924), a la pintura de Isaac Ilyich Levitan, a la música de Franz Schubert o al escritor Natsume Sōseki, demostrando nuevamente el gran trasfondo que encierran cada una de sus creaciones.
El resultado es un trabajo de gran belleza plástica, a medio camino entre sus trabajos más célebres como もののけ姫 (Princess Mononoke, 1997) y 千と千尋の神隠し (Spirited Away 2001), y la simplicidad visual de su penúltima propuesta, 崖の上のポニョ (Ponyo on the Cliff by the Sea, 2008). Como contrapartida, a nivel narrativo nos encontramos ante la película más adulta de Miyazaki dado que la seriedad de lo narrado, la profundidad de los tecnicismos y la reflexión histórica hacen difícil la conexión con el público infantil. A la profusión del repaso histórico, se suma un tempo narrativo cadencioso, sostenido en muchos tramos, que ubica The Wind Rises en la estela de los grandes maestros del cine japonés como Akira Kurosawa o Kenji Mizoguchi.
La magnífica puesta en escena, donde se alternan las reflexivas ensoñaciones de Jirō con el proceso histórico, se ve acompañada por la magistral partitura de Joe Hisaishi, el eterno colaborador de Miyazaki, que muestra con esta banda sonora de colorido italiano la importancia de las notas emotivas y de los necesarios silencios. No será esta la única proeza sonora del filme, ya que en él se propone una original construcción del sonido a partir de ruidos producidos con la boca: este es el caso del estruendo producido por el terremoto o de los ruidos de los distintos aviones, ayudando a humanizar y dar entidad a aquellos elementos ambientales que tienen cabida en el metraje. Mención aparte merece la elección como doblador del protagonista del también cineasta de animación Hideaki Anno –responsable de 新世紀エヴァンゲリオン (Neon Genesis Evangelion, 1995-1996)– que confiere con su peculiar timbre de voz un punto intermedio entre la ternura y la extrañeza.
Repensando la historia
Lejos de mundos fantásticos y criaturas imaginarias, The Wind Rises se erige como uno de los pocos ejemplos de la cinematografía japonesa en el que se ha explorado la culpa de Japón en la contienda bélica. Este hecho ya de por sí polémico, se vio aderezado con la aparición de unas durísimas declaraciones de Miyazaki en la revista Neppu, en la que hacía un ataque a la política del Primer Ministro Shinzō Abe y al papel de su país natal durante la Segunda Guerra Mundial. Si bien, sobre el papel esta crítica es explícita y frontal, en la película queda muy difuminada, quizá demasiado. Siendo quién es, esperábamos que abordara la temática de una forma más directa y reflexiva, más teniendo en cuenta que su fuente de inspiración era nada más y nada menos que el creador del Zero. Sin embargo, Miyazaki ha preferido transformar a su protagonista en la personificación de una sociedad entera que se imbuyó en el conflicto bélico buscando sacar a Japón de la pobreza, la miseria y el atraso. Para una persona conocedora de la obra del cineasta, este mensaje –acompañado por sus declaraciones– puede ser evidente pero, en mi humilde opinión, entiendo a aquellos que han visto en el filme una cierta amoralidad por incorporar dicha crítica desde la sutileza y las segundas lecturas.
The Wind Rises opta por aproximarse a la época desde el compromiso social de sus protagonistas, dispuestos a realizar grandes sacrificios personales para cumplir el rol que se les ha asignado. En este punto cobra sentido la bella y triste historia de amor entre Jirō y Nahoko, donde la abnegación y la aceptación del destino se convierten en el eje vertebrador de la relación entre ambos. Como apoyo final se presentan los sueños de Jirō –sustitutos de la fantasía– que sirven como contrapunto a la realidad: en ellos se expresan las preocupaciones y aspiraciones del ingeniero, mostrando en esos aviones cargados de vida la promesa de lo que podría haber sido un futuro mejor.
De esta forma se cierra el círculo reflexivo de Hayao Miyazaki sobre la contienda bélica, sus peligros y sus consecuencias. Desde Nausicaä of the Valley of the Wind, pasando por 紅の豚 (Porco Rosso, 1992), Princess Mononoke o ハウルの動く城 (Howl’s Moving Castle, 2004) el animador había reflexionado sobre las guerras y los peligros de la amnesia histórica. Ahora, con su último filme, nos sitúa en el pasado reciente para advertirnos de los peligros de la ausencia de memoria. Innovadora en su concepción del presente narrativo dentro de la filmografía de Hayao Miyazaki, valiente en su concepción y hermosamente triste en su resultado, The Wind Rises es una despedida extraña y necesaria dentro del universo fílmico de su creador.