La mala familia, de Nacho Villar y Luis Rojo
La falsa sensación de libertad de decisión
Todos somos hijos de alguien. Todos hemos tenido en algún momento un familiar que miró por nosotros, y probablemente otro que solo quiso hundirnos. No escogemos quien lleva nuestra sangre, lo único que podemos hacer es tratar de asumir nuestro árbol genealógico lo mejor posible. Lo que sí podemos escoger son nuestras amistades, la familia que no es de sangre, pero sí de corazón.
Somos animales sociales, y la gente con la que decidimos pasar el tiempo y formar nuestro círculo próximo es uno de los pilares fundamentales de nuestro desarrollo como personas. Esa dualidad entre la familia que nos toca y la familia que escogemos es algo que escuchamos desde niños, pero una vez que hacemos un análisis más profundo, especialmente en ciertos extractos sociales, se ve que eso no siempre es cierto. Desde luego, en el caso de Andresito no lo fue.
El protagonista de La mala familia es un chaval que acaba en la cárcel por un delito que él mismo admite, y que aprovecha su primer día de permiso para reunirse con sus amigos, los cuales viven en situaciones casi peores que la suya, fruto de las injusticias causadas en la mayoría de los casos por cuestiones raciales o económicas.
Tanto Andresito como sus amigos son gente en los márgenes de la sociedad a los que el Estado ignora. Esto se ve reflejado en el juicio inicial, en el que apenas tienen voz u opinión, y donde nunca vemos la cara ni de los abogados ni de la jueza, que está más preocupada por acabar rápido para irse a comer que en la parcialidad de la condena. También se percibe el mismo sentimiento deshumanizador en los agentes de policía que detienen al grupo con la excusa de un control rutinario.
Todos estos procesos de continua injusticia social llevan a la gente que se ve afectada por ellos a buscar refugio en las únicas personas que los entienden. Los que sienten lo mismo que ellos. Gente similar a nivel social o racial, con la que puedan compartir esas miserias. Lo que no saben, o seguramente prefieran ignorar, es que eso probablemente será lo que los lleve a la perdición.
Ya que, como bien refleja la película, el Estado no va a ayudar a que esa gente progrese. Debería ser el círculo social quien dé ese empujón, pero cuando todo ese ambiente se encuentra en la misma situación, esto se hace imposible. Se forma un ciclo infinito donde ni la sociedad ni los amigos dejan progresar a nivel económico y emocional.
Esta realidad es tremendamente difícil de aceptar, pero a lo largo de la cinta, se intuye ese cambio en Andresito. Vestido con un polo de marca que lo diferencia del resto, tiene que ver cómo uno de sus amigos, que intenta escapar de este mundo gracias a su esfuerzo, acaba arrastrado de nuevo al miedo a acabar en la cárcel por culpa de un entorno que no es capaz de dejarlo volar libre. Por mucho que estudie o trabaje, siempre habrá alguien de ese grupo al que le deba algo.
El protagonista prefiere ocultar sus sentimientos sobre el tema, pero esos silencios, potenciados por una dirección lenta por parte de Nacho Villar y Luis Rojo, revelan que dentro tiene una tormenta de pensamientos intrusivos sobre sus compañeros y sobre sí mismo.
Además, ese estilo documentalista con clara preferencia por planos fijos, que mezcla generales con detalles, sirve como reflejo de la propia situación de los personajes en su entorno. Nada se mueve, todo sigue igual y así será siempre. Y lo peor es que nadie dirá nada.
Ninguno de los afectados alzará la voz porque decir algo implica mostrar debilidad, y en contextos así, eso significa tu muerte. Las amistades de supervivencia como esta, y especialmente la masculina, se basan mucho en las apariencias, en mostrar fortaleza contra las adversidades. Esa dureza puede expresarse mediante una actitud indiferente ante las injusticias o mediante un vocabulario lleno de insultos y comentarios hirientes hacia los que se supone que son tus amigos. Si a veinte chavales insultándose sin parar, por mucho que se quieran, le añades el calor asfixiante de un verano madrileño que la cinta se encarga de retratar a la perfección, el resultado es una olla a presión a punto de explotar.
Sin embargo, el problema es que esa olla no tiene forma de liberar presión. Este es un entorno libre de sentimientos. Nada se dice de manera genuina, todo pasa por un filtro de dureza artificial, que hace imposible una apertura de corazón sincera frente a una situación difícil.
Uno de los momentos más representativos de la película es la lectura de la carta que Andresito escribió desde la prisión. Es el mayor momento de confesión de la cinta, donde el protagonista admite que su vida se le hace muy difícil, pero pese a eso, no es capaz de mirar a la cara al grupo. Se centra en la carta, le cuesta hablar, poco acostumbrado a esas emociones. Al terminar, la pantalla se llena de golpes en la espalda y comentarios de ánimo, pero él tarda en reaccionar a todo esto, consciente seguramente de que ninguno de esos chicos lo va a ayudar cuando llegue el momento, y que la única con la que puede contar es su pareja, que curiosamente no aparece en la cinta.
Él es el protagonista de esta cinta, no porque viva peripecias distintas a los jóvenes de su entorno, sino porque parece darse cuenta de que los que pensaba que eran sus aliados, tal vez sean sus enemigos.
Por eso mismo, el tono de la cinta está revestido de un aura de pesimismo. Este es un problema que se lleva analizando desde hace décadas, y que parece contar con difícil solución, y de haberla, desde luego no pasaría por este grupo de amigos que tratan de pasar su vida lo mejor posible, aunque parezca que todo el mundo está en su contra.
La mala familia es una cinta complicada de ver. No tanto por su ritmo pausado o por su narración estática, sino porque hace evidentes verdades dolorosas. Para el protagonista y para nosotros, el público. Las familias pueden ser biológicas o sociales, una bendición o una maldición, pero lo que está claro es que todo el mundo necesita ayuda para superar las dificultades de la vida, sea cual sea el origen de esa ayuda.