LE LION EST MORT CE SOIR, de Nobuhiro Suwa

leon-still-21jpg-5aaa58705522d

En 2016, Albert Serra abría su película La mort de Louis XIV con la única secuencia que transcurría en exteriores. En ella, se nos presentaba a un Jean-Pierre Léaud caracterizado como el Rey Sol en los últimos momentos de vida del monarca. Una vez terminada esta secuencia, la cinta de Serra entraba en una espiral claustrofóbica que representaba la muerte cargando todo el peso en la actuación de un soberbio Léaud. Resulta curioso que en el 2017, Nobuhiro Suwa escoja arrancar Le lion est mort ce soir con un rodaje en la que el personaje de Léaud (irónicamente, llamado Jean en la película) tiene que interpretar la muerte de su personaje. El actor que fuera fetiche de Truffaut es ahora una especia de tótem que unifica filmes tan diferentes como el de Serra o el de Suwa.

Este símil es, simplemente, una anécdota que sirve como excusa para abrir esta crítica de Le lion est mort ce soir, una joya que, gracias al buen trabajo (y ojo) de NUMAX en su línea de distribución, llega a las salas de cine despúes de el tradicional recorrido por festivales.

Jean, desciende en un viaje en el que sueños y realidades se confunden, a lo más profundo de su melancolía para volver a encontrarse con Juliette, su difunta enamorada. Este descenso provoca una triste alegría en Jean que lo hace cerrarse en si mismo en la mansión abandonada en la que encuentra al fantasma de Juliette. Allí, un grupo de niños con ínfulas de cineastas, irrumpen el retiro del actor para terminar filmando un cortometraje que él protagoniza.

Permitidme romper mi propia narración para decir que esta sinopsis que yo mismo redacto en estas líneas superiores no es más que una traición a la obra de Suwa. ¿Acaso es posible resumir en cinco, diez o cien líneas todas las capas que la muerte de este león trata? La película habla de amor, pero también de la pérdida del mismo; o de la infancia, pero también de la madurez forzada por las tragedias; o del cine, o de la vejez… Habla de la vida y lo hace desde una posición inocente, tristemente feliz, y melancólica pero no nostálgica.

No fue Serra, volviendo a la anécdota anterior, el que filmó la ‘muerte cinematográfica’ de Jean-Pierre: fue Suwa. Mientras que Serra opta por una muerte rutinaria y vanal, Nobuhiro lo hace de una forma muy potente: no es la muerte la que espera a la víctima, es la víctima la que espera. Y lo hace caminando hacia ella, con paso firme, llorando lo que queda atrás pero también con la alegría de haber vivido una vida completa. De la misma forma, el director japonés presenta en la película lo que parece el alegato final de la filmografia de Léaud cuando alaba a los jóvenes cineastas por no caer en uno de los errores de la farándula: “tomarse demasiado en serio”.

La mansión donde Jean es atrapado por sus ensoñaciones está llena de espejos. En ellos, a veces, se refleja su desorientación ante un mundo cambiado (y cambiante) que le robó a su Juliette; otras veces, eses espejos son los lugares donde Juliette reaparece, el reflejo de los pensamientos enterrados en nuestra memoria. El cine también es un espejo. Ante él proyectamos nuestra imagen en una habitación a oscuras y, precisamente en esa ausencia de luz, el cine nos devuelve nuestro reflejo con luz propia desde la pantalla. A nostalgia de Jean es la nuestra, su amor es el nuestro, su grito a favor de la inocencia infantil es el nuestro… nosotros somos a 24 fotogramas por segundo.

Comments are closed.