MEEK’S CUTOFF, de Kelly Reichardt

Michelle Williams interpreta a Emily Tetherow

LA FRONTERA, LA MUJER Y EL SALVAJE ·

“La conquista del Oeste es siempre un movemento, el término western una dirección”

Cleia Cohen

El mito de la frontera

Ambientada en 1845 en Oregón, Meek´s Cutoff nos muestra el errático movimiento por el desierto de un caravana de colonos formada por 7 miembros en dirección a la tierra prometida. Kelly Reichardt recoge y destila todo la épica de la conquista del Oeste y la mitología de los viajes en caravanas que estaba presente en William A. Wellman o Anthony Mann y crea una obra donde el registro del vacío y del silencio nos aproxima a los western de Monte Hellman, con una estética cercana a la épica intimista e introspectiva del Gus Van Sant de Gerry o Last Days. De esto último tiene la culpa Chris Blauvelt, que había trabajado como asistente de cámara en la ‘trilogía de la muerte’ con el director de Kentucky. Blauvel realiza un trabajo sublime captando las tonalidades del desierto, el ambiente opresivo y tenso en el grupo de colonos, dotando a la película de unas texturas sensitivas y táctiles que provocan que el calor y la dureza del trayecto se apoderen del espectador por momentos.

Pero el trabajo de Kelly Reihardt va más allá de un cuidado formalismo. La cineasta muestra la crisis y la quiebra de la utopía americana a través del mito de la frontera. La frontera ya no se conquista ni se explora en Meek’s Cutoff porque es un territorio de incertidumbre y duda. Los paisajes desérticos dejan paso a los paisajes interiores y los valores heroicos ceden ante la necesidad de sobrevivir.

¿Qué sería el western sin la mujer?

El cine del Oeste siempre ha sido un género en el cual la figura del hombre ha tenido mayor peso que la femenina. Pero el western retrata a la mujer y a la familia como factores fundamentales para el progreso y el desarrollo. La mujer civiliza el entorno y actúa como un motor de cambio destinado a procurar la estabilidad necesaria para asegurar el futuro de la pareja y de los hijos. La mujer como factor de equilibrio y garantizadoras del futuro y depositaria de la tradición ha sido un estereotipo recurrente en gran número de películas del Oeste. Kelly Reihardt es consciente de todo esto y juega con ello, ampliando todos estos arquetipos en Meek’s Cutoff.

A muller está moi presente na cinta

La mujer está muy presente en la cinta

Pero la cineasta americana no pretende masculinizar ni dotar de heroicidad a las mujeres que retrata, como hacía William A. Wellman en Caravana de mujeres (Westward the Women, 1951). Más bien todo lo contrario. Su cámara hace hincapié en la cotidianidad de sus gestos y sus acciones, en sus trabajos y rituales diarios, bendecir o preparar la comida. La cineasta americana filma todo aquello que en los western de los años 40 y 50 sería accesorio, innecesario, desechado a la primera de cambio: los tiempos muertos. Quizás sea el motivo por el cual uno tiene la sensación de que nunca antes había visto a una mujer en el Oeste, porque nunca antes en la historia del cine nadie había recogido sus rostros y sus expresiones cansadas, la ritualidad y la cotidianidad de sus gestos, sus silencios y miradas de esta manera. Y es que Kelly Reihardt siempre ha sabido filmar y dotar de su justa importancia esos gestos que parecen tan nimios pero que tienen tanto valor en la vida, como si la mejor herencia de Raymond Carver hubiese recaído en ella.

El salvaje

El indio en el western siempre simboliza la lucha contra una cultura y unos instintos que son vistos como hostiles, opacos y amenazantes; portadores de un primitivismo maléfico y una cultura pagana que se opone al desarrollo y a la buena moral cristiana. En la mayoría de las ocasiones los indios en las películas aparecían sin personalizar o individualizar, eran presentados siempre de manera homogénea, en una representación gruesa del mal, presencias belicosas y agresivas, seres primitivos, ignorantes y sin escrúpulos, cuerpos anacrónicos y molestos, un escollo que es necesario eliminar a toda costa para traer el progreso al Oeste. ¿Pero qué ocurre cuándo nos encontramos perdidos en medio del desierto sin agua y nuestra única tabla de salvación es un piel roja? ¿Cómo dejar atrás todos esos prejuicios? Estas cuestiones son las que articulan el núcleo dramático de Meek’s Cutoff.

La expedición ha perdido la confianza en su guía Sthepan Meek (Bruce Greenwood). Les prometió que llegarían a su destino en 2 semanas. Llevan 5. Los recelos y el escepticismo crecen a medida que el agua y la comida escasea. La imparable verborrea de Meek y sus narraciones de hazañas con osos y enfrentamientos contra paganos no consiguen apaciguar un resentimiento que empieza a reflejarse en la mirada del grupo, una sensación de amotinamiento planea como un susurro las caravanas de colonos. La más que dudosa autoridad y el liderazgo que Sthepan Meek ostenta sobre todo el grupo comienza a resquebrajarse como la tierra húmeda cuando se seca por el calor asfixiante.

Emely Thetherow (Michelle Williams) será la primera en mostrar su descrédito ante la figura engreída y pedante del guía. El encuentro con un indio Cayuse será el punto de inanición y ruptura con Sthepan Meek. El guía tiene unos prejuicios tan opacos y oscuros como su larga barba, y no contempla la posibilidad de dejar con vida a un piel roja. Emely Tetherow y su marido Soloman (Will Patton) verán en la figura siempre inquietante y amenazante del indio la única posibilidad de encontrar agua y por lo tanto serán partidarios de mantenerlo vivo.

O filme mostra a rutina, lonxe da épica do western

El filme muestra la rutina, lejos de la épica del western

El encuentro con el indio en Meek’s Cutoff, un cuerpo extraño, ajeno y salvaje que siempre ha sido la representación del peligro y del mal en el oeste, un “intruso”, que no puede ser eliminado porque esta vez se convertirá en el símbolo de la supervivencia y la esperanza. La figura del indio Cayuse (Rod Rondeaux) no será, entonces, muy distinta a la de aquel corazón transplantado que portaba Michel Subibor en L´intrus (Claire Denis, 2004), un órgano ajeno y extraño, procedente de otro que tenía que aceptar porque sin él estaría muerto. Pero la incertidumbre, el desconcierto y el miedo sobrevuelan la expedición. Depositar toda la esperanza en alguien tan ajeno a nosotros se convierte en una cuestión de fe. Las barreras culturales, raciales y lingüísticas que existen entre el indio cayuse y los colonos parecen tan infranqueables como el desierto que cruzan. La hostilidad del desierto abrasador, la presencia amenazante del indio, la tensa calma que se respira, los silencios, las miradas acusadores que los colonos mandan a su guía, el lento paso de las caravanas, la extraordinaria e inquietante música de Jeff Grace, la opresión de los planos y los encuadres de Cris Blauvelt, van creando que el clima de la película se vuelva tan irrespirable y sofocante como el aire de desierto.

La actitud, los gestos y las miradas que Emily Tetherow tiene hacia el indio Cayuse se mueven entre el desconcierto, el asombro y el miedo. La maestría de Kelly Reichardt reside en captar las dudas, ansiedades y la desconfianza por medio de la inevidencia, una capacidad de hacer palpable lo íntimo y lo interior por medio del silencio y los gestos que la cineasta americana maneja de forma brillante. El espectador es capaz de leer toda la inseguridad y el desconcierto en la expedición de colonos hacia el indio, el recelo y el escepticismo hacia Sthephan Meek sin que a penas se exteriorice de manera verbal.

El plano final de Meek´s Cutoff es sin lugar a dudas uno de los planos más brillantes que ha rodado la cineasta americana en toda su trayectoria (¿mejor plano del 2010?), la espiritualidad y la ambigüedad que trasmite produce en el espectador una emoción cercana al desconcierto, la misma que debe embriagar a los colonos. Puede que en sus mentes ronde la misma reflexión que hacía el señor Peacock en La diligencia (The Stagecoach, John Ford, 1939): “ Dentro de todo, el viaje ha sido interesante y provechoso ¿No creen?”. Lo provechoso del viaje consiste, quizás, en desterrar prejuicios, el reconocimiento del otro como semejante y haber disminuido las barreras que se erigen entre unos y otros.


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