NOVOS CINEMAS 2017: LITERATURA Y REPETICIÓN

Hermia&Helena (Matías Piñeiro, 2016)

Hermia&Helena (Matías Piñeiro, 2016)

A lo largo de la historia del cine, William Shakespeare ha dado adaptaciones tan dispares como las clásicas de Kenneth Branagh, los muchos Romeos y Julietas o los trabajos recientes de Joss Whedon (Much Ado About Nothing, 2012) o Justin Kurzel (Macbeth, 2015). Textos, diálogos, repetidos que nunca llegan a ser los mismos; cada versión lleva el sello de su director, acertado o no, tratando de traducir las palabras del ‘bardo inmortal’ en imágenes y secuencias disparadas a 24 fotogramas por segundo.

En este sentido, hay que señalar una diferencia entre la adaptación y la evocación. Mientras que la adaptación es aquella transcripción, más o menos literal, del texto para contar la misma historia, la evocación es una transcripción más libre, donde el evocador se toma licencias para llevar la historia hacia donde él deseé. Es aquí donde se mueve el director Matías Piñeiro (Buenos Aires, 1982), al que Novos Cinemas le dedicó la retrospectiva de este año. Piñeiro transita un camino mucho más complicado que el de la adaptación puesto que no solo se enfrenta al reto de interpretar de forma correcto el texto ya escrito y conocido por todos, sino que además tiene por delante la tarea de imprimirle un carácter autoral, único, que muestre su visión sobre un escenario ya dado.

A lo largo de sus películas, Matías Piñeiro utiliza a Shakespeare como parte de sus obras: a veces como pretextos, otras como textos de diálogo; pero siempre distanciándose de las versiones más clásicas o predecibles y empleando un recurso innovador: la repetición. En Hermia&Helena (2016), Camila consigue una beca para continuar su trabajo en la tradución de A Midnight Summer’s Dream en Nueva York. La historia gira alrededor de Camila pero también de su círculo de amigos, enamorados y familias. La línea temporal de la película no es convencional, sino que avanza y retrocede a placer del director que, así, divide en ‘capítulos’ la estancia de Camila en Nueva York. A veces, esa repetición temporal de secuencias, diálogos o escenarios nos permite leer significados ocultos, relaciones que permanecían ocultas, intuiciones personales.

Rosalinda (Matias Piñeiro, 2011)

Rosalinda (Matias Piñeiro, 2011)

El mediometraje Rosalinda (2011) ahonda más en estas repeticiones de una forma sutil: en un bosque cortado por un río, varios actores ensayan sus roles en una obra de teatro mientras que, al mismo tiempo, la vida ocurre. Aprovechándose de los diálogos de As You Like It, Piñeiro teje diferentes relaciones sentimentales al más puro estilo de Shakespeare, haciendo que confundamos las miradas sinceras de los enamorados con aquellas propias de la interpretación de unos actores que repiten, una y otra vez, los diálogos de sus personajes. En un ningún momento tenemos información sobre la compañía de teatro ni del posible estreno, tan solo unos personajes “atrapados” en un texto que acaba por absorberlos y transformarlos en aquellos que interpretaron. La alta vegetación y la sombra que dan los árboles son ahora el lugar donde los amantes se besan a espaldas de sus parejas, mientras que, cerca de allí, dos personas se enamoran recitándose palabras leídas de un libreto.

La repetición alcanza un punto culmen en la secuencia de Viola (2012) en la que Cecilia y Sabrina repiten el diálogo entre Viola y Olivia en la que la primera elogia a la segunda. La repetición, lejos de ser un bucle de diálogo, se enriquece con el movimiento de las actrices por el escenario, todo filmado en un inteligente plano secuencia de Matías Piñeiro que sobrepasa los cinco minutos. Un lapso de tiempo en el que, como Olivia, entramos cada vez más y más en las dulces palabras de que Viola le dedica y que se acaba contagiando de un carga erótica que se construye poco a poco entre los personajes, no los de Shakespeare, sino los de Piñeiro: Cecilia y Sabrina. Como en Rosalinda, son las palabras escritas por otros las que acaban por expresar lo que está escondido en los personajes, construyendo esa tensión no resulta que acaba por explotar en un beso breve en el que el director no se regodea, porque no interesa la secuencia puramente pasional, sino ese juego sutil de miradas, movimientos y palabras.

Um, dois, três

António, um, dois, três (Leonardo Moramateus, 2017),

António, um, dois, três (Leonardo Moramateus, 2017),

Programada dentro de la sección Resonancias, espacio abierto a los críticos de cine para programar dentro de festivales de cine, se encontraba António, um, dois, três (Leonardo Moramateus, 2017), una película que, en cierta forma, bebe involuntariamente de la influencia de Matías Piñeiro y emplea también esa repetición característica. Desdoblado en tres versiones, Antonio es un joven lisboeta que huye de casa para refugiarse en casa de su ex, que trabaja de iluminador en una adaptación de las Belye Nochi de Dostoyevsky y que interpreta el papel principal de esta adaptación; Antonio es todo esto y no, puesto que está desdoblado en tres diferentes versiones de sí mismo: tres diferentes líneas temporales que, a la vez, se repiten en el mismo período de tiempo.

Sabemos que el amorío de Antonio viene de Brasil a Rusia haciendo escala en Lisboa (o era al revés?), y sabemos que la vecina de la expareja de Antonio recibió, hace tiempo, una cinta de vídeo de un antiguo novio en la que le cantaba I Put A Spell On You (o era el propio Antonio el que filmó esa particular serenata?), sabemos también que el padre de Antonio no quiere ver a su hijo porque lleva meses sin ir a la universidad (o era que vivían juntos y tenían una muy buena relación?); todo y nada, como en Viola, es cierto. Y mientras toda la vida ocurre, el texto de las Belye Nochi del autor ruso entra y sale del filme, como excusa, como pretexto, para recapacitar sobre los personajes representando personajes, sobre las máscaras que nos ponemos en el día a día para relacionarnos, sobre el cine.

António, um, dois, três tiene, posiblemente, una relación con el cine de Matías Piñeiro que tan solo está clara para mi; una relación que quizá no sea más que el hechizo de una noche de verano, a spell, al que estas películas me sometieron; pero espero que estas palabras sirvan, sino para contagiar este encantamiento, al menos para reflexionar sobre los puentes que nacen, consciente o inconscientemente, entre películas separados por un océano en su produción pero unidos en la literatura.

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