OUFF 2017: LO PERSONAL ES POLÍTICO
Este lema feminista parece funcionar en la programación de la 22ª edición del Festival de Cine Internacional de Ourense como una especie de declaración de intenciones. Algunos de los filmes programados cogen como bandera estas palabras para dibujar historias crudas, cargadas de realismo, que nos sitúan contra las cuerdas como partícipes de una sociedad caduca en la que hace falta replantearse los pilares sobre los que construímos.

Baronesa (Juliana Antunes, 2017)
Como no podía ser de otra forma, comienzo hablando de Baronesa (Juliana Antunes, 2017) potentísima ópera prima de la directora brasileña que atraviesa al espectador como un disparo directo al cerebro. Envuelta en una presentación formal y clásica que no la separa del típico documental, Juliana se acerca la una de las favelas de Belo Horizonte para filmar la amistad entre Leid y Andreia y las circunstancias que las rodean. Las conversaciones entre las dos amigas caminan entre el día a día de la vida en la favela y necesidad de marcharse de un lugar con una esperanza de vida de 30 años para las mujeres, a otros temas como la masturbación femenina, la libertad de la soltería o la decisión o no de tener hijos. Juliana filma como Pedro Costa filmaba las Fontainhas: con una delicadeza y una intimidad que reafirman los merecidos premios a Mejor Ópera Prima y el Premio del Cineclube Padre Feijoo.
También es política pura 69 minutesof 86 days (Egil Haaskjold *Larsen, 2017), optimista pero realista versión del éxodo de los refugiados que intentan entrar en una Europa que mira hacia otro lado. Partiendo de una propuesta observacional, el director noruego sigue el viaje de la familia de Lean, la niña protagonista del filme, en un plano secuencia grabado en 86 días. La unidad temporal y espacial que Haaskjold logra, en parte gracias al excelente uso del plano secuencia y de un montaje mínimo pero muy cuidado, nos permiten centrarnos en la mirada de esta niña que vive en primera persona este viaje. Con la cámara siempre a la altura de Lean, el realizador consigue desprenderse del fatalismo y del pesimismo que la realidad muestra, y construye un relato de esperanza y vitalidad que se resume en los grandes ojos de esta niña.
Clara heredera del legado de los daguerrotipos que filmó Agnès Varda en el 1976, María Álvarez filma los retratos propios de un barrio llamado “Cine”. Las cinéphilas (2017) se organiza de forma irregular en diferentes bloques que van saltando de Madrid, a Montevideo y a Buenos Aires. La intención de crear esa visión global se vuelve, a veces, algo confusa, terminando por no ubicar a los personajes en los sitios correspondientes. Sin embargo, poco importa la situación cuando el cine, justamente, tiene la suerte de poder trasladar todos los lugares a través de una pantalla. Quizá la parte más interesante de la película, y que parece escondida detrás de esta cinefilia de los personajes, es la vitalidad de estas mujeres por continuar hacia delante, sin dejar que nadie tome las decisiones que a ellas les corresponde. Hablamos de una actitud no referida a la edad de estas mujeres, sino al carácter feminista, empoderador, que levanta su voz por encima de la propia directora y que articula el camino que cada una de ellas quiere. La sensibilidad y paciencia de Álvarez filmando a las cinéphilas da como resultado unos testimonios llenos de fuerza y emoción, que consiguen saltar de las lágrimas a las risas en cuestión de segundos.
Ir a la deriva
Empleado mayoritariamente al hablar del mar, ir a la deriva es ir sin rumbo, llevado por la corriente hacia un destino incierto. Sin embargo, en la programación de este año hubo dos filmes que trajeron esta expresión a tierra. El primero caso sería lo de Out there (Takehiro Ito, 2017), matrioska de múltiples tramas su visionado es, por veces, un tour de force que debería venir acompañado con un mapa conceptual. La historia gira alrededor del rodaje de un film inacabado sobre la emigración de una pareja que decide emigrar de Taiwan a los Estados Unidos, la historia de amor entre los actores protagonistas, y un documental etnográfico, centrado en la familia del actor, sobre la vida en Taiwán en la segunda mitad del siglo XX. Es sencillo perderse en este film que mezcla formatos, imágenes en blanco y negro y color, diferentes tramas, aunque existe un centralidad que atraviesa todo el film: ¿qué es el hogar? ¿Cuál es mi hogar? Este sentimiento de no pertenencia, de deslocalización, marca una reflexión inquieta, en movimiento, que cruza una metrópolis como Tokio sin descanso, como el Gringo que filmaba Lech Kowalski cruzando Nueva York sin detenerse.

Out there (Takehiro Ito, 2017)
También en la busca de ese lugar, los personajes de Mariana (Chris Gude, 2017) recorren un escenario situado entre Colombia y Venezuela como si fueran piratas sin rumbo. Mediante largos planos fijos, pero no exentos de movimiento, el director intenta encontrar ese sueño que estos pescadores de tierra procuran. Como espectros o reflejos de un espejo extraño, los hombres habitan esta película y muestran una rutina errática entre el contrabando y la indeterminación de vivir fuera de la ley. Por buscarle un referente conocido la esta ‘rara avis’, Mariana parece recoger lo que ocurre antes o después de los westerns: los espacios vacíos, las conversaciones a medias, la espera. Espera, ¿pero a qué? Quizás a encontrar el sentido a una vida que, con los ecos de discursos grandilocuentes sobre Simón Bolivar, se distancia más y más del tiempo actual.
Cine gallego
Uno de los eventos que más expectación despertó en la edición de este año fue la proyección de la metraje filmado del próximo film de Oliver Laxe, Aquilo que arde. Retomando el escenario que daba inicio a su film París #1 (2008), Laxe vuelve a Galicia para filmar una historia que gira alrededor de un pirómano y de dos brigadistas. Una ficción que, como sucede en la filmografía del director, contendrá imágenes documentais. Ante una sala llena y expectante, Oliver Laxe mostró las secuencias que grabó durante la ola de incendios de este verano, unas imágenes duras y espectaculares que fueron recogidas desde el propio incendio, al lado de los brigadistas que luchaban contra el fuego. Esta cercanía del director y de su equipo despertaron las alabanzas de un grupo de brigadistas presente en la sala (situados hacia el final de la misma) que agradecieron al director el realismo de sus imágenes y la honestidad con la que filmó un labor tan duro como el de combatir los fuegos. Irónicamente, en las primeras filas, los políticos de turno miraban las imágenes probablemente con la mente en otro lugar. Acostumbrados a visitar los incendios cuando los fuegos ya están apagados y sólo para hacer la valoración de los daños, quizás sería recomendable que alguno de los allí presentes acompañase a Laxe en el rodaje para ser conscientes de la importancia del trabajo de los que combaten los incendios.
Dentro de los filmes gallegos programados en la cita ourensana destacó Entre la ola y la roca (Manuel Lógar, 2017) que revisita ese lugar tan de moda y tan filmado últimamente: la Costa da Morte. La ópera prima de Lógar se acerca a los percebeiros de Muxía para intentar retratar una de las profesiones más duras y arriesgadas. Con un uso excepcional de las imágenes aéreas, el film consigue trasladarnos a las rocas y sentir cada golpe del mar en nuestra propia piel. Sin embargo, también el film nos llevan a la vida más cotidiana de los percebeiros: a su familia, a los recuerdos del Prestige, etc. Por encontrarle un problema, Entre la roca y la ola tropieza con la misma piedra que Costa da Morte (Lois Patiño, 2013) y que Alberte Pagán resumía en la frase “Y cuando la palabra cobra vida, la película comienza la desvanecerse”1. Apenas unos minutos en la película llegan para comprobar la diglosia involuntaria que el film recoge: los percebeiros emplean el castellano para hablar a la película, y el gallego para hablar entre ellos. Esta cuestión lingüística, quizás caduca para algunos, sigue siendo una de las grandes cuestiones que el cine gallego tiene que solucionar.

Dhogs (Andrés Goteira, 2017)
Si un film viene despertando expectativas en los últimos meses, ese es Dhogs (Andrés Goteira, 2017). Thriller distópico construido mediante historias entrecruzadas, el film de Goteira es la mejor ópera prima que un cineasta puede desear. Sin esconder las referencias a filmes como No country for old men (Ethan Coen y Joel Coen, 2007) o videojuegos como Grand Theft Auto V (2013), Dhogs se articula como una bofetada directa al espectador, atacando la pasividad de una sociedad anclada en el consumo de imágenes prefabricadas. Dhogs construye un relato surrealista que salta del escenario de A Coruña al desierto de Tabernas con la facilidad que cambia de línea temporal o de personaje principal. Poco se puede contar de la película sin estropearla o desvelar demasiada información, pero queda claro que el director recogió las mejores lecciones de los maestros de lo extraño como David Lynch o Charlie Kaufman. Con todo, hay un problema: dejando el listón tan alto, que habrá preparado en la cabeza de Andrés Goteira para su segundo filme? El tiempo lo dirá y, con suerte, lo podremos ver en alguna edición futura del Festival de Cine Internacional de Ourense.
1. Algumhas consideraçons sobre a língua de Costa da Morte (15/01/2014) en Acto de Primavera: http://actodeprimavera.blogspot.com.es/2014/01/algumhas-consideracons-sobre-lingua-de.html