EL CINE DE PEQUE VARELA
«CUANTO MÁS PERSONAL Y HONESTA ES LA HISTORIA QUE CUENTAS, MÁS UNIVERSAL SERÁ» ·
Peque Varela (Ferrol, 1977), gallega afincada en Londres, escogió para expresarse el camino del cine de animación. Tiene una producción relativamente escasa a su espaldas, pero todo lo que salió de su sala de montaje logró cautivar a la critica. El cortometraje que le sirvió como trabajo de fin de carrera en la Universidad de Westminster, 1977, llegó a presentarse en el Festival de Sundance, hecho que dio a conocer su nombre. Desde aquel, ha realizado diversos trabajos de encargo, varios de ellos para la MTV, y montó los títulos de crédito del film de Tim Burton Sweeney Todd. En el Festival de Gijón de 2010, presentó su segundo trabajo personal al público, Gato Encerrado. Aprovechando una visita de Navidad al Ferrol donde creció, tiene lugar esta entrevista.
¿Y entonces, lo de trabajar para Hollywood y Tim Burton?
Pues, de rebote… Vale, debería decir “Ah, sí, Tim, mi amigo”, pero aquí no me estoy vendiendo. Richard Morrison, que es un hombre que lleva muchos años haciendo secuencias de créditos, tenía el encargo para Sweeney Todd, y llegó a mí a través de la compañía en la que trabajo. Agradecí la posibilidad de hacer algo creativo, estuve unos meses colaborando con él en el tema, y es un señor muy agradable, pero a Tim Burton ni lo vi.
¿No requiere mucha creatividad tu trabajo?
Es un trabajo de vender chorizos. No pongo nada emocionalmente, pero paga las facturas, y paga el tiempo. Puedo trabajar una semana, y con lo que me dan, puedo luego hacer las cosas que realmente me interesan.
¿De eso que te interesa, qué será lo próximo que veremos?
Pues no lo sé, hay varias cosas. Cuando encuentre algo que valga la pena compartir, lo pondré en un formato visible.
¿Cuándo tuviste claro que lo tuyo iba a ser hacer cine?
Pues… (se queda pensando). Quizás cuando llegué a Londres y vi que había posibilidades reales… Ya desde pequeña anduve siempre alrededor de las cámaras, haciendo cortos, por jugar. Lo que pasa es que aquí lo que me decían es que ser artista no me iba a dar pan. Así que fui a hacer la selectividad, y gracias que no la aprobé.
¿Te habría cambiado la vida?
Miro hacia atrás, y me doy cuenta de que era muy inmadura. De haber aprobado, seguramente habría acabado estudiando algo por inercia, porque es lo que hace todo el mundo. Habría escogido aquello para lo cual me diese la nota de marras, fuera lo que fuera. Así que gracias que no la pasé, porque fue lo que me llevó a buscar oportunidades fuera.
Y allí se soltó la artista…
Me enteré de que había formación específica, que era una cosa seria de la que la gente podía vivir.
¿Que te encaminó hacia la animación?
De niña, además de andar siempre con la cámara, no paraba de hacer garabatos. Me gustaban mucho los cómics y las novelas gráficas, donde se narra con imágenes, al igual que en el cine. En Londres, pude ver lo que se estaba haciendo, y me pareció una maravilla la posibilidad de combinar el lenguaje gráfico con el cinemático. Para mí, fue la combinación de dos hobbys.
¿Como fueron los primeros pasos en Londres?
Tuve suerte. Caí en la casa de una mugardesa, que llevaba muchos años allí, y me guió en los pasos a seguir para estudiar una carrera, y conseguir ayudas. Trabajé y estudié durante cuatro años, fue duro, pero con alegría. Mejor que estar en un banco de Ferrol, comiendo pipas. Recuerdo que poco después de irme la primera vez, había ocurrido el accidente de Ponte das Pías, cuando un barco se partió en dos. «Vaya, me voy de Ferrol y es la primera vez que pasa algo», pensé. Ese es el tipo de excitement que puedes tener aquí. (Ríe)
En todo caso, de Ferrol es de donde salen las experiencias que plasmas en 1977…
Del barrio de Caranza, y el pueblo de Ares, que fue donde yo me crié. El corto habla de eso, de crecer, y de descubrir la propia sexualidad, frente a la que te asignan por el cuerpo que tienes.
¿Fue difícil plasmar en una película un problema tan personal?
No. Era necesario para mí… Por aquel entonces, estaba en una habitación, conmigo misma, y tenía un año por delante para hacer algo que yo quisiera ver. En mi cabeza había muchos recuerdos que me chocaron cuando era niña, y traté de ordenarlos, para comprender por qué fue tan confusa esa etapa de mi vida. ¿Cómo era posible que los de fuera no hubieran percibido nada, que todo lo hubiera llevado por dentro?
¿Por dónde empezó el proceso?
Por la parte gráfica. Quise darle a cada uno de esos recuerdos, que en el fondo representaban el mismo sentimiento, un estilo. De ahí la experimentación técnica que marca 1977. Fui desde una imagen un poco más infantil hasta la imagen real, empleé el cut-out en los momentos más rotos. Fue como mezclar recuerdos con sueños, y lo hice sin una idea preconcebida, sin miedo a lo que pudiera pasar. Lo que hice fue echarlo todo fuera, y después mirarlo y reorganizarlo.
Empleaste sonido, pero no voz. ¿Por qué?
Hago un uso simbólico del sonido. Traje el equipo de la escuela a Ferrol, y pasamos cinco días sacando fotos, vídeos y grabando el ambiente. Las gaviotas en el Ferrol viejo, por ejemplo, se escuchan al inicio de la película, y al montarlo así, tuve la idea de convertirlas en un elemento narrativo. Los pájaros aparecen en lo que escribe la niña en su cuaderno, que luego le corrigen: «No estés en las nubes, tienes que estudiar!». Eso lo inspiró el sonido.
¿Cómo llegó a Sundance la historia de una niña en Ferrol?
Porque habla de sentimientos universales. No es una película turística sobre la ciudad, es un film sobre personas. Ni siquiera tienes por qué ser gay para entenderla. Todos crecemos con algún complejo, por eso creo que todos pueden entender lo que cuenta 1977. Cuanto más personal y honesta sea la historia que cuentas, más universal será. Cuando empiezas a generalizar, ahí es cuando te pierdes. Se nota cuándo ves trabajos que son sinceros.
¿Y la historia de Gato Encerrado? ¿Cómo nació?
Era algo que quería retomar, de los tiempos de la escuela de cine. Iba a hacer algo en colaboración con un chico inglés, y nos dio por buscar una historia de gatos. “¿Tienen siete vidas?”, dije yo. “No, tienen nueve”, respondió. Hicimos algo muy amateur, pero me quedé con la historia en la cabeza, porque era buena.
El corto es menos experimental que 1977.
(Se queda pensando) Es otro enfoque. Teníamos un tiempo muy limitado, marcado por la subvención de la Agadic (Axencia Galega das Industrias Culturais). Dos meses, para una animación de cinco minutos. Tenía que hacerlo de una manera práctica y sencilla, porque ya el tema en sí es un poco enrevesado, y esta vez no era yo sola en mi habitación, sino que tenía un equipo de gente por la que responder. Quise también facilitar la visión de la historia, para llegar a un público más amplio, que tanto mi padre como mi sobrina pequeña lo pudieran entender.
¿Y lo entendieron?
Si, creo que si. Es que cada uno ve cosas diferentes en la peli.
Realmente, Gato Encerrado comunica ideas muy complejas de una manera muy sencilla.
Esa es una una de las cosas que me gusta de la animación. Por esa capacidad, la propaganda soviética o inglesa que se hacía años atrás la empleaban. Se trata de una herramienta que, a la hora de dar cierto tipo de información y hacerse entender, funciona mejor que la imagen real. Permite llegar a la gente desde otro ángulo, donde no hay tantos obstáculos para la comprensión.
¿Cuál fue la pieza más difícil de montar?
El final. Tenía claro que acabaría con el momento filosófico en el que el gato dice que él existe porque vosotros lo estáis viendo, pero no era capaz de hacer entender eso sin tener que meter un montón de diálogo. Le di miles de vueltas, hasta que llegó el momento en el que me llamaron de la productora: “Acaba, que nos lo reclaman desde la Agadic, para ponerlo en un estante a llenarse de polvo”. Terminé quedándome con el montaje como se puede ver ahora, y estoy satisfecha. Hay veces en las que tener un límite de tiempo está muy bien, porque te marca un objetivo. Lo malo es cuando tiene que valer cualquier cosa.
Se nota mucho trabajo previo a la hora de construir el mundo en el que se enmarca esta historia. Está lleno de elementos identificativos, como los colores, las ruedas mecánicas, el logo del gato sonriente…
El Big Brother, le llamo (Ríe). Aquí quise responder a la pregunta de por que este mundo es tan… injusto. Me tocó leer, ver documentales, hablar con la gente, y descubrir muchas realidades que no conocía. Luego tuve que comprimirlo y condensarlo todo y, claro, está el corto lleno de detalles.
¿Como los guiños al gato de Schrödinger?
Alguien me explicó lo de ese gato una vez, y me enteré de que eso de no saber si estaba vivo o muerto encajaba muy bien. Mi gato no sabe si es legal, o si no, si tiene o no tiene papeles… Eso es algo que me tocaba muy de cerca.
¿A qué te refieres?
Tenemos que volver atrás. Responderé otra vez. ¿Que me impulsó a hacer este film? Estuve con una chica de Colombia, hace unos años. Estábamos felizmente juntas, hasta que llegó un día una carta: “Mira, cambió la ley, y ya no damos visados de estudiante para cursos de un año, tienes que hacerlos de tres, o un máster”. Es decir: “Ya no vale que me pagues mil libras al año, o sueltas 7.000 o te vas del país”. Fue un shock. Mi supuesto derecho de formar una familia, va bien, pero sólo mientras sea con europeos. Así que Gato Encerrado también surge de la rabia. Quise hacer una película para no quedarme callada, para sacar esa espinita…
¿Lo has logrado?
Algo, pero ahora me está ocurriendo lo mismo, con otra chica. No te enamores de una colombiana (ríe). Es una pasada lo que tienen que soportar sólo por haber nacido allí. Los machacamos en sus países, y si vienen con nosotros, los machacamos más. No tiene mucho sentido, aunque la mayoría de la gente no lo vea así. Vienen a quitarnos el trabajo y a violar a nuestras hijas, según la prensa de derechas. Bueno, el sistema es injusto, de acuerdo. Pero lo más chungo es que la gente no sea capaz de ver a través de toda esta patraña.
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Declaraciones recogidas el 2 de enero de 2011 en Ferrol