PRIDE, de Matthew Warchus
De la industria audiovisual británica podría aprenderse mucho en este país. Empezando por su modelo de televisión pública de prestigio, o su forma de subvencionar proyectos con los fondos de la lotería, pero tampoco vayamos a aspirar a imposibles. Sencillamente, hay pequeñas lecciones que se podrían sacar viendo cómo se hacen las cosas por allí. Por ejemplo, como montar un blockbuster digno. Al parecer, por estos lares bastan unas cuantas bromas sobre estereotipos regionales para crear un fenómeno recaudatorio (habría que reflexionar algún otro día sobre la “telecinquización” de nuestro cine). En Albión, en cambio, pueden apostar por el cine social basado en hechos reales y con un elenco de intérpretes de primera línea para conseguir un rompetaquillas sin tener que renunciar a transmitir a su audiencia mainstream un mensaje subversivo, bastante necesario en estos tiempos que corren.
Pride (Matthew Warchus, 2014) no busca descubrir la pólvora. De hecho se adscribe bastante fielmente a una corriente que ya han transitado anteriormente The Full Monty (Peter Cattaneo, 1997), Brassed Off (Mark Herman, 1997) o Billy Elliot (Stephen Daldry, 2000), filmes que no dudaban en usar las revueltas sociales del régimen Thatcher (particularmente, los conflictos mineros) como telón de fondo para construir comedias familiares con poso. O el brasas de Ken Loach, que ha dedicado la práctica totalidad de su cinematografía a explotar la lucha de clases para las masas. Aquí lo más parecido que hemos tenido a esa vía de la dramedia social fueron las primeras obras de Fernando León de Aranoa, pero desgraciadamente desde Los lunes al sol (2002) algo se torció.
El guión de Stephen Beresford no deja de ser funcional, pero por lo menos acierta en la trama y en el tono. Se aprovecha muy bien la anécdota de la que parte, ese episodio verídico de la red de apoyo mutuo que surgió entre uno colectivo gay de Londres y un pueblo minero galés en 1984 que tiene mucha chicha narrativa, y aunque conocemos de antemano el desenlace (la Historia es la madre del spoiler), esta dramatización en ningún momento pierde el interés, culminando en un clímax triunfalista que es de agradecer con la que está cayendo. En otras manos, podríamos haber sufrido una bufonada sobre “pervertidos y poceros” descalificándose mutuamente, mas aquí el escritor está interesado en mostrar cómo se derriban los prejuicios, y cómo mundos muy diferentes pueden llegan a entenderse.
Beresford alecciona sin caer en la sensiblería, y se nota el respeto que siente por sus personajes, a los que sabe describir en unas pocas pinceladas. En dos horas de metraje consigue que una docena de protagonistas tengan un arco propio paralelo a la acción principal, algunos tan bien definidos en pocas secuencias como la reconciliación del Gethin de Andrew Scott con su madre. Por eso a veces sorprende que momentos de tanta atención al detalle se alternen con otros bastante más chuscos y vulgares, como la secuencia de las mujeres galesas carcajeándose ante los dildos y el porno de sus anfitriones gays. Por lo menos, estas groserías tienen cierto punto iconoclasta: hace unos años sería impensable que películas generalistas hiciesen gags sobre la sodomía, y ahora ya es un tema lo suficientemente normalizado.
Warchus opta por una realización sin mucha filigrana, discreta pero efectiva, con algún pequeño instante para lucirse como la coreografía de Dominic West ante los atónitos mineros. Sus mayores bazas son el dominio de las escenas multitudinarias (en una película plagada de concentraciones, manifestaciones, conciertos benéficos y demás eventos tumultuosos) y la dirección de actores, aunque en este punto mucho mérito tiene también el reparto de estrellas que reunieron para la cinta. Además de los mencionados West y Scott, participan intérpretes de peso como Monica Dolan, Bill Nighy, Imelda Staunton o Paddy Considine, acompañados de actores emergentes como Bien Schnetzer, George MacKay o Joseph Gilgun.
Pride lleva a la práctica la máxima de Mary Poppins de que un poco de azúcar ayuda a tragar la medicina amarga. Afortunadamente, todos los años ven la luz proyectos en torno a la solidaridad (obrera) contra el enemigo común, incluso con algunos de ellos centrados en el conflicto minero. Así, ReMine (Marcos Merino, 2014) no deja de documentar esas mismas luchas, sólo que 30 años después y en Asturias (en este país llegamos tarde a todo). Pero la dureza de lo que cuenta y el enfoque agitprop harán que fuera de la cuenca este título fundamental pase sin pena ni gloria por la cartelera. En cambio, con su colorida puesta en escena y sus hechuras de comedia romántica, Pride transmitirá un mensaje parecido a muchísima más gente (sólo hay que mirar Filmaffinity: la primera lleva 86 votos, y la segunda 930 antes de su estreno oficial). ¿Estamos abogando por el populismo, entonces? No precisamente: ambos acercamientos son complementarios, el militante y el comercial. Es algo que entienden desde hace tiempo en la industria británica, y que aquí deberíamos empezar a copiar.